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Una semana eterna

El escrito dirigido por una docena de personajes históricos del PSOE, J. C. Rodríguez Ibarra entre ellos, a Pedro Sánchez para que tome las decisiones debidas para restaurar el orden constitucional es un toque de atención no tanto para marcarle el camino, que bien debe saberlo, cuanto para decirle por qué vericuetos no se debe transitar, y menos en momentos como este

TERESIANO RODRÍGUEZ NÚÑEZ

Viernes, 6 de octubre 2017, 23:11

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Sí, una semana eterna, pero una semana que no ha concluido si nos atenemos a lo que se esperaba de ella, deshacer el monumental lío político de Cataluña con los manoseados proyectos independentistas del no muy honorable Puigdemont y sus seguidores. Y el lío sigue tal cual, sin que ni los hechos ni las palabras, por altos y empingorotados que sean los actores, hayan servido hasta ahora para desenredar la madeja. Es más, seguimos sin tener claro si lo que estamos contemplando acabará siendo un sainete, una vulgar comedia, un drama o una tragedia. Que tan fácil es desembocar en una cosa como en otra: basta una torpeza o un descuido. Debieran tenerlo muy en cuenta los actores principales, sin perder de vista que están jugando con fuego.

Quienes contemplaron las imágenes mostradas por diferentes canales de televisión el pasado sábado-30 y el tan invocado 1-O, marcado por Puigdemont y sus seguidores como el «día de la independencia» en virtud de las elecciones a que estaban convocados ese día los seguidores de la causa y a impedirlas las llamadas «fuerzas del orden», comprenderán lo fácil que resulta que se produzca cualquier incidente grave. Basta un empujón, un mal modo, un descuido… con el agravante de que los ‘mosos del orden’ estaban pero como si no estuvieran, lo que les hace más peligrosos porque pueden inducir a error.

Pero estas referencias al pasado inmediato no sirven para nada si no es para iluminar el inmediato futuro que nos aguarda y que es el que ahora se trata de ventilar. A Puigdemont parece que lo único que le interesa es la proclamación de la independencia de Cataluña, como si con ello hubiera cumplido su papel histórico. ¿Independencia en base a qué? A las elecciones del 1-O, por supuesto. Lo que menos importa es cómo se llevó a cabo ese proceso legal, cuántos y cuáles fueron los votantes, cuáles y cómo se controlaron los votos… en fin, toda esa mecánica tan escrupulosa y legalista en cualquier elección, como conocen muy bien quienes han formado parte de una mesa electoral alguna vez. ¿Se atreverá el ‘molt honorable’ Puigdemont a proclamar la independencia de Cataluña en base a la votación del pasado 1 de octubre? Esas parecían claramente sus intenciones. De lo que ya no estoy seguro es de que lo sigan siendo. Visto lo visto y según el rumbo que van siguiendo los hechos, pretender a estas alturas que lo sucedido el 1-O en Cataluña sirva de base y justificación para una proclamación de independencia sería no ya un pucherazo, sino una estupidez.

Mal está que políticos de medio pelo, salidos de la noche a la mañana de no se sabe dónde, traten de hacerse notar. Pero que lleven las cosas hasta el extremo de encabezar una secesión en un país como España, que sin representar hoy lo que fue en el pasado, mantiene en el presente un puesto importante en la docena de primeros países del mundo occidental, es como poco una locura política. Y que una región como Cataluña, con lo que ha sido y sigue siendo en el ámbito político, económico, social y cultural de España, se deje arrastrar por una facción encabezada por un arribista como Puigdemont y cuantos le rodean y le bailan el agua, sería no sólo un disparate sino una vergüenza.

Pero en la salida deseable de esta especie de ‘agujero negro’ en el que nos ha introducido Cataluña o –por mejor decir– unas docenas o centenares de desnortados catalanes, que ven en la secesión su paraíso terrenal, no sólo están llamados a intervenir el resto de catalanes, sino la totalidad de los españoles, porque todos formamos parte de esa realidad una y unida –Cataluña también, naturalmente– que es España. El escrito dirigido por una docena de personajes históricos del PSOE, J.C.Rodríguez Ibarra entre ellos, a Pedro Sánchez para que tome las decisiones debidas para restaurar el orden constitucional, es un toque de atención no tanto para marcarle el camino, que bien debe saberlo, cuanto para decirle por qué vericuetos no se debe transitar, y menos en momentos como éste. Algo parecido a lo ocurrido con Margarita Robles, vicepresidenta del PSOE y jueza de profesión, quien planteó nada más y nada menos que la recusación de la vicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santa María, por calificar de «manipulación grosera» la imagen que se intentó dar de lo acaecido el 1-O. Y hasta los ciegos lo vieron.

Pero mientras algunos políticos siguen perdidos en sus devaneos e intereses partidistas, otros –no sé si más inteligentes o más prácticos o tal vez las dos cosas– se ocupan de salvaguardar sus intereses económicos. Ayer mismo se comenzaba a hacer realidad lo que se venía temiendo: El Banco de Sabadell, una de las entidades económicas más importantes de Cataluña, ha decidido trasladar su sede de Sabadell a Alicante. También CaixaBank, otras de las entidades importantes de Cataluña, tiene decidido el traslado de su sede fuera de Cataluña, aunque estaba pendiente concretar si a Balares, Navarra o Madrid. También a última hora del jueves se conocía la probabilidad de que Seat, otras de las empresas históricas de Barcelona, traslade su sede central a Madrid. Es sólo el comienzo. Pero es algo que se temía y que aumentaría considerablemente si se llegara a consumar la secesión de Cataluña.

En situaciones como la que estamos viviendo, a uno se le vienen a las mientes todos esos tópicos en los que se sustenta frecuentemente el concepto que se tiene de los pueblos. Ante hechos como los apuntados y que afectan al futuro de grandes empresas, uno recuerda el ‘seny’ catalán, que se referiría al sentido práctico de los catalanes como forma de definirlos. Sentido práctico que se transfiere a lo puramente económico con otro dicho como «la pela es la pela». Y no es que uno quiera poner a los catalanes como vulgares peseteros. He tenido contacto con muchos catalanes, he conocido y tratado allí gente admirable; allí sigo teniendo amigos y conocidos de origen extremeño, que encontraron allí el puesto de trabajo que no encontraron en su tierra. Y me duele, seguro que como a muchos otros españoles, que se llegue a situaciones como la que nos está tocando vivir estos días a cuenta de la secesión: un hecho que, de producirse, nos pesará y nos costará muchos a unos y a otros. Les aseguro que nunca como ahora me gustaría ver resplandecer el ‘seny’ catalán.

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