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¡Ya estamos hartos!

Defendemos abiertamente y sin ningún tipo de reticencia la función social de los centros educativos, pero seamos realistas: los institutos no pueden ser guarderías de adolescentes sin rumbo que, lógicamente, explotan con nefastos comportamientos ante todo lo que les rodea, porque lo que se les ofrece en absoluto obedece a sus expectativas

CRISTÓBAL LÓPEZ CARRILLO

Viernes, 2 de marzo 2018, 00:12

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Cuando inicié mi labor como docente, hace 30 años, nunca hubiera imaginado, que después de tantos cambios educativos en forma de leyes inadecuadas, pudiéramos llegar a caer tan bajo. Y el gran problema, es que parece que aún no hemos tocado fondo.

Algunos medios informativos rumorean que se podrían ampliar los años de obligatoriedad en la enseñanza. ¡Qué barbaridad! ¡Si es justamente lo contrario! Lo que necesitamos es disminuir la obligatoriedad a los 15 años.

El alumno que tiene interés en formarse no tiene excesivos problemas, académicamente tiene multitud de vías educativas; en cambio, al alumno que no quiere estudiar todos los itinerarios le vienen grandes. Realizamos con ellos parches inútiles sin mejoras significativas; llevan tantos años sin manifestar esfuerzo –salvo cargar con la mochila de libros– que cuando algunos tienen la oportunidad de incorporarse al mundo laboral, no son capaces de desarrollar bien los trabajos encomendados, y en muchos casos son auténticos desastres. Son innumerables los daños y perjuicios que acarreamos al resto de alumnos, a las familias, a los profesores y principalmente a ellos mismos; pues no es únicamente la faceta académica la que no logran desarrollar, tampoco manifiestan actitudes receptivas, favorables y de compromiso hacia valores tan importantes como son el esfuerzo, el interés, el respeto, la responsabilidad o el compañerismo, valores, todos ellos, que cada día transmitimos insistentemente desde las aulas. Estas carencias debemos solucionarlas entre todos con urgencia, o al menos, intentar mejorarlas por parte de todos: padres, administración, profesorado.

¿Dónde están los beneficios de prolongar la escolarización para aquellos alumnos que no quieren estudiar?

Estos alumnos y sus padres necesitan más horas de orientación, más educadores y profesores especializados que se dediquen, en primer lugar, a trabajar con ellos todos esos valores esenciales tan demandados en cualquier sociedad. No procede estrujar más el limón de los conocimientos cuando la fruta no ha madurado.

Solamente hay una opción para estos alumnos, y es la del trabajo. La actividad laboral bien desempeñada dignifica a la persona porque asume responsabilidades, implica esfuerzo y supone dedicación, y así, gestionando una misión y un proyecto personal, la madurez se va haciendo presente.

Nuestra sociedad tiene que recuperar la figura del aprendiz en las empresas, se necesitan nuevas leyes, donde se actúe con un criterio justo, tanto en los trabajos desarrollados como en el sueldo. Y todo ello, en función de la experiencia en la empresa y de la formación académica; y el empresario, por su parte, debe recibir una compensación económica del Estado por contribuir a desarrollar una labor social con perspectivas de futuro, como es la formación de dicho aprendiz.

Defendemos abiertamente y sin ningún tipo de reticencia la función social de los centros educativos, pero seamos realistas: los institutos no pueden ser guarderías de adolescentes sin rumbo que, lógicamente, explotan con nefastos comportamientos ante todo lo que les rodea, porque lo que se les ofrece en absoluto obedece a sus expectativas. De seguir así, no tardaremos en tener policías permanentes en los Institutos de enseñanza porque todo tiene un límite admisible.

Afortunadamente ya quedó muy atrás la época en la que –con error– se decía: «La letra con sangre entra». Ahora son muchos los alumnos que exigen ansiosamente sus derechos sin reparar convenientemente en sus deberes. Se imponen ante padres y profesores, buscando la vida fácil, pudiendo, en algunos casos, incurrir en la delincuencia. Necesitamos que los alumnos que se forman en los institutos salgan cada vez mejor preparados en todos los sentidos, y no al contrario. Cada nuevo curso se matriculan en 3º de ESO alumnos que han sobrepasado la edad de escolarización obligatoria, superan los dieciséis años e incluso se aproximan a los dieciocho, la mayor parte de los alumnos con este perfil ha tenido experiencias académicas muy negativas, en muchos casos desde Primaria, y sus padres, con buen criterio y acertada lógica, tratan por todos los medios de que su hijo no abandone y que obtenga el, tan imprescindible, título de ESO o algún título similar. El resultado de este planteamiento, por lo general, se traduce en consecuencias negativas, en primer lugar para el propio alumno, que con una edad superior a dieciséis años se ve obligado a aceptar aquello que el sistema educativo le ofrece y que él rechaza; en segundo lugar para el resto de compañeros, que asisten una y otra vez a momentos de interrupción durante el desarrollo del proceso de enseñanza-aprendizaje porque hay alumnos que molestan, no atienden, desconectan o incluso faltan el respeto al mismo profesor; en tercer lugar al profesorado, que debe dejar en un segundo o tercer plano su función de docente y de educador para, en el mejor de los casos, dedicar gran parte del tiempo lectivo a recordar e insistir que estudiar requiere e implica esfuerzo, constancia y dedicación, y que sin predisposición y voluntad para aprender, posiblemente sea conveniente buscar otra alternativa fuera de las aulas.

Consideramos que si se disminuyera la obligatoriedad a los 15 años posiblemente se obtendrían muchos beneficios para todos: conseguiríamos formar a personas más íntegras en los casos de alumnos que llegan exclusivamente a la obligatoriedad, ampliaríamos en tres cursos el bachillerato, que actualmente está moribundo, y desde los ciclos formativos se lograrían mejores expectativas laborales. Además, ya es hora de preocuparse también por los alumnos que se implican académicamente y conocen sobradamente sus obligaciones como estudiantes.

Claro que, si por el contrario lo que pretenden nuestros gobernantes es disminuir las listas del paro a costa de tener obligatoriamente a los alumnos matriculados en los institutos durante más años, hasta cumplir los dieciocho, entonces la cuestión cambia por completo,…y habremos caído definitivamente en la equivocación más absurda e insensata.

¿Es qué la Administración no admite el enorme error que supone nuestro sistema educativo? ¡Basta ya! ¡Ya, estamos hartos!

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