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¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?

Sin fronteras

Me estoy refiriendo al voluntariado como movimiento social organizadoen entidades no lucrativas especializadas del Tercer Sector en la intervención en distintos ámbitos de la sociedad civil, especialmente en favor de aquellas personas que más necesitan esta ayuda altruista y solidaria

Santiago Cambero Rivero

Martes, 5 de diciembre 2017, 00:30

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Quizás estos días convulsos sean adecuados para valorar la conquista de derechos y libertades fundamentales en nuestro país. Principalmente porque se cumplen 40 años de la vigente Constitución española que proyecta igualarnos como ciudadanía en un contexto territorial de pluralismo cultural y político. Y es que la diversidad siempre ha sido una constante en la construcción histórica de España, como ocurriera en procesos similares en cualquiera de las sociedades europeas con las que compartimos una organización supranacional fundamentada en la integración y la gobernanza en común de Estados y pueblos de Europa.

Recientemente la Unión Europea fue galardonada con el Premio Princesa de Asturias de la Concordia por «lograr el más largo período de paz de la Europa moderna, colaborando a la implantación y difusión en el mundo de valores como la libertad, los derechos humanos y la solidaridad». Es obvio que se trata de un mensaje de optimismo institucional que no se corresponde con la realidad en los 28 Estados miembros y candidatos oficiales, dada las problemáticas que afectan a los más de 500 millones de europeos. Existen evidencias sobre la falta de inclusión y cohesión social en algunos países, como pudiera ser el nuestro, debido a los niveles de desempleo, brecha salarial o riesgo de pobreza, entre otros indicadores. En este clima de desigualdades sociales, hay grandes urbes caracterizadas por la coexistencia de personas residentes que no se sienten ni quieren estar o ser incluidas, atacando violentamente las estructuras sociales que impiden supuestamente el acceso a los recursos normalizados para desarrollar sus proyectos de vida.

En estos escenarios descritos, las condiciones de «propiedad» de bienes, trabajo o identidad resulta un elemento diferenciador y segregacionista socialmente. Yo tengo, tú no tienes, nosotros sí tenemos, ellos no tendrán (nunca)... Así funciona la organización societaria en la que coexistimos, con los riesgos de deterioro progresivo de la convivencia cívica en cualquiera de nuestras ciudades, donde apenas conocemos a nuestros vecinos con los que compartimos paredes que nos separan más, que unen en comunidad. Son los nuevos muros, físicos y mentales, a modo de mapas que distingue a una ciudadanía de otra, estableciendo categorías sociales inalterables a lo largo del tiempo.

Observemos el mapa de una ciudad mediana por su tamaño de población como Badajoz con algo más de 150.000 habitantes, donde hay barrios con mayor o menor impacto social por su idiosincrasia, pero divididos por el río Guadiana en dos márgenes naturales con situaciones de desigualdad por las condiciones de vida de unos y otros vecindarios. Un hecho social e histórico que debiera ser objeto de políticas de atención preferente por las administraciones públicas competentes. La realidad es que las distancias geográficas se mantienen entre territorios, pero lo más grave es que acrecientan en el imaginario colectivo de la ciudadanía pacense. Este ejemplo sería extrapolable a cualquier urbe en estos tiempos de fronteras en España, Europa y el resto del planeta Tierra.

Tales circunstancias muestran la tendencia socio-política a la planificación deliberada de sociedades de fronteras, debido al movimiento centrífugo que echa a cualquier elemento diferente y desintegrador, al menos en apariencia para quienes dominan culturalmente cada territorio. Si no se cumplen ciertas expectativas, el sistema social te aparta como agente extraño y generador de posibles desordenes sociales, como defendían los teóricos del funcionalismo como Spencer, Malinowski, Merton y Parsons, entre otros.

Pero es más, estas sociedades de fronteras, también son cada día más consumistas y alexitímicas, como reflejan la incapacidad para expresar sentimientos en común, más allá de los criterios de oferta y demanda que conlleven la mercantilización de las relaciones interpersonales. Incluso se podría citar las fronteras virtuales en la sociedad digital, donde todos no somos iguales para su acceso, ya que algunos son usuarios generadores y distribuidores de contenidos, mientras que otros tienen vedado su intervención en la evolución de las TIC.

Racismo, machismo o edadismo, son nombres propios de los fenómenos de discriminación social al alza en Europa, estimulados por corrientes ideológicas que influyen en la opinión pública de cada Estado, cada día más en descomposición por la falta de liderazgo política en la provisión de servicios públicos que consoliden el bienestar general. Son las sociedades de fronteras domésticas y mentales que obstaculizan espacios de convivencia en igualdad para todos y todas.

Por suerte, aún quedan personas que luchan con entusiasmo por la utopía de construir entornos más equitativos, inclusivos y sostenibles, pensando hoy en el futuro de las próximas generaciones. Un ejemplo serían las personas que ejercen su derecho de asociación y participación en la vida de sus comunidades locales, desde el compromiso por transformar realidades que imposibilitan los derechos sociales para otros tantos conciudadanos. Me estoy refiriendo al voluntariado como movimiento social organizado en entidades no lucrativas especializadas del Tercer Sector en la intervención en distintos ámbitos de la sociedad civil, especialmente en favor de aquellas personas que más necesitan esta ayuda altruista y solidaria. Mujeres y hombres de distintas edades y generaciones, motivados por múltiples razones, que representan la acción voluntaria que coopera por la mejora de la calidad de vida y la cohesión social como expresión de esta ciudadanía activa organizada.

Cada 5 de diciembre se celebra el Día Internacional del Voluntariado, este año poniendo en valor que los voluntarios siempre son los primeros en actuar, en responder a las llamadas en momentos de necesidad a escala local y global, contribuyendo a salvar vidas hoy y apoyando a aquellos que quieren seguir viviendo con dignidad mañana. Manos y cabezas solidarias que no entienden de límites, superando cualquier frontera que represente un episodio más de la involución del ser humano. El voluntariado aspira a un mundo justo, pacífico e inclusivo, que muchos anhelamos en un nuevo orden mundial liderado por los Derechos Humanos, y en un país como España con un marco constitucional adaptado a las exigencias del siglo XXI.

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