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¿Cómo evitarel próximo atentado?

El problema debe resolverse atacándolo por la base. Sin el encuadramiento ideológico del yihadismo, los futuros terroristas terminarían en la pequeña delincuencia

juanjo sánchez arreseigor

Viernes, 18 de agosto 2017, 23:15

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París, Londres, Berlín, Bruselas, Estocolmo... y ahora un ataque múltiple en Cataluña: Barcelona, Cambrils, Alcanar... pero centrémonos en lo que realmente importa: ¿Cómo evitamos que suceda de nuevo? La triste realidad es que es una misión casi imposible. Los lugares comunes que repiten sin cesar los tertulianos no valen para nada: «Expulsarlos a todos», «integrar mejor a los inmigrantes», o «es la respuesta al imperialismo occidental; por eso atacan a Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos...». Pero vemos que se cometen atentados en Bélgica, Alemania o Suecia. España sufrió la matanza de Atocha cuando teníamos tropas en Irak o Afganistán, pero ahora que ya no tenemos esas tropas desde hace años, también sufrimos ataques. Aunque expulsásemos o integrásemos perfectamente a todos los musulmanes en España, los atentados podrían cometerlos un par de forasteros llegados expresamente para dar el golpe. Un par de billetes de tren o autobús, más el alquiler de una furgoneta, y ya está organizado el atentado.

En cuanto a la motivación, es necesario distinguir entre líderes y ejecutores materiales. Los líderes representan un mundo que se extingue, una sociedad tradicional inexorablemente erosionada por el roce del mundo moderno; de ahí su extrema violencia. La religión islámica, un corpus ideológico muy amplio donde coexisten variantes, confesiones y escuelas muy heterogéneas, se reinterpreta para justificar la violencia, que a su vez sirve para imponer el dogma extremista como único admisible. A partir de ahí se les hace la guerra a los no musulmanes porque son infieles, y se les hace la guerra a los musulmanes porque son ‘malos’ creyentes, porque no se adhieren a la secta.

Los ejecutores son básicamente jóvenes desubicados, llenos de inseguridades y frustraciones sobre su integración en una cultura extraña, su valía personal, su futuro laboral o su escaso o nulo éxito con las chicas; resentidos y deseosos de reafirmar su masculinidad. En otras circunstancias se habrían hecho hinchas violentos de fútbol, delincuentes, neonazis de cabeza rapada de los que se divierten apalizando vagabundos, etc. Pero surgen líderes para explicarles que en realidad son unos tíos geniales, ¡los verdaderos creyentes, amados de Dios! Mientras que el resto son unos perros infieles que deben recibir su merecido. Es muy tentador ‘comprar’ semejante mercancía.

Los atentados se justifican mediante una verdadera filosofía del Mal: Por la voluntad de Dios, los hombres están por encima de las mujeres; los musulmanes están por encima de los infieles, pero los musulmanes chiitas son escoria exterminable, etc. La Guerra Santa –yihad–, ya no consiste en defender el Islam contra agresiones no provocadas sino en matar indiscriminadamente a todos aquellos que no secunden a los yihadistas. Nada de democracia ni libertades o derechos. Las huelgas son pecado. La soberanía pertenece a Dios, es decir, a los líderes yihadistas, quienes decretan a punta de metralleta cómo interpretar los textos sagrados. El racionalismo es pecado porque solo Dios es realmente sabio. Todo es sucio, todo es pecado, cualquier forma de diversión está prohibida, etc.

Este esquema se ha repetido en infinidad de ocasiones, en contextos culturales muy diferentes: Los talibanes afganos, el Jemer Rojo camboyano, la Revolución Cultural maoísta en China, Sendero Luminoso en Perú, los jacobinos de la Revolución Francesa, Hitler, Stalin, etc. Cuando la sociedad tradicional quiebra, cuando todos los marcos de referencia se desvanecen, parte de la población está dispuesta a respaldar cualquier barbaridad, sobre todo si les dicen que ellos van a ser el nuevo grupo dominante y que el resto tendrá que besarles los pies.

Sabiendo quién nos ataca y por qué, a partir de ahí podemos establecer el rudimento de un plan. Vaya por delante que la acción policial es esencial, pero no estoy hablando de represión o control omnipresente, a la manera de un Estado totalitario, sino de información y colaboración entre todas las fuerzas de seguridad en todos los países afectados. Es una estrategia de eficacia demostrada, que ha impedido casi todos los atentados que los yihadistas planeaban cometer. Por desgracia no pueden impedirlos todos.

El problema debe resolverse atacándolo por la base. Sin el encuadramiento ideológico del yihadismo, los futuros terroristas volverían a terminar en la marginalidad del gamberrismo o la pequeña delincuencia. Ahora bien, tan vasto programa implica nada más y nada menos que manipular una civilización entera y arreglar sus gigantescos desajustes internos, el verdadero origen de todo este sangriento embrollo. Es evidente que es una tarea fuera del alcance de cualquier país, incluido Estados Unidos, o incluso de cualquier coalición de potencias. Ninguna intervención política o militar desde el exterior obtiene el éxito sin contar con poderosos aliados interiores, pero aun así, el resto de la población se resistiría, nos acusarían de ir a por el petróleo, y nos veríamos involucrados en una gigantesca guerra civil panislámica, que en realidad, es lo que está sucediendo ahora mismo.

La crisis de la civilización islámica únicamente puede arreglarse desde dentro y eso puede llevar décadas. Mientras tanto, podemos reducir drásticamente el número de atentados aniquilando al Estado Islámico, desmantelando Al-Qaida, impidiendo que los yihadistas usen Internet, defendiendo la democracia tunecina o revirtiendo la deriva autoritaria de Erdogan en Turquía. Esa es la parte ‘fácil’. Lo complicado es imponer un acuerdo de paz definitivo entre árabes e israelíes, detener la guerra civil en Siria, estabilizar Afganistán u obligar a los saudíes a dejar de financiar y alentar el yihadismo, que al fin y al cabo es su ideología nacional. ¿Alguno de ustedes se anima a ponerle el cascabel a cualquiera de estos gatos?

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