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España afrentada

Con una pachorra muda ha sido incapaz de exponer razones históricas o económicas y ha caído en el tópico de hablar del cumplimentode la ley. Esa es la primera palabra, y la segunda ha sido la del diálogo, dialogar para ceder, dialogar para suplicar. Dialogar para ofrecer dinero y seguir favoreciendo el agravio. Pero ni ha usado la política ni ha dado razones en Cataluña para mantener este modelo de Estado

Feliciano Correa

Domingo, 8 de octubre 2017, 22:59

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NO voy a redactar un artículo erudito, no voy a dar razones sobre la verdadera historia del Condado de Cataluña y su relación de la Corona de Aragón, no voy a poner en el papel los privilegios con que ya desde el régimen de Franco se trató a esos territorios cuando, tempranamente en los años cincuenta, se nombró como primer ministro para los Planes de Desarrollo al tarraconense y catedrático de Economía, Pedro Gual Villalví, a fin de favorecer a aquellas tierras. No voy a mencionar cómo, por el olvido gubernamental, tuvimos que emigrar a esos lugares beneficiados, para comer prestando nuestra mano de obra. No voy a contar cómo desde Adolfo Suárez hasta hoy, con la incompetencia subrayada de Rodríguez Zapatero, pirómano torpe que estimuló el desguace separatista, todos los gobiernos han negociado en la intimidad comprando votos con el dinero de todos. No voy a contar cómo tantos extremeños sufrimos la marginación de los radicales de entonces, como hoy sufren los golpes las fuerzas y cuerpos de la seguridad del Estado. Y no voy a decir nada de eso porque ahora lo que siento es dolor y vergüenza.

Suele decir el viejo dicho castellano que «la ropa sucia hay que lavarla en casa», pero por la torpeza de este gobierno de España que lleva como un hándicap adosado a sus acciones el complejo de una derecha que practica un malabarismo torpe, para intentar desteñirse de la acusación de herederos del franquismo, hace que siempre esté más en la pose que en la eficacia.

Estos días somos portada en los diarios del mundo, nosotros, los magos de la Transición, porque España se cuartea. Dos palabras se han gastado en el impulso separatista, porque han faltado argumentos y porque el presidente del gobierno es un reo funcionario en su propio palacio. Con una pachorra muda ha sido incapaz de exponer razones históricas o económicas y ha caído en el tópico de hablar del cumplimento de la ley. Esa es la primera palabra, y la segunda ha sido la del diálogo, dialogar para ceder, dialogar para suplicar. Dialogar para ofrecer dinero y seguir favoreciendo el agravio. Pero ni ha usado la política ni ha dado razones en Cataluña para mantener este modelo de Estado. No es bastante con decir que se aplica la ley o que hay que dialogar. Porque gobernar es el arte de solucionar problemas sin crear otros mayores. Ya estamos lavando la ropa sucia en el balcón y la iniciativa la llevan los sediciosos haciendo que cada pasito del gobierno, atrincherado detrás de las togas, sea solo una respuesta tímida al reto. De tal modo que Madrid llega tarde y mal y el problema ha ido cuesta abajo cogiendo velocidad.

Los sufridores de este abochornante espectáculo son los propios ciudadanos silenciosos, de dentro y de fuera de Cataluña, que sienten en sus carnes la dejación. Cataluña, con la eñe de España, es parte de mi patria española. No es posible en buena lógica que unos cuantos puedan decidir por toda la casa de vecinos, donde se rige con un reglamento y hay intereses generales que no puede conculcar el capricho del vecino del quinto.

Y los otros sufridores son aquellos que han enviado a recibir los insultos y la indignidad. Cuerpos y fuerzas de seguridad, paisanos que han de servir de fuerza de choque para sustituir a la incompetencia. Jamás en nuestras vidas vimos vejación tan gigantesca con servidores públicos. El caldo de cultivo gestado por planes educativos bastardos donde se ha educado contra España, explican esa aglomeración de jóvenes indignados que propinaban patadas, arrojaban vallas y se meaban y defecaban en los coches oficiales.

El patriotismo, la tierra de los padres, que es orgullo en Francia, Inglaterra, Alemania o a EE UU, se califica en España como un término rancio y trasnochado. La patria cantada y defendida por hombres tan dispares como Ortega y Gasset, Maeztu, Unamuno, Indalencio Prieto o Azorín, se moteja hoy como palabra moribunda que ni siquiera se nombra. Hablamos de nación o de país, del Estado y del Gobierno, y hemos arrojado al cubo de la basura a la patria, como concepto y como vocablo, sin reparar en que el verbo no es sino el sentir del espíritu. Pero la patria ha de ser un proyecto colectivo de vida en común como señaló el propio Ortega.

Nos hemos pasado la historia hilvanando retazos de esta piel de toro para edificar una gran nación, un sitio donde mereciera la pena estar, y tras la Constitución del 78 andamos otra vez haciendo jirones esa propuesta de vida compartida, aburridos de sentir el orgullo de ser español. Sí, ya sé que estas expresiones mías pueden ser calificadas como periclitadas, pero como historiador conozco el discurrir de mi pueblo y sé que ahora soportamos ese ambiente de taberna en la madrugada, cuando parece que se corrompe el aire. Perder el orgullo de lo propio compartido nos ha conducido a esta afrenta, a esta imagen donde lo que trasciende al extranjero no es la desobediencia a la ley y la perturbación de las normas, sino cómo unos paisanos vestidos de uniforme cumplen con lo que la justicia les ha encomendado. La prensa de fuera no sabe leer entre líneas y la sal gorda vende más que la sutileza. Somos hoy observados como celtíberos indómitos, y mientras tanto, a remolque, apegado a su modorra habitual y sin iniciativa, Rajoy parece un pordiosero que reclama misericordia a los impíos de España. Al tiempo los españoles piden, contra la pereza, diligencia. Hablan las ciudades por sus balcones y sienten junto a la vergüenza, el escozor de la pasividad. Tengo hijos catalanes, vascos y extremeños y ahora siguen siendo hermanos e hijos de la misma patria, pero no sé qué pasará mañana al ver como la falta de coraje y de olfato político nos sume en la afrenta hoy y, por la dejación y la falta de valor del gobierno, nos acercamos mañana o pasado mañana a un precipicio sin retorno.

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