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La escuela del futuroya está aquí

Buena parte del profesorado no ha dado el paso hacia una formación en competencias digitales; su conocimientode este entorno es primitivo –Whatsapp, correo, encenderuna pizarra digital, y poco más–, incluso reacciona a la defensiva, como si fuera enemigo del aprendizaje

Ramón besonías

Martes, 19 de junio 2018, 00:27

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La escuela es un excelente termómetro de los efectos perversos que ha provocado la crisis económica sobre las familias. Un ejemplo aparentemente pueril: El alumnado de Secundaria de hace cinco o seis años disponía de móviles de última generación, que cambiaba por otro mejor sin apenas haber pasado un año; hoy la mayor parte del alumnado se conforma -¡no le queda otra!- con uno asiático de nombre impronunciable y baja calidad. Otro ejemplo, este más determinante: el alumnado de un aula estándar hace unos años era más homogéneo que ahora; la diversidad cultural, económica y social del alumnado ha aumentado, y con ello nuevos retos a los que el profesorado responde con perplejidad, a veces con rechazo, pero que tarde o temprano deberemos hacer frente con creatividad y voluntad colaborativa. La pobreza y la precariedad modifican radicalmente la unidad familiar y el equilibrio emocional de los menores. Y ello se refleja a modo de inconsciente digestión en la escuela a la que el docente debe dar respuesta, asumiendo la diversidad como un signo de nuestro tiempo y la inclusión como un horizonte necesario. Sin embargo, no es fácil, requiere del docente desaprender y adaptarse, no concibiendo los centros educativos como islas, sino como un espacio abierto al entorno vital de su alumnado.

A esto se suma un fenómeno creciente que distancia al profesorado de su alumnado: la cultura digital. Hace 30 años, no existían diferencias significativas entre un alumno y un docente. Hoy, el docente se enfrenta a un reto esencial: comprender a un alumnado que vive su tránsito a la vida adulta en un ecosistema que el profesorado a veces cree sacado de un universo paralelo, distópico e inalcanzable.

Buena parte del profesorado no ha dado el paso hacia una formación en competencias digitales; su conocimiento de este entorno es primitivo –Whatsapp, correo, encender la pizarra digital y poco más–, incluso reacciona a la defensiva, como si fuera enemigo del aprendizaje. Sin embargo, el medio natural de aprendizaje de nuestros alumnos dejó hace tiempo de ser el libro, y mucho menos las competencias que les exigirá el mundo laboral. Cada vez es más habitual encontrar a docentes que ya no entienden a sus alumnos, que los miran como si habitaran un planeta ignoto y hostil. Igualmente, los alumnos observan al profesorado como viejos trogloditas, narrando batallitas. El desconocimiento del docente torna en recelo, contemplando redes sociales, videojuegos, móviles, como armas del diablo y no oportunidades para aprender.

Estos van a ser a mi juicio los dos grandes retos a los que se enfrenta el docente de este joven siglo XXI: la inclusión social y la inclusión digital. Ello exige de nosotros, los docentes, un esfuerzo extra, una readaptación constante a las demandas de un entorno en constante mutación, con un alumnado diverso, precario, absorto por la difusa fugacidad de la información, cada vez más digitalizado y susceptible de ser engañado por los reclamos de las grandes empresas de consumo. Humanizar y eticizar la globalización digital, he ahí la cuestión. Este contexto requerirá del docente una formación que no solo responda a esta mutabilidad, conociendo la potencialidad y los peligros –ambos, no solo los elementos distópicos– que contiene, sino también ofreciendo un mapa que permita a los alumnos orientarse entre la maleza de reclamos, ayudándoles a crear su propia geografía de valores y caja de herramientas con la que moverse por este mundo. Esto no es posible si el profesorado insistimos en la numantina actitud de protegernos en una cómoda zona de confort, cortada a medida de nuestras convenciones. El mestizaje es inevitable.

Les ha tocado a nuestro alumnado un profesorado en transición, a caballo entre el viejo universo analógico y el horizonte infinito de una nueva forma de concebir las relaciones humanas, laborales, culturales... Esta es nuestra debilidad y nuestra fortaleza. Requiere de nosotros no tener miedo al cambio, aprender a escuchar la hierba crecer, desaprender y aportar a esta insaciable telaraña de futuribles un sentido que dé esperanza a nuestros jóvenes entre tanta información y deseos enlatados.

Es imposible volver atrás. El mundo analógico y homogéneo es residual, está en progresiva descomposición. La sociedad es diversa, plural; solo cabe sumar, incluir, escucharnos. Y aprender en todo momento, no tener como cierto sino la necesidad de dar nombre, humanizar la realidad, a esta velocidad que nos impide pensar, disfrutar y compartir lo vivido.

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