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Engañoso Puigdemont

El presidente de la Generalitat envuelve en palabras amables la ruptura ilegal que se dispone a ejecutar el lunes

Jueves, 5 de octubre 2017, 00:17

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Carles Puigdemont compareció ayer para transmitir un discurso aparentemente conciliador, mientras anunciaba como de pasada que las instituciones autonómicas se aprestan a aplicar el «mandato popular» del referéndum del 1-O, tan ilegal como carente de mínimas garantías democráticas. El ardid fue claro: apelar al diálogo que el independentismo hace imposible desde el momento en que se salta la ley para, al final, dejar caer que la hoja de ruta secesionista sigue adelante. Ofrecer la sensación de que él mismo podría renunciar a la declaración de independencia mientras advierte de lo contrario. Un mensaje cuyo envoltorio amable no puede ocultar un intolerable desafío al Estado de Derecho que ha partido en dos a la sociedad catalana y en el que empleó el tono más ácido para replicar al Rey por su defensa de las instituciones democráticas y del imperio de la ley. El secesionismo se ha aprovechado durante años de la buena fe de muchas personas, organizaciones sociales, instituciones y empresas, confiadas en que la unilateralidad no iba a llegar hasta estos límites. El presidente de la Generalitat quiso apurar ayer las oportunidades que los equívocos pueden ofrecer al rupturismo. El independentismo gobernante está sometiendo al país a un triple chantaje. En primer lugar, conmina a la población catalana a adherirse a su causa si no quiere quedarse al margen. Además, emplaza al Estado constitucional a ceder en el cumplimiento de la legalidad para así facilitar la desconexión unilateral de Cataluña. Por último, advierte al resto de españoles de que el pulso tendrá costes económicos para el conjunto del país, que ya se han hecho visibles con la caída de la Bolsa.

«ASÍ NO». Es posible que la estrategia trazada por Rajoy de responder puntualmente a las sucesivas vulneraciones de la legalidad, pero sin adelantarse a los acontecimientos, ya ha dado todo lo que podía dar de sí. De ahí que Puigdemont –un dirigente «fuera de la ley», en palabras de Soraya Sáenz de Santamaría– no revelara explícitamente que la mayoría raspada que encabeza en el Parlament se dispone a aprobar el lunes una declaración unilateral de independencia. «Hacer lo que otros pueblos han hecho», en las medidas palabras del president, quien eludió el término ‘independencia’ e incluso utilizó el castellano para trasladar al resto de los españoles un mensaje de supuesta concordia. Pensar en que Junts pel Sí va a cerrarse en banda ante las exigencias de la CUP, a la espera de alguna otra salida, resultaría ingenuo. Una declaración de independencia hubiese sido poco más que simbólica en otras circunstancias. Pero con la Generalitat fuera de control desde el punto de vista de los contrapesos de todo sistema democrático –la pluralidad parlamentaria y la supervisión judicial– y, vista la exaltación con que sectores secesionistas han llevado sus aspiraciones a la calle, declarar a Cataluña república independiente supone la formalización de una ruptura que no puede llevarse consigo las instituciones de la autonomía. Puigdemont insistió en sus apelaciones a una «mediación» inconcreta –condenada al fracaso por su enrocamiento en proclamar la independencia sí o sí, sin el menor respeto a las leyes– y recurrió al eufemismo de llevar a la práctica el resultado del 1 de octubre para así ganar tiempo y postergar la reacción del Estado de Derecho. Convencido de que el independentismo gobernante puede apurar las posibilidades que le brinda el victimismo, espera al lunes para hacer efectiva la declaración de ruptura. A él cabe aplicarle las mismas y rotundas palabras que dirigió al Rey en su alocución. «Así, no».

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