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Cultura, idiota

Es curioso el descaro con el que dictan a los trabajadores, y trabajadores somos todos los asalariados, lo que tenemos quehacer y debemos pensar, porque somos tontos y los malosnos tienen adormecidos. Nos podrán despertar, quizá,pero si somos tontos veo difícil que nos den la vuelta

Felipe Sánchez Gahete

Martes, 16 de enero 2018, 00:25

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Hace unos días Paco Vaz, del que me gusta igual, o sea mucho, lo que escribe y pinta, ponía el dedo en la llaga con su artículo sobre la ópera ‘Carmen’. Apenas un día después, Catherine Deneuve, asustada por la deriva –más de lo mismo–, condena a #MeToo por incitar el puritanismo y la justicia sumaria a los hombres.

Y esto no sucede porque sí, es que de pronto los hijos putativos de la ‘Gauche divine’ no estuvieron dispuestos a que alguien dijera de ellos lo que Vázquez Montalbán de sus padres: «lo más lamentable es confundir un talante vital con una participación histórica». Quieren participar y de qué modo.

Jones y Errejón ‘et al.’ coligen o deciden, o las dos cosas a la vez, que el Partido Laborista, el PSOE o, incluso, el afamado transformista PC y cualquiera de sus posteriores siglas, son más de lo mismo y que ellos ahí no hacen carrera y, como buenos productos de las facultades de ciencias políticas, diseñan un escenario ‘ad hoc’ que les lleve en volandas a mandar, que ya es hora. Su ‘target’, los ‘chavs’. Lo primero, pues, es rescatar y darles protagonismo, nada de chavs: trabajadores. Una supuesta clase trabajadora que ellos definen interesadamente de forma etérea y, les advierten, está en peligro de extinción o ha devenido en lo que no debe, sólo ellos sabrán darle sitio y valor y a la que invitan a cualquier ‘outsider’, perroflauta o no, a que se sume. Saben con Bordieu que muchos ilusos caerán en las consignas.

Es curioso el descaro con el que dictan a los trabajadores, y trabajadores somos todos los asalariados, lo que tenemos que hacer y debemos pensar, porque somos tontos y los malos nos tienen adormecidos. Nos podrán despertar, quizá, pero si somos tontos veo difícil que nos den la vuelta.

Es una experiencia, lector, por la que probablemente has pasado: estás en un grupo y de repente alguien dice o hace un comentario frívolo o de mal gusto, o tienes la televisión puesta y te llaman la atención imágenes de titiriteros que enaltecen a ETA, o de gente disfrazada de algo que penetran en una capilla, católica por supuesto y en presencia del capellán y de unos fieles prorrumpen en exabruptos, no blasfemias, por supuesto, porque no creen en Dios. No está en su escala de valores la tolerancia y respeto a los que piensan o creen distinto y así, Carmena ‘dixit’, pisotear a los demás es, si lo hacen ellos, sólo sátira y libertad de expresión, pero, eso sí, sus cojones no son suficientes para hacerlo en una mezquita. Les sale gratis y España, lo saben bien, no es un país árabe donde por hablar mal de Alá te cortan las coletas.

O cambias de programa y un tal Gargantè, conductor ‘d’autobusos, sindicalista i activista social català’ por currículum, portavoz de CUP en el ayuntamiento de Barcelona, le dice al Rey que vaya para allá, que el cuello le va a cortar. Y sus compañeros le ríen la gracia; que se la verán ellos, claro. Será cuestión de distinto sentido del humor, o de gustos, porque a mí me horrorizan sus pintas y sus pelos y a ellos, a juzgar por la imagen de su portavoz, la Gabriel, sólo les gusta pelarse en la barbería de los batasunos.

Gustos aparte, miras a tu alrededor buscando una pizca de preocupación y bochorno y nada.

Lo que me preocupa, además abochornarme, es que los energúmenos que habían protagonizado el asalto a la capilla o quieren pasar a cuchillo al Rey gobiernan en tantos sitios de España con los votos y/o la complicidad de aquellos, ¡Ay Carmona!, que se consideran adalides de la tolerancia, la diversidad y tantas otras cosas. ¿Tú también, Sánchez?

Umbral, con su proverbial mala uva y para denostar a Caldera, decía de él : «tiene el cuello más ancho que la cabeza y esto es malo para pensar». Hoy se presta más atención al fenotipo Errejón y a su clon Jones que al fenotipo Caldera. No sé si Umbral nos hubiera advertido de que a los que les nacen las orejas donde las muelas del juicio tienen mucho peligro, pero sería menester que alguien elabore una teoría sobre el material genético de ambos y la influencia de la UCM en uno y del University College en el otro. Epigenética, vamos.

La publicación en ‘El País’ de «Gramsci en San jerónimo» por José María Lassalle suscitó artículos como el de Carlos Prieto o respuestas como la de Germán Cano, que ya había tenido sus más y sus menos con Lassalle, como sucedió con «España en Weimar o Bolivia» del primero y «El fantasma populista» del segundo.

Ya en los noventa me habían llamado la atención los artículos que mi eminente compañero y cuasi paisano don Cristóbal Pera venía publicando en ‘Jano’ sobre la cultura, principalmente uno que tituló «La cultura como ideología con pretensión hegemónica» y que es de imprescindible lectura para comprender lo que está pasando.

La cultura, nos recuerda, cuando traspasa el ámbito individual y se transmuta en un sistema de ideas y valores se convierte en un instrumento de poder. A la hegemonía se llega cuando se ocupan por un grupo o clase, como le gusta escribir a Jones, todas las posiciones del poder institucional por eso el enemigo a batir es la hegemonía de la ideología burguesa que, con su liderazgo moral y político, ha logrado que los demás tengan su misma visión del mundo, así, las otras clases habrían interiorizado esto y al aceptar sus valores morales, políticos y culturales estarían instalados en una falsa consciencia: «satura la sociedad en tal extensión y a tal profundidad que, para la mayoría de la gente, constituye la sustancia y el límite del sentido común», escribió Willians.

La cultura transmutada en ideología sería pues el instrumento decisivo para conseguir una nueva hegemonía social. Y en eso están, intentando institucionalizar, ya desde dentro, una cultura que les lleve, ya están llegando, a imponer una ideología dominante y excluyente. Lo de ‘Carmen’, forma parte del decorado, pero es anécdota, porque, en el fondo, lo que quieren es mandar y, sobre todo, que pensemos como ellos.

Los demás, qué decir: la minoría predicando en el desierto, la mayoría dejándose llevar, muchos de ellos, queriendo coger trozos del pastel, como el responsable del Teatro di Maggio. Los políticos de tres al cuarto, fiel reflejo de esa mayoría, viviendo como nunca habían soñado, trincando o, simplemente, vigilando, como Carmona.

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