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AGOTADOS

LA SEMANA POLÍTICA ·

A la postre, los destrozos del delirio independentista los pagaremos todos, a escote. A Extremadura le tocará su parte de esa factura. La rebelión de los ricos (no otra cosa es la revuelta catalana, con sus sonrisas y sus velitas de atrezzo) la pagarán los pobres.

Manuela Martín

Badajoz

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Domingo, 22 de octubre 2017, 08:30

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Casi dos meses de crisis en Cataluña y los españoles estamos emocionalmente agotados. Cansados de una sucesión de 'días D' en los que se juega nuestro futuro. Y lo peor es que la crisis no ha acabado. La negativa de Puigdemont a acatar la Constitución y la consecuente activación del artículo 155 de la Carta Magna por parte de Mariano Rajoy abren un nuevo periodo de incertidumbre. No sabemos qué va a pasar, pero nos tememos lo peor. El escritor Eduardo Mendoza, catalán templado, confesaba esta semana que la crisis es «un lío que por fuerza tiene que acabar mal». Y es que todos los escenarios que se adivinan son desastrosos, para Cataluña y para el resto de España, que sufrirá también las consecuencias de la crisis social, política y económica.

Manifestación en Barcelona el pasado martes contra el encarcelamiento de Jordi Cruixart y Jordi Sánchez
Manifestación en Barcelona el pasado martes contra el encarcelamiento de Jordi Cruixart y Jordi Sánchez

El desafío independentista ha tenido como consecuencia que todos los problemas sociales y políticos que vivimos en España palidezcan: desde la corrupción al paro, por citar solo los dos asuntos que aparecen en cabeza entre las preocupaciones ciudadanas. El estallido de la crisis en Cataluña ha postergado cuestiones vitales. ¿Qué pasa, por ejemplo, con la reivindicación del tren de Extremadura? ¿Qué atención y qué presupuesto le va a prestar un Gobierno dedicado a tiempo completo a apagar el incendio desatado en Cataluña? ¿Quién va a sufrir más la previsible caída del PIB?

¿Qué pasa, por ejemplo, con la reivindicación del tren de Extremadura?

La crisis catalana daña a Cataluña en primer lugar, pero perjudica a España de lleno. Por la fractura social que provoca, que solo sirve para alimentar radicalismos y xenofobia, y porque los efectos económicos de este terremoto político nos afectan a todos. Ya lo decían hace unos días en estas páginas destacados empresarios extremeños: el boicot a productos catalanes es un boomerang que puede estamparse a su vuelta en la cara de los agricultores e industriales que venden tomate en Cataluña, por ejemplo.

Por más que les pese a los independentistas, convencidos de que pueden construir su propia isla feliz al margen de todo, la economía es global y lo que ocurre en Barcelona afecta a Badajoz y viceversa. Es casi una obviedad decirlo, pero no hay soluciones simples a un problema tan complejo como el nacionalismo catalán. Ni dejar de comprar fuet de Lérida ni mandar detener a Puigdemont lo mejora. Ojalá fuera tan fácil.

Lo que ocurre en Barcelona afecta a Badajoz

La aplicación del artículo 155, la única opción que le queda a Rajoy tras la contumaz negativa del Govern de volver a la legalidad, podría empezar a encarrilar el conflicto.

El comodín del victimismo

A estas horas está claro que Puigdemont, que ha hecho varios amagos de declarar la independencia, y hasta la ha proclamado durante unos segundos (la situación sería surrealista si no fuese tan grave) no quiere dar el paso definitivo. Está por ver si cumple su amenaza de hacerlo ahora que el Consejo de Ministros ha puesto en marcha la maquinaria constitucional. Anoche lo aplazó a una futura sesión del Parlament.

Los independentistas salen en manifestación con coreografías perfectas, difunden vídeos con los que alimentar el victimismo y hasta juegan a hundir los bancos con la consigna patética de sacar 155 euros de los cajeros en una hora. Pero todas estas iniciativas no dejan de ser fuegos de artificio ante la evidencia de que hoy el independentismo está más desacreditado y más solo en Europa que hace un mes.

La salida masiva de empresas de Cataluña y el riesgo de que otros países acaben contagiados por movimientos secesionistas han acabado por convencer a la Unión Europea de la gravedad del problema y de la necesidad de actuar con firmeza. Si hasta hace unas semanas el mensaje oficial defendía que el problema era un asunto interno, hoy ningún país de la UE se apunta a esa teoría. Está en juego el proyecto europeo, el que nació para luchar contra los peligros del nacionalismo, y nadie con mando en Europa -de Merkel a Macron, de May a Tusk- le va a prestar ya oxígeno al averiado 'procés'.

El hecho de que solo Nicolás Maduro vea con simpatía la independencia de Cataluña debería hacerles recapacitar. Aunque solo fuera por estética. ¿Se imaginan la cumbre Puigdemont-Maduro? No se rían.

En estas largas y cálidas semanas de octubre, el independentismo se ha apuntado algunas bazas: la intervención policial del 1-O es la principal. Pero el comodín del victimismo ya está gastado y el proyecto independentista se ha quedado desnudo y aparece tal y como es: el delirio supremacista e insolidario del nacionalismo. Sin embargo, que esté desenmascarado no significa que esté derrotado o que no vaya a seguir haciendo daño. Quizá a lo único que podemos aspirar es a que la aplicación del artículo 155 evite el desastre total.

A la postre, los destrozos del delirio independentista los pagaremos todos, a escote. A Extremadura le tocará su parte de esa factura. La rebelión de los ricos (no otra cosa es la revuelta catalana, con sus sonrisas y sus velitas de atrezzo) la pagarán los pobres.

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