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Moción de fogueo

Moción de fogueo

Antonio Papell

Viernes, 19 de mayo 2017, 17:42

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Nuestra Constitución fue elaborada técnicamente por avezados constitucionalistas que tuvieron en cuenta su funcionalidad y, entre otros aciertos, introdujeron la moción de censura constructiva, ajustada al modelo alemán (quien quiera conocer con pormenor aquel proceso de elaboración debe consultar el libro definitivo sobre la Carta Magna de Óscar Alzaga, uno de los expertos que colaboraron decisivamente en aquel designio que tan fecundo resultó). Dicho modelo, que juega a favor de la estabilidad de los gobiernos, se basa en el criterio de que la moción de censura ha incluir necesariamente un candidato alternativo, de manera que, cuando la iniciativa consigue mayoría suficiente, la censura al presidente saliente equivale a la investidura del entrante.

En consecuencia, la moción de censura presentada por Podemos tiene un haz y un envés: si triunfara, significaría el derribo del actual gobierno de Rajoy, pero al mismo tiempo el acceso al gobierno del candidato alternativo, Pablo Iglesias, quien de momento no cuenta con más apoyo que sus 71 diputados, y no es de esperar que reciba muchos más. Además, la exigencia de un candidato alternativo incluye tácitamente la necesidad de que ese aspirante proponga al parlamento un programa, que es el que en teoría debería debatirse y, finalmente, someterse a votación.

Así las cosas, la moción de censura que ya se ha presentado en la secretaría del Congreso no es más que una moción de fogueo, un ruido de gastar pólvora en salvas porque ni Iglesias se ha preocupado de buscar apoyos, ni mucho menos de enunciar y negociar un programa que ampliara su base.

Si Podemos fuera sincero al enunciar su objetivo y este fuera realmente actuar contra un gobierno de un partido corroído por la corrupción hasta extremos realmente insoportables, entraría en contradicción consigo mismo porque no hace falta recordar que Iglesias ya tuvo hace un año la ocasión de posibilitar un gobierno alternativo, a partir del pacto formado entonces por el PSOE de Pedro Sánchez y Ciudadanos de Albert Rivera, que no quiso apoyar. Desperdiciada aquella oportunidad, sus piruetas de ahora no son en modo alguno creíbles. Y de poco le servirá enredar en las vísperas electorales del PSOE porque, sea cual sea el desenlace de estas primarias, los socialistas no se arrimarán a una formación que mantiene en sus entresijos el viejo odio leninista a la socialdemocracia que recuperó en su momento Julio Anguita y que Iglesias parece haber heredado de su propia mano.

Iglesias debe desengañarse: en este país, ya bastante curtido políticamente, la alianza de Podemos con Izquierda Unida sitúa al conjunto en la extrema izquierda, le impide intentar siquiera el sorpasso -siempre el centro-izquierda será más fuerte- y le pone en riesgo de que el sector moderado de su propia organización deserte y se vaya a los parajes templados del centro-izquierda. La moción de censura no tiene futuro, y el populismo de Iglesias, tampoco si no procede a una profunda rectificación.

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