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Echar a andar

La situación tras la fallida investidura pide un mínimo entendimiento entre PP y PSOE para sacar al país de tan absurdo atolladero

PPLL

Jueves, 1 de septiembre 2016, 00:29

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La candidatura de Mariano Rajoy a la presidencia del Gobierno fue rechazada ayer por el Congreso. Un resultado que se repetirá en la votación de mañana, dando lugar a una investidura fallida y empujando esta nueva legislatura hacia una difícil salida. La encrucijada entre una abstención -sea 'técnica' o pactada- por parte de los socialistas para evitar así unas terceras elecciones, o la asunción franca de éstas como mal menor. La situación no es consecuencia de que haya aparecido un escollo repentino, sino de la indigestión que los cambios en el panorama político han producido en las formaciones tradicionales, y de la frustración que han experimentado aquellas opciones que esperaban una transformación mayor del mapa partidario. Es imposible que tras dos elecciones que han llevado al país de un bipartidismo imperfecto a una fragmentación atenuada del arco parlamentario las formaciones en liza se avengan de verdad al diálogo y al acuerdo mientras no se atisbe un gramo de autocrítica en quienes tratan de perpetuarse en el Gobierno -Rajoy y el Partido Popular- y no se asuman renuncias por parte de los demás grupos. El juicio al que las otras fuerzas someten el papel jugado por Ciudadanos es un buen indicador de las resistencias partidarias. La sesión de ayer permitió a Mariano Rajoy mostrarse más comprometido por el acuerdo con Albert Rivera, y comedido en la réplica a los grupos que pudieran facilitarle la investidura en un próximo intento, el PSOE y el PNV. Sin duda quiso acortar distancias. En primer lugar para sacudirse una parte de las culpas que le vendrán encima cuando la presidenta del Congreso, Ana Pastor, haga saber formalmente al Rey que su propuesta de candidato no ha sido aceptada. Y siempre con la esperanza de que el vértigo ante una nueva convocatoria electoral le allane el camino a la reelección. Sin embargo, en tanto que la interinidad no está provocando un quebranto inmediato en la economía, y a medida que la opinión pública comienza a barajar algo tan impensable como unas terceras elecciones, todos los partidos se sentirán llamados por sones de campaña después de la votación de mañana. Es lo que ocurrió tras el 20-D y lo que en parte ha aflorado estos días en el Congreso.

Endiablado bucle. Pedro Sánchez quiso desquitarse ayer del trato que le dispensó Mariano Rajoy cuando, en la anterior legislatura, osó presentarse a una investidura que se anunciaba fallida. Pero más allá del discutible resultado de la esgrima parlamentaria entre ambos, el PSOE no puede eludir la grave responsabilidad que contrae con su voto negativo si éste conduce a nuevas elecciones, las terceras en un año. A no ser que Sánchez declare que las voluntades políticas concurrentes precisan renovarse en las urnas. Del mismo modo que Rajoy no puede transferir las culpas de su fallida investidura a la cerrazón de sus adversarios sin admitir sus propios déficits, Sánchez tampoco puede hacerse el inocente ante la eventualidad de unos terceros comicios generales. Eventualidad que tiende a desdramatizarse y que conduce a todas las formaciones a un estado de vacuidad e irrelevancia preocupantes para la democracia y el progreso del país. A un clima electoral permanente que hace de la política un mero artificio sonoro. El bucle resulta ya tan endiablado que reclama un acuerdo -explícito o implícito- capaz de poner a andar la legislatura, ocurra lo que ocurra después. Un mínimo entendimiento entre populares y socialistas para sacar al país de tan absurdo atolladero.

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