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¿Qué ha pasado hoy, 28 de marzo, en Extremadura?

¿Responsables?

TERESIANO RODRÍGUEZ NÚÑEZ

Sábado, 25 de junio 2016, 00:37

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ESTAMOS viviendo una semana histórica para Europa y más aún para España. El referéndum del pasado jueves en Inglaterra en torno al 'brexit', la salida o permanencia de Inglaterra en la Unión Europea, no es algo que afectara exclusivamente al Reino Unido, sino al resto de los demás países de la Unión. Tan importante era la cuestión inglesa que, a cuenta de su posible resultado, desde hace más de quince días la economía del resto de países europeos ha vivido en un permanente estado de sobresalto, según han reflejado los índices de sus bolsas. Y había razones para ello. Escribo el viernes, cuando acabamos de enterarnos, como quien dice, del resultado del referéndum inglés. Contra los últimos pronósticos del miércoles, que auguraban la victoria del sí a la permanencia en la Unión Europea aunque por un pequeño margen, todo ha sido al revés: el 52 por ciento de los votantes ingleses han optado por la salida de la Unión, frente al 48 por ciento que votaron por la continuidad. Las consecuencias ya se están notando en la bolsa, en los mercados, en las empresas. Pero no serán sólo económicas, ni afectarán solo al Reino Unido: afectará también a la política, a la defensa, a la cultura. no sólo de Europa, sino de todo el mundo occidental. Alguien, y no sólo Cameron, debería aprender que con los referéndums no se juega.

En el caso de España, el sobresalto dura ya más de seis y. veremos a ver qué hacemos mañana, cuando el sobresalto dura ya más de seis meses. Incapaces de alcanzar un acuerdo de gobierno tras el complejo mapa político que dibujaron los votos el 20-D, hoy otra vez los ciudadanos nos vemos sometidos a una jornada de reflexión para pensar muy bien el rumbo que marcarán nuestros votos. El problema es que, según han mostrado los últimos sondeos, no va a haber un vuelco de votos que facilite la formación de gobierno, ni se ha visto en los líderes de los distintos partidos una disposición a la negociación y al acuerdo: más bien al contrario, sólo exhiben actitudes de intransigencia, de descalificación de los contrarios, como si más allá de cada candidato no hubiera ni esperanza ni salvación.

Hay dos términos, responsabilidad y responsable, sustantivo y adjetivo, que estos días se le aparecen a uno como si -por extraños e infrecuentes- fueran fantasmas. Los dos tienen una connotación jurídica. La responsabilidad implica el deber de hacer algo, la obligación de dar satisfacción por algo que es debido. El responsable está obligado a responder de algo o por alguien. Pero en el lenguaje coloquial, en el «román paladino» del que hablaba Berceo hace siete siglos, también calificamos como responsable a una persona digna de crédito, prudente, seria y que hace lo que es debido.

En estas vísperas electorales, en la jornada de reflexión que es hoy, pienso en todos los españoles llamados a votar mañana. Lo suyo es más derecho que obligación: porque nadie les va a acusar de nada si prefieren irse de campo en vez de ir a votar, y más después de ver el mal uso que los políticos hacen tan frecuentemente del voto que se les otorga. Ahí tienen el resultado de las elecciones del 20-D y todo lo que ha venido detrás. Pero uno piensa en ellos, en los votantes, la mayoría gente normal, con sus virtudes y defectos, trabajadores unos, angustiados parados otros, cumplidores la mayoría de sus deberes familiares y cívicos hasta donde alcanzan. Ciudadanos, en suma, que se comportaron como tales el pasado 20 de diciembre y que una mayoría volverán a hacerlo mañana.

Frente a ellos, los otros «responsables», los políticos, candidatos a gobernar, a representarnos, a decidir qué debemos y qué no podemos hacer: aspirantes a diputados y senadores, a gobernantes, a quienes se les debe aplicar el término «responsable» con toda la carga jurídica que lleva: la exigencia de que respondan de sus promesas, las más de las veces hasta ahora vanas e incumplidas; responsables, sí, del uso interesado y egoísta que hacen de los votos, porque eso y no otra cosa es anteponer sus ambiciones personales y de partido al bien de los ciudadanos y de España; responsables altaneros que se permiten la chulería de establecer líneas rojas, de excluir incondicionalmente a este o aquel candidato de cualquier posible acuerdo, cuando por definición la política debe ser ante todo capacidad de diálogo, puesta en común de los problemas importantes para buscar soluciones posibles, sin la chulería intransigente de creer cada uno que sólo sus propuestas son buenas y a los demás ni merece la pena escucharles.

España está metida en un atolladero político que dura ya siete meses. Cada día que pase no hará más que agravar los problemas y dificultar las soluciones. Encontrar la salida al actual atolladero nos incumbe a todo. Por eso hoy es día para pensárselo y mañana para decidir. Depositar en la urna ésta o aquella papeleta, marcar una cruz en éste o aquel nombre, es ejercer un derecho y la parte de responsabilidad que nos corresponde como ciudadanos. Pero ahí, en el mismo punto y momento de terminar el escrutinio de votos, comienza la responsabilidad de los partidos políticos, de sus líderes y de los candidatos que resulten elegidos.

Tras las fracasadas elecciones del 20-D, medio año perdido y más gastos, otra vez estamos llamados a las urnas. En esta nueva campaña apenas si ha habido otra cosa que ataques y descalificaciones de los candidatos, lo que alimenta los temores a un nuevo fracaso. Aseguraron que esta vez sí habrá gobierno. Nos gustaría creerlo; ver que el lunes mismo, a la vista de los resultados, por complicados que sean, comienzan las conversaciones para unir voluntades, poner encima de la mesa la media docena de grandes temas/problemas y negociar soluciones. Y lograr un gobierno estable, que habrá de ocuparse no sólo de los problemas de España, ya graves de por sí, pero que ahora, después del 'brexit' de Inglaterra alcanzan una nueva dimensión. Es su responsabilidad, de los candidatos y de los partidos bajo cuyas siglas se cobijan. Y aquí el término «responsabilidadtiene esa connotación de deber moral, de obligación de lograr un acuerdo de gobierno, aunque sea mediante la suma de unos y las abstenciones de otros. Es lo menos que España y los españoles se merecen.

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