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Claves para el pacto necesario

JOSÉ MARÍA MOLINA MATEOS DOCTOR EN DERECHO Y ABOGADO

Domingo, 22 de mayo 2016, 00:46

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MUCHOS son los hechos novedosos acontecidos en la política española derivados de los resultados electorales de las pasadas elecciones del 20-D, confirmados en sus aspectos básicos por las tendencias demoscópicas del próximo 26-J. Entre ellos y más significativo, sin duda, estaría la reconfiguración del escenario político nacional y su incidencia en las mayorías necesarias para formar gobierno.

La primera y principal consecuencia de su análisis es la imposibilidad de que ningún partido tenga mayoría absoluta que le permita gobernar en solitario. Algo que, por evidente, no es menos importante, pues de ahí se deriva la necesidad del concurso de dos o más fuerzas políticas para configurar una mayoría suficiente y formar gobierno. Lo que incide de manera directa en la forma de relacionarse de los partidos entre sí y en el modo de hacer política, que tiene como premisa inicial realizar una lectura certera de la nueva realidad.

Ya no solo se trata de conseguir más votos que los demás contendientes, sino que surge la exigencia añadida de hacerlo de tal forma que no debilite, dificulte o impida la capacidad propia de pacto. En el nuevo escenario, esta capacidad es un vector político determinante, que demanda modular las formas de expresar las diferencias durante la confrontación con potenciales aliados y no confundirse de objetivo, bajo riesgo de perder posibilidades para construir alianzas.

Esta necesidad no es nueva toda vez que en distintos momentos se ha recurrido a ella, apelando al concurso de partidos nacionalistas. Eran otros tiempos y otras circunstancias y, además, en ningún caso estos partidos auxiliares suponían amenaza electoral alguna ni estaban en modo separatista. Pero las cosas han cambiado. Por una parte, debido a la mutación de algunos que se sitúan claramente en la secesión y, de otra, porque tras la aparición de Podemos y Ciudadanos, existe la necesidad aritmética de pactar con partidos de implantación nacional que pueden suponer una amenaza electoral, lo que, sin duda, lo dificulta.

Tal vez esta sea la explicación, aunque, en modo alguno, la justificación, del porqué no se ha llegado al pacto necesario para formar gobierno tras el 20-D. El PSOE no podía pactar con el PP porque su electorado no lo comprendería, tampoco podía hacerlo con Podemos, porque se diluiría en su multiplicidad. El PP no podía pactar con el PSOE, porque no sería asimilado por su electorado y militancia, y tampoco podía hacerlo con Podemos por distancia ideológica. Estas dificultades, en algunos casos, tienen su origen en una radicalización autoinducida de los respectivos electorados.

Podemos no aspira realmente a pactar con nadie (solo absorber), porque su objetivo es gobernar con mayoría absoluta para realizar los cambios constitucionales y legales que permitan el cumplimiento de su fin: cambiar la sociedad y el sistema.

Con los movimientos realizados hasta ahora, el panorama político parece estar algo más claro que en el 20-D. De momento, el partido morado pasa a burdeos, abrazando el viejo comunismo. El PSOE, a costa de grandes sacrificios, adopta explícitamente una posición socialdemócrata, lo que le puede producir la pérdida de algunos apoyos tradicionales; Cs se consolida como partido de centro, moderado y reformista, capaz de pactar con el PSOE y con el PP y, el Partido Popular, se reconfirma como partido liberal y conservador.

Mientras el populismo-comunista 'podemita' se preocupa solo de ser noticia sin parar mientes, las fuerzas constitucionalistas que asuman su papel histórico, tienen la responsabilidad de formar un gobierno, homologable con los países de nuestro entorno, que garantice la unidad de España, su progreso económico, las libertades y el bienestar, y vienen obligadas a relacionarse entre sí como adversarios que, a la vez, son potenciales aliados, y gestionar los acontecimientos desde la centralidad y la moderación.

¿Pero cuál es el pacto posible? Obviamente aquel entre quienes tengan una voluntad real y efectiva de pactar y actúen en consecuencia. La opinión pública ha de distinguir lo que se dice de lo que se hace y separar la apariencia y el artificio, del compromiso sincero. Y diferenciar que una cosa es la aritmética y otra la política. Si solo por aritmética fuese, no habría problema, pues las combinaciones posibles admiten un considerable número de opciones para pactar. Pero la política corrige a la aritmética y determina las posibilidades reales, reduciéndolas a un pacto a tres, a dos o, incluso, un acuerdo mediante el que, un solo partido, asuma el gobierno con el apoyo de los demás. Circunstancias estas que, en todo caso, requieren paccionar.

Aun así, hay que superar otro escollo, las exigencias de cada uno para pactar. Y esta es, como se dice coloquialmente, 'la madre del cordero'. Si las exigencias son exorbitantes y resultan inasumibles para el resto de las contrapartes, sería igual que impedirlo.

Solo la flexibilidad, la moderación, en definitiva, actitudes tolerantes, pueden posibilitar la formación de gobierno. Si algo ha quedado meridianamente claro en el escenario político surgido del 20-D es, que su punto débil no reside tanto en la aritmética, como en la capacidad y voluntad real de pacto. La misma aritmética con la que se puede formar gobierno permite bloquearlo, todo depende de cómo se utilicen los resultados obtenidos.

La clave está en que los partidos decisivos viren hacia la centralidad y, con flexibilidad, patriotismo, altura de miras y sentido de Estado, logren lo que España necesita, los españoles reclaman y la razón demanda.

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