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Venezuela, elecciones y fracaso

Los resultados no son creíbles para nadie. Es algo más que un fraude porque unas elecciones que no son hechas en condiciones de libertad y justicia no pueden ser reconocidas

tulio hernández

Viernes, 20 de octubre 2017, 00:17

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¿Es necesario seguir jugando a sabiendas de que el otro jugador, dueño del garito, tiene las cartas marcadas? Lo más probable es que si juegas pierdes. Y si no juegas, el otro lo gana todo. ¿Qué hacer?

Ese era más o menos el dilema al que se enfrentaban los partidos políticos de la resistencia democrática de Venezuela ante la oferta oficial de convocar a elecciones de gobernadores el pasado domingo.

Respondiendo el dilema, ocurrió la primera gran fractura del bloque opositor. Un sector, el mayoritario de los partidos que conforman la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), a partir de la lógica de que en política no se debe ceder ningún espacio, concluyó que era imperativo participar. El recuerdo del daño profundo que significó haberse abstenido en las legislativas del 2005, dejando a la Asamblea Nacional (AN) en manos del chavismo sin oposición alguna, y el hecho de que el mismo Consejo Nacional Electoral (CNE) había reconocido el amplio triunfo de la MUD en las elecciones del 2015, reforzaban la decisión.

Otro sector, minoritario entre los partidos pero con apoyo popular y de influyentes de peso, creía en cambio que abstenerse era lo correcto porque ir a elecciones en las actuales circunstancias significaba legitimar al régimen. Agregaban que no había condiciones para impedir que el Gobierno, que maneja a su antojo al árbitro electoral, cometiera un fraude. Era, decían, una derrota anunciada.

Así que la oposición se presentó a la justa electoral dividida y sin poder impedir la saga de tropelías del oficialismo, que había preparado en silencio las elecciones de modo que el PSUV definiera con antelación sus candidatos y estrategias de campaña. En cambio, le dio solamente quince días a los partidos de la MUD para elegir e inscribir los suyos.

Fue una operación perversa pero eficiente. Los partidos de la MUD seleccionaron a la carrera los suyos. Sólo después de inscritos pudieron elegir el candidato unitario por cada estado. Pero el CNE se negó a reconocerlo en los tarjetones con el propósito de promover, cosa que lograron, que los electores votaran por candidatos ya retirados mermando así los votos del candidato único.

Lo que siguió fue aplastante. El aparato de gobierno en pleno realizó las campañas regionales apoyadas, en las zonas más pobres, en el reparto gratuito de las CLAP, unas bolsas con alimentos que el Gobierno vende a precios subsidiados para paliar el desabastecimiento.

Los eficientes laboratorios oficialistas de guerra psicológica apuntaron a estimular la abstención. Informándolo sólo 72 horas antes, el CNE reubicó a más de 200 centros electorales colocándolos lejos de las ciudades o en barrios pobres de difícil acceso.

En muchas mesas de votación grupos armados irrumpían, robaban los móviles de los testigos de mesas de la unidad democrática para que no pudiesen comunicarse con sus centros de operación y, de paso, les robaban las actas oficiales con los resultados.

El Gobierno no permitió la presencia de observadores extranjeros neutrales y las Fuerzas Armadas responsables de la logística del proceso impedían la presencia de ciudadanos en las mesas para participar en el conteo tal y como lo establece la Ley.

Ahora el delito ya está consumado. El CNE anunció su triunfo en 18 gobernaciones y 5 para la oposición. Un avance pues la MUD tenía sólo dos. Pero en realidad es una derrota aplastante si recordamos que incluso en los cálculos de los más cautelosos anunciaban el triunfo de entre 12 y 17 gobernaciones.

Una conclusión posible es que estamos ante una derrota general. La MUD porque pierde su ‘auctoritas’ ya debilitada por sus respuestas ambiguas. Los abstencionistas porque no tienen nada que celebrar salvo decir «se los advertí». Y porque tampoco el Gobierno ha sido legitimado por el proceso electoral.

La diferencia de tres millones de votos entre las elecciones de la ANC y las del domingo es un dedo acusador contra el PSUV. La sensación es que estamos como en esas películas donde al final todos los ladrones se matan entre ellos mismos y los policías también mueren.

El conflicto se agudiza. Por ahora el camino electoral ha quedado cerrado. La posibilidad de diálogo ente las partes aún más. Los resultados no son creíbles para nadie. Es algo más que un fraude porque, como han dicho algunos, unas elecciones que no son hechas en condiciones de libertad y justicia no pueden ser reconocidas.

Santos, el presidente colombiano, propone la convocatoria de elecciones generales, con un nuevo CNE y observación internacional. Pero todos sabemos de qué está hecho el chavismo. De la misma materia ética que Ortega en Nicaragua y los Castro en Cuba. Los asesores de esta operación.

Venezuela es una nación secuestrada.

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