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Jesse Jackson, la igualdad aún no existe en el siglo XXI

Discípulo de Luther King, lleva medio siglo intentandoborrar las desigualdades y los vestigios del racismo, en claro declive pero aún existentes, en los EE UU

inocencio f. arias

Viernes, 15 de junio 2018, 00:24

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Cuando Michelle Obama se instaló en la Casa Blanca hace unos diez años alguien recordó que su tatarabuela había trabajado como esclava en esa residencia. Los negros habían llegado esclavizados a lo que sería Estados Unidos hacia 1620. La guerra civil de dos siglos y medio más tarde fue luchada por el venerado presidente Lincoln con el objeto primordial de reprimir la rebelión y el intento de separación de los Estados del Sur, pero su principal y benéfica consecuencia fue la emancipación de todos los esclavos. Ello no trajo, en absoluto, la equiparación absoluta de las dos razas. Las leyes establecían que las dos comunidades vivían iguales pero separadas y en una buena parte del siglo XX la discriminación, especialmente en el sur, era un hecho diario palpable y bochornoso.

En muchas ciudades los negros debían sentarse forzosamente en los asientos de atrás, no se les permitía entrar en ciertos restaurantes –la actriz negra Hattie Macdonald oscarizada en la mítica 'Lo que el viento se llevó', vio cómo le rehusaban la entrada en 1940 en varios establecimientos después de haber conseguido la famosa estatuilla– y los atletas de color no podían participar en ciertos deportes. El boxeador Joe Louis con su título mundial en 1937 abrió algunas puertas cerradas por la historia contra su gente y hubo que esperar hasta 1947 para que un club de béisbol se atreviese a fichar un jugador negro: Jackie Robinson. La situación era absurdamente insostenible: muchos negros habían luchado bravamente –y entregado su vida– en las filas de Estados Unidos en la Guerra Mundial que había acabado dos años antes.

En mayo de 1954 el Tribunal Supremo, unánimemente, aprobó una sentencia que fulminaba el principio de iguales separados: «El sistema de educación separada es intrínsecamente desigual». La brecha estaba abierta, cuando las autoridades de Arkansas se mostraron remisas a aplicar la ley del Supremo el presidente Eisenhower no dudó en mandar al Ejército para someterlas. El laureado militar podía tener dudas sobre el ritmo de la integración de las dos comunidades pero como general y presidente no admitía que instancias inferiores cuestionasen la autoridad del Supremo y del presidente (¡Qué interesante lección!).

Otro incidente político trascendental ocurrió en diciembre de 1955. Rosa Parks, una modesta modista negra, agotada después de una larga jornada, subió a un autobús en Montgomery (Alabama). Se sentó en las primeras filas. El conductor la conminó a que pasara a la parte trasera. Rosa pacíficamente rehusó y entró en la historia de Estados Unidos. Dignamente mostró su cansancio y hastío con un sistema que deshumanizaba a los negros. Fue arrestada, la población negra en los días siguientes boicoteó los autobuses y ahí surgió la figura de Luther King.

El pastor King movilizó pacíficamente a la población negra del estado. Bien vestido, prudente, excelente orador, Luther King, al que el FBI vigiló y filtró para desprestigiarlo toda clase de rumores desde que era un mujeriego hasta que partes de su tesis eran un plagio, se convirtió en una figura nacional que, siempre huyendo de cualquier violencia, mostraba convincentemente las injusticias del sistema americano, la pervivencia del racismo en el sur y la incoherencia de la situación con los preceptos de la enmendada constitución y las decisiones del Supremo. Su elocuencia era peligrosa para algunos y fue asesinado en un balcón de un motel cuando se disponía a acudir a una manifestación. El país hace años que reconoció su legado y Estados Unidos tiene hoy un día feriado que lleva su nombre.

Jesse Jackson, cuya candidatura se presenta estos días al Premio Princesa de Asturias, es heredero de la obra de Luther King. Se encontraba cerca de King en el momento de su asesinato, fue su discípulo y lleva medio siglo intentando borrar las desigualdades y los vestigios del racismo, en claro declive, pero aún existentes, en su país. Político, escritor, fue candidato a la presidencia de Estados Unidos, es un luchador no violento incansable en pro de la igualdad de la gente, de los derechos humanos, de la protección del medio ambiente.

Jackson difunde con convicción que no estamos ya abogando por el combate contra el «racismo en abstracto», eliminado en muchos lugares, sino contra estructuras y más aún contra percepciones que lo mantienen. Denuncia acertadamente como estúpida la impresión aún relativamente extendida, en Estados Unidos y en el mundo, de que los negros son menos inteligentes, más vagos y más violentos que las personas de otras razas. Pide trato igual y oportunidades. Obama las tuvo y fue presidente de los Estados Unidos. No todos las obtienen. En su país ocho de las enfermedades que causan más muertes se dan con mucho mayor frecuencia en gente de raza negra. Su cruzada a favor de ayudar al tercer mundo haciendo inversiones, lo que elevará su nivel de vida y reducirá el fenómeno de la emigración, y en educación, especialmente en las mujeres, es clarividente y meritoria.

Aunque afectado por un inicio de Parkinson, la mente del pastor Jackson sigue lúcida y valiente. Teme que con Trump haya un retroceso en la igualdad de su gente pero no vacila en afirmar que, aunque Obama hizo más de lo que le reconocen muchos, debió adoptar más medidas concretas para ayudar a la población negra. El veterano Jackson gusta de repetir una frase de su mentor King: «La paz no es la ausencia de ruido, es la presencia de la justicia». Lleva razón y merece que lo recordemos.

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