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Charlottesvilley Oliver Law

La economía de EEUU fue fundada en un sistema de esclavitud, un orden social que se acabó solo por un conflicto en que murieron más soldados americanos que en cualquier otro

david f. mathieson

Martes, 29 de agosto 2017, 22:59

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Unos historiadores hablan de las ‘Dos Españas’, un país con dos lados. Una cara de la moneda es la España liberal y progresista: la España de Carlos III, la Constitución de 1812, la Segunda República, Picasso y Pedro Almodóvar. La otra faceta es la España de la leyenda negra, la Inquisición y las dictaduras militares. En realidad, la teoría de las Dos Españas produce más preguntas que explicaciones. Si funciona de algún modo, solo lo hace exagerando las diferencias o divisiones en la sociedad española. Además, sugiere que el peninsular ibérico es en cierto modo un caso único y que otras sociedades no sufren de fisuras importantes. Pero está claro de los disturbios entre los dos bandos de manifestantes en Charlottesville que hay brechas muy profundas en el tejido de la política de otros países como el de los EE UU también. Después de todo, parece que en muchos aspectos «España no es tan diferente».

Los enfrentamientos de Charlottesville demuestran que, por un lado, existe una fuerte corriente de racismo en los EE UU con quienes creen en la supremacía blanca. Algunos se llaman neonazis y es verdad que sus opiniones no habrían estado fuera de lugar en el Tercer Reich de Adolf Hitler. Sin embargo, una gran parte de lo que piensan ellos está muy arraigada en la mismísima historia de los EE UU. La economía del país fue fundada en un sistema de esclavitud, un orden social que se acabó solo por un conflicto en que murieron más soldados americanos que en cualquier otro –la guerra civil de 1861-65– y los plenos derechos constitucionales de la comunidad negra de los EE UU no se realizaron hasta un siglo más tarde en la década de 1960. Y aún queda mucho por hacer. Por otro lado, los EE UU han sido pioneros de las fuerzas liberales y progresistas. Los padres fundadores en el siglo XVIII rechazaron las viejas monarquías de Europa y establecieron un nuevo sistema basado en principios de la Ilustración (al menos para los hombres blancos). El gran presidente Abraham Lincoln en el siglo XIX rompió con la esclavitud en nombre del principio de un «gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo». Y en el siglo XX al presidente Franklin D. Roosevelt no le tembló la mano para usar toda la maquinaria del Estado para resolver el problema del paro y aliviar la pobreza.

Pero en cada paso del progreso en los EE UU ha habido una oposición fuerte y a veces violenta. Las tensiones tan evidentes en Charlottesville entre las fuerzas derechistas y progresistas no son nada nuevo. Incluso en la década de los años treinta hubo divisiones sobre cómo tratar el auge del fascismo y surgió un movimiento ultranacionalista con un millón de miembros que se llamó América First (el lema de hoy del presidente Trump). Su objetivo era impedir que los EE UU adoptaran cualquier política contra las fuerzas totalitarias en Europa y su cara más visible era el famoso aviador Charles Lindbergh. Un simpatizante abierto del régimen nazi, Lindbergh criticó la conspiración entre ‘los británicos, los judíos y la administración Roosevelt’ contra Hitler.

Afortunadamente, otros estadounidenses en el otro lado de la línea divisoria tomaron otro punto de vista y ahora es un momento apropiado para recordar solo uno de ellos.

Oliver Law era un joven soldado de Texas que miraba el desarrollo de los terribles acontecimientos en Europa con ojos diferentes. En 1937 se alistó en la Brigada Abraham Lincoln, una sección de las Brigadas Internacionales (BI) que vinieron a luchar en la guerra civil española. Los voluntarios estadounidenses de la BI fueron descritos como «antifascistas prematuros» (a pesar de Lindbergh y America First, millones de estadounidenses más serían obligados a enfrentarse al fascismo). Pero Law era un pionero en otro aspecto muy importante: era el primer afroamericano que mandaba tropas blancas en batalla. Cuando un agregado militar sureño de la embajada de los Estados Unidos hizo una visita a los Lincolns, se sorprendió al ver a un oficial negro. «¿Ves que llevas un uniforme de capitán?», dijo el agregado desconcertado. «Sí», respondió Law con dignidad, «porque sí soy un capitán». Después de una pausa, el agregado, perplejo, dijo: «Bueno, estoy seguro de que tu gente debe estar muy orgulloso de ti, muchacho». Semanas después Law cayó muerto, fue una de las bajas de la batalla de Brunete, de la que este mes se cumplen 80 años. Su cuerpo nunca fue recuperado y tuvieron que pasar algunas décadas antes de que de nuevo un afroamericano volviera a tomar el mando de tropas blancas. Hay que preguntarse si el actual presidente de los EE UU –por no decir nada de los matones neonazis de Charlottesville– tienen la más mínima idea de quién fue el gran americano Law, de qué hizo o por qué lo hizo.

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