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Joo Seung-hyeon escucha durante la entrevista. Jung Yeon-je (AFP)
Los sueños rotos de los norcoreanos que arriesgaron la vida para huir al sur

Los sueños rotos de los norcoreanos que arriesgaron la vida para huir al sur

Los surcoreanos que consideran a los vecinos del norte como «bárbaros toscos» y dificultan su integración

COLPISA / AFP

Seúl (Corea del Sur)

Domingo, 22 de abril 2018, 23:52

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Cuando el soldado de élite norcoreano Joo Seung-hyeon arriesgó su vida atravesando un campo minado para refugiarse en Corea del Sur soñaba con un futuro próspero. Pero, como muchos norcoreanos sufre discriminación y desprecio en el Corea del Sur.

Excluido por los surcoreanos que consideran a los vecinos del norte como «bárbaros toscos», Joo tuvo muchas dificultades para conseguir un empleo, en gran parte debido a su fuerte acento norcoreano. En su periplo, el exsoldado, ahora de 37 años, trabajó en un restaurante donde ganaba la mitad de lo que recibían sus compañeros surcoreanos.

Joo Seung-hyeon resistió a todo y se entrenó escuchando radio para deshacerse de las inflexiones norcoreanas e imitar el acento del sur. Durante su tiempo libre, estudió para tener un título universitario y terminó completando un doctorado en Estudios sobre la Unificación, convirtiéndose así en el primer norcoreano en lograr este grado académico.

Acaba de publicar un libro sobre los desafíos que enfrentan los desertores norcoreanos en una sociedad que es radicalmente diferente. Desde el fin de la Guerra de Corea (1950-53), más de 30.000 norcoreanos huyeron de la pobreza y de la represión emprendiendo el difícil y peligroso viaje al Sur.

En los años setenta y ochenta eran recibidos con gran pompa en Corea del Sur, donde la unificación figura como un objetivo en la constitución. Algunos eran tratados como «héroes». Pero cuando las deserciones a cuenta gotas se convirtieron en un torrente de refugiados en la década de 1990, cuando la hambruna dejaba cientos de miles de muertos en Corea del Norte, la opinión de los surcoreanos cambió.

Actualmente, muchos refugiados se quejan de que les cuesta encontrar trabajo o hacerse amigos. Sus conocimientos y sus competencias son consideradas como obsoletas o irrelevantes y una parte de los surcoreanos los mira con sospecha o con desprecio. Algunos incluso los consideran como «intocables».

La tasa de desempleo entre los desertores norcoreanos es del 7%, casi el doble de la media nacional, y su ingreso mensual es de la mitad que la media nacional. Según un estudio, cerca del 20% de los norcoreanos son víctimas de fraudes, robos y otros crímenes. Esto a menudo les cuesta la subvención de 19.000 dólares que les da el gobierno para facilitarles su instalación.

Joo desertó en 2002, atraído por las sirenas de la «libertad y la prosperidad» anunciadas por los altavoces que el ejército surcoreano coloca en toda la línea de la frontera. Entonces, decidió abandonar su puesto como soldado y pasó por debajo de las alambradas, cruzó un campo de minas y en una media hora logró cruzar la zona desmilitarizada que divide la península. Ahí justamente se celebrará el próximo viernes una cumbre intercoreana muy poco habitual.

Pero en el Sur tuvo que enfrentarse a una presión que desconocía. «De pronto me precipité a esta mundo ultra competitivo donde prevalece el principio de la supervivencia del más fuerte», dijo. «Esta realidad era para mí más fría que la noche invernal en la que crucé solo la frontera», confesó. «Finalmente, me di cuenta de que quizás nunca iba a ser capaz de deshacerme del estigma de 'desertor norcoreano'», dijo. Pese a tener un título, recibió cientos de negativas cuando postulaba a un trabajo identificándose como desertor.

Cuando ocultaba su origen, lograba ser entrevistado e incluso contratado. Actualmente trabaja como profesor en la universidad. «Un caso muy raro», dijo evocando su «suerte». Su libro está lleno de historias que rompen el corazón, como la de un desertor que se suicidó ante la imposibilidad de conseguir un empleo a pesar de haber obtenido con grandes esfuerzos un título universitario. Otro refugiado decidió irse de Corea del Sur cuando supo que había padres de chicos surcoreanos que se negaban a que sus hijos frecuentaran al suyo en la escuela.

Joo es uno de los nueve soldados que cruzaron la frontera terrestre de 2000, el último de ellos en noviembre, bajo una lluvia de balas épica que fue portada en muchos medios. Pero de este grupo actualmente hay dos que están en prisión por consumo de drogas e intento de asesinato, otro se hizo alcohólico y murió de un cáncer de hígado, un cuarto quedó con discapacidad después de ser atropellado por un coche y otro de ellos vive fuera del país.

«Muchos soldados se dicen que lamentan haber venido al Sur», dijo Joo a la AFP. Él no se arrepiente y cita los casos de jóvenes que llegan a integrarse. Un estudio del gobierno mostró que un 23% de los norcoreanos que viven en Corea del Sur había pensado volver al Norte debido a la nostalgia. Algunos realmente lo logran. Al menos 20 de ellos han aparecido en la prensa estatal de Pyongyang contando el «infierno» que vivieron en el Sur donde eran tratado como ciudadanos de segunda.

Sin embargo, Seúl acusa a Pyongyang de haber secuestrado a algunos de ellos, cuyas apariciones están grotescamente coreografiadas mientras se desconoce el destino final de estas personas.

Las organizaciones de defensa de los derechos humanos afirman que los desertores son castigados con dureza en el Norte. «Yo nunca consideré la vida en el Sur como un infierno. Pero se me parte el corazón de ver a quienes arriesgaron su vida para venir suicidarse o emigrar a otros países debido a la discriminación y el estigma», confesó Joo.

Este tema muestra un panorama complejo para una eventual reunificación. «Los norcoreanos son personas muy orgullosas y no van a tolerar nunca que se desprecie su orgullo nacional y personal», afirmó.

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