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Europa se olvida de Schumann

RUTH FERRERO-TURRIÓN PROFESORA DE LA UCM Y UC3M. INVESTIGADORA DEL INSTITUTO COMPLUTENSE DE ESTUDIOS INTERNACIONALES. ANALISTA DE AGENDA PÚBLICA GEMMA PINYOL-JIMENEZ INVESTIGADORA ASOCIADA DEL GRITIM-UPF. ANALISTA DE AGENDA PÚBLICA

Viernes, 4 de septiembre 2015, 00:40

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La UE se enfrenta en estos momentos a la mayor crisis de existencia desde su creación en 1951. Ni el euro ni Grecia han puesto sobre la mesa con tanta claridad la ausencia de un proyecto real sobre el que construir más Europa. Ha sido la llegada de refugiados procedentes de Siria, pero también de Eritrea, Afganistán, o Irak por mencionar sólo algunos, las que han puesto en evidencia que los líderes europeos ya no se acuerdan de Schumann. ¿Por qué afirmamos tal cosa? Lo resumimos en cuatro ideas clave.

1. Nos enfrentamos a una crisis de valores. La UE nació como un proyecto de paz y modernización para Europa. Su objetivo era la superación de las heridas causadas por la Segunda Guerra Mundial y nació el mismo año que se aprobaba el marco legislativo internacional que dotaba de protección a las personas que solicitaban asilo y refugio. La Convención de Ginebra y otros instrumentos de protección de Derechos Humanos han formado parte del proyecto europeo desde el principio: por ello, preocupa que algunos Estados miembros pretendan restringir el concepto de asilo o la protección en función de criterios tales como la adscripción religiosa.

2. Estamos frente a una crisis de solidaridad. El proyecto europeo se ha construido sobre los cimientos de la suma del esfuerzo colectivo y compartido. La crisis de refugiados ha puesto en evidencia las enormes contradicciones que existen entre objetivos comunes y particulares de los EEMM. La brecha entre países receptores y fronterizos; las dificultades para señalar cuáles son las prioridades políticas minan a estas horas una de las columnas vertebrales de la UE.

3. Nos enfrentamos a una crisis de acción. El inmovilismo se ha convertido en Marca Europa. Desde el mes de abril, los jefes de Gobierno o los responsables ministeriales se han reunido alternativamente para escenificar una suerte de diálogo de sordos entre intereses enfrentados en el seno del Consejo. Se ha avanzado poco y se ha emplazado mucho. No se ha hecho nada para desarrollar un verdadero sistema europeo de asilo que supere las debilidades de los Estados miembros; no se ha dotado a la Agencia Europea del Asilo y Refugio de mayor peso específico; se ha ampliado la dotación de Frontex pero no se han cambiado sus marcos de acción. Y sobre todo, no se ha hecho nada para avanzar en la resolución de los conflictos que afectan a los países de la vecindad: ni se han establecido sanciones a la venta de armas, ni se han propuesto la apertura de corredores humanitarios, por citar algunas ideas.

En esto tiene bastante que ver la miopía de muchos líderes europeos, como sería el caso del primer ministro húngaro. De manera recurrente se habla de «efecto llamada» olvidándose de las causas (efecto empuje) que provocan los movimientos de personas. Y como no se puede solucionar algo que se ignora es evidente que tampoco se ha hecho nada para terminar con el origen del problema. Esto junto con la ausencia de un cambio en el enfoque de la política de inmigración y asilo que vaya más allá de la territorialidad y de la Europa Fortaleza. Parece evidente que la dimensión exterior de las políticas migratorias no está suficientemente incardinada en el marco de la política exterior, especialmente en lo vinculado a la promoción de la seguridad y la paz más allá de la UE.

4. Estamos ante una crisis institucional. Por un lado, porque la Comisión ha confirmado su incapacidad para obligar a los EEMM a alcanzar acuerdos en temas de asilo. De hecho, se observa un repliegue nacional en todos y cada uno de los Consejos en los que se han tratado estos temas. Por otro lado, porque la normativa europea ha resultado inservible para enfrentarse a esta situación. La decisión alemana de no aplicar el reglamento de Dublín II puede ser admirable, pero supone romper el marco normativo vigente de modo unilateral, sin buscar soluciones conjuntas.

Schengen, que garantiza la libre circulación de personas, uno de los pilares claves de la UE, es víctima de este retorno a lo nacional. Algunos EEMM no temen romper la baraja y ponerlo en riesgo, tanto por su incapacidad de gestionar el influjo de refugiados, como por su egoísmo en la gestión de la frontera común. Las declaraciones de Austria y Dinamarca en este sentido no dejan de ser preocupantes.

En estas circunstancias es necesaria una respuesta institucional rápida y eficaz. Alemania ha tomado la iniciativa. La cuestión es si en este caso será tan efectiva como lo ha sido en el terreno económico, y si ello no supondrá el surgimiento de una UE intergubernamental que se aleja de la «creación de los Estados Unidos de Europa» que alguna vez soñó Churchill (¿le sonarán a Cameron estas palabras?).

Ante la inoperancia y falta de sensibilidad por parte de los gobiernos, y el auge de la xenofobia en el territorio europeo, buena parte de la sociedad europea ha comenzado a tomar las riendas de la situación. Las acciones impulsadas por ayuntamientos, organizaciones humanitarias y, la propia ciudadanía para atender a los refugiados abren una puerta a la esperanza. Esta vez, quizás, Europa se comience a construir desde la ciudadanía. Algo que hará que pervivan las ideas y valores que los líderes europeos impulsaron en la postguerra europea.

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