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Irán: la segunda revolución

ENRIQUE VÁZQUEZ

Jueves, 2 de abril 2015, 20:06

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Creo que fue el exprimer ministro australiano Malcom Fraser quien, no mucho antes de morir, dijo que él estaba persuadido de que Irán nunca fabricaría una bomba atómica porque lo había prometido así el líder religioso del régimen y su autoridad de referencia, Alí Jamenei.

Es verdad que un inapelable edicto religioso lo aseguró en su día: por razones morales, la República Islámica de Irán nunca se haría con armas nucleares pero la aseveración no parece ser compartida por las grandes potencias que han exigido, y obtenido, un compromiso que se da por suficiente hoy, aunque el acuerdo-marco obtenido en Lausana por el mundo con Irán deberá ser redactado al detalle de aquí al fin de junio. Es de anotar que el propio presidente irani, Hasán Rohaní, exultante, dio por seguro el definitivo y final acuerdo.

La razón por la que las partes optaron por una especie de agonía final en las últimas horas del plazo acordado para alcanzar el primer y decisivo acuerdo es un misterio y parece deliberada. No es imprudente suponer que, sobradamente, en Teheran sabían lo que debían conceder para llegar al arreglo con el resto del mundo y no es una metáfora: el P-5+1 incluye a las cinco grandes potencias nucleares mundiales con derecho de veto en el Consejo de Seguridad más Alemania y la presencia, activa y constructiva de la UE, antes con Catherine Ashton y ahora con Federica Mogherini USA, Rusia, China, la UE al completo

Un cambio cualitativo

Formalmente se trata de impedir el acceso a armas atómicas de Irán, que ha desarrollado una avanzada industria nuclear, con una eficaz capacidad de enriquecer uranio, además de haber probado ya su dominio de la producción balística. Es decir, que eventualmente podría instalar una cabeza atómica en un misil en pocos años una intención que, obviamente, niegan en Teheran en su condición de firmantes del Tratado de No Proliferación Nuclear.

El dossier técnico ha sido revisado hasta la última coma y se han acordado los mecanismos, plazos y niveles de control a cargo de la AEIA, suficientes para seguir sin posibles encubrimientos el trabajo en las instalaciones nucleares. A cambio, y en una periodificación no bien precisada, el mundo, a través de la ONU, que las emitió en su día, irá levantando las sanciones que ahogan la vida económica y financiera del país, además de haber convertido a unas docenas de iraníes en una especie de delincuentes internacionales que podrían ser detenidos.

Esto es puramente fáctico y ha sido obra más bien de los equipos técnicos, pero lo relevante es que el acuerdo final será, sin duda alguna, un hecho histórico, un cambio cualitativo que tendrá grandes consecuencias en la vasta región y repercusiones literalmente mundiales. La principal de las cuales será, aunque formalmente no se trató del asunto, la normalización política entre Washington y Teheran, algo que Obama quiere dejar como parte de su herencia política, diplomática y de seguridad. Un cambio de gran calado.

El inmediato porvenir

Lo de histórico no es ni metafórico ni excesivo. Irán -el lector no debe olvidarlo ni un momento- es Persia. Eso es como decir un paradigma cultural y de civilización de alto rango, pasado por innumerables vicisitudes, la penúltima de las cuales (la creación por un sargento golpista en 1925 de la dinastía de los Pahlevi) terminó en 1979 con una revolución popular genuina, animada por un religioso de prestigio, el ayatollah Ruhollah Jomeini, quien consideró que el respaldo sin fisuras de Washington al último Shah, era imperdonable.

La ruptura de relaciones diplomáticas con la 'crisis de los rehenes' (los funcionarios retenidos y asediados en la embajada norteamericana) creó una crisis perenne con las administraciones de los presidentes Carter, Reagan, Clinton, los Bush y Obama casi 36 años. El país resistió con éxito todos los embates, los cercos y, sobre todo, la muerte de Jomeini en junio de 1989. Las instituciones de la República Islámica pudieron digerir cambios, presidentes ineptos, como Mahmud Ahmadineyad, aperturistas de calidad, como Mohamed Jatami (quien hoy recoge un premio a su conducta), pragmáticos como Hashemi Rafsanyani y el vigente jefe del Estado, Hasán Rohaní, otro reformista y genuino artesano del arreglo vigente

Ahora, cercado por las sanciones, el Irán busca su reubicación en el campo de minas que es la región donde se inserta, sacudida por la implosión de las alianzas tradicionales y el auge del terrorismo islamo-sunní vía Estado Islámico y Al-Qaida. No se convertirá de la noche a la mañana en un socio de Washington, pero terminará por serlo si, como ya es visible, son compañeros de combate militar y político contra los terroristas.

¿Y la vieja alianza americana con Arabia Saudí, forjada hace setenta años por Roosevelt y el gran Ibn Saud? Obama y su equipo creen que es posible mantenerla y tal vez, incluso, que podrá arbitrar el fin o la atenuación de la rivalidad árabo-persa y la pugna (que Al-Qaida ha llevado al paroxismo) sunní-shií y eso es mucho esperar. Con todo, lo sucedido no es solo ni principalmente la firma de un acuerdo para vetar el acceso iraní al arma atómica: es una hazaña política que tiene un perfume literalmente histórico

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