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Enrique y Meghan posan sonrientes en los jardines de Kensington, ayer, tras anunciar su compromiso. :: reuters
El príncipe y la plebeya

El príncipe y la plebeya

Enrique y su novia, la actriz Meghan Markle, se comprometen e Inglaterra lo celebra. Pero esto ya no parece una monarquía

IÑIGO GURRUCHAGA

Miércoles, 29 de noviembre 2017, 08:51

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Habrá boda real la próxima primavera en Inglaterra, según confirmaron ayer en los jardines de Kensington el príncipe Enrique y su feliz prometida, Meghan Markle, que mostraba en su dedo anular una impresionante sortija de compromiso. Se podía pensar que el anuncio del enlace del quinto en la línea de sucesión al trono británico con una actriz norteamericana divorciada era el espectacular remate de la campaña de promoción de la serie 'The Crown', cuya segunda temporada llegará a las pantallas de la televisión en diez días. ¿Es difícil que se oiga tu anuncio en el aluvión publicitario prenavideño? Pues ahora se van a enterar: ¡Enrique y Meghan se casan!

El anuncio podría vender árboles de Navidad -fueron fotografiados con uno el pasado año-, decoraciones que compren para su pequeña villa de Nottingham, en una esquina del palacio de Kensignton, anillos con piedras africanas como el diseñado por Enrique para su novia, viajes a las playas del Caribe o pastillas estimulantes de la vitalidad para emular a esta pareja alegre, que tiene aire de pasárselo muy bien.

El anuncio podría vender cualquier cosa, pero es prematuro para 'The Crown'. El éxito de su primera temporada, no sólo en Reino Unido, se debió posiblemente a que retrata de una manera creíble las vicisitudes de Isabel II y del duque de Edimburgo (de Lilibet y Philip) como personajes públicos y personas privadas en el gran teatro del poder y de los símbolos, de las tradiciones monárquicas y de sus cambios.

«La monarquía debe modernizarse», dijo Enrique para escándalo del 'establishment'. Es el signo de los tiempos. Carlos ya desesperó a su padre con sus quejas ensimismadas

La segunda temporada avanza por esa historia a paso de burra. Llegará hasta el caso Profumo, un escándalo de sexo, espías rusos y mentiras que forzó la dimisión de un ministro al principio de la década de los sesenta. Algunos de los atrapados en la trama eran amigos de Felipe de Edimburgo, pero estaremos aún muy lejos de Diana y de la intrusión del sexo y del adulterio en la discusión abierta y pública que viven los ingleses sobre la corona.

Severa tradición

A este ritmo habrá que esperar dos décadas para que la serie de Netflix, que dicen que es la más cara jamás filmada -ocho millones de euros cada episodio-, reconstruya las tribulaciones de Carlos, Diana, Camila, Guillermo y Enrique. Pero una protagonista de la primera temporada, personaje menor en el tiempo de aparición pero influyente en la conducta de Isabel, ilustra los cambios que se están dando en la monarquía británica en las últimas décadas. Es María de Teck, tatarabuela de Enrique.

En 'The Crown', la joven Isabel, que se convierte en reina con 21 años, recibe una carta de su abuela María tras la muerte de su padre: «He visto la caída de tres grandes monarquías por no ser capaces de separar la gratificación personal y el deber. No puedes cometer los mismos errores. Y, mientras lloras a tu padre, llora también por alguien más. Por Isabel Mountbatten. Porque ha sido sustituida por otra persona, Isabel Reina. Las dos Isabel entrarán en conflicto a menudo. Pero la corona debe ganar. Debe ganar siempre».

La abuela May, así conocida en la familia, era hija de un duque alemán de la región de Suabia, y tenía un carácter que gustó a la reina Victoria. De joven saltó entre roca y roca en los acantilados cambiantes de las sucesiones dinásticas. Se prometió a los 24 años con el príncipe heredero, que murió a las seis semanas. Conquistó el corazón de su hermano y vivió con él, Jorge V, un matrimonio feliz. Vivió desolada la abdicación de su hijo mayor, Eduardo VIII, a pesar de que ella le habría apoyado en su relación con Wallis Simpson. Sin aquel episodio, Isabel II habría ocupado el mismo rol dinástico que el destinado a una hija de Enrique y Meghan.

Enrique es el quinto en la fila de la sucesión -será el sexto cuando Catalina dé a luz a su tercer hijo- y es muy improbable que Meghan Markle sea un día coronada reina británica y de unos cuantos países de la Commonwealth. Pero, aunque cabe imaginar a Isabel II dictando a su nieto, Jorge, los deberes del monarca con la estoica severidad de María de Teck, cuesta creer que Camila se armase de valor para dar tal consejo a una futura soberana, que Catalina vea la monarquía y la gratificación personal en términos tan incompatibles cuando le toque la hora de reinar, o que Meghan encarne a partir de ahora el papel de autómata en la ejecución incesante de cortesías en actos protocolarios hasta su decrepitud.

Reyes 'cool'

«¿Hay alguien en la familia real que quiere ser rey o reina? No lo creo, pero desempeñaremos nuestras obligaciones cuando llegue el momento», dijo Enrique en junio a la revista estadounidense 'Newsweek'. «Estamos implicados en la modernización de la monarquía. No lo hacemos para nosotros mismos sino por el bien general de la gente».

Los grandes constitucionalistas británicos que argumentaron sobre el rol y la importancia de la corona -Bagehot, Burke...- se tiraron de sus pedestales para correr en busca de algún frasco de sales restauradoras. Quién sabe si tales declaraciones de su nieto, utilizando además el plural, llevaron a Felipe de Edimburgo a retirarse de la vida pública y a alejarse, ahora de todo, en una pequeña villa en la hacienda real de Sandringham.

Enrique y su hermano han dado un buen año a la monarquía. El primero con su promoción de los juegos Invictus, en los que compiten soldados de diversos países heridos en combate. Guillermo ofreciendo apoyo personal e institucional al tratamiento de trastornos relacionados con la salud mental. Pero sus declaraciones sobre el aniversario de la muerte de su madre, Diana, o sobre el futuro de la monarquía han chirriado en los pasillos del 'establishment' palaciego, por su sentimentalismo e introspección psicológica en público.

Es el signo de los tiempos. Carlos ya desesperó a su padre con sus frecuentes quejas ensimismadas. Guillermo se sumó al salto social de las monarquías europeas contrayendo matrimonio con Catalina, hija de un empresario y de una azafata. Un inglés, algo menor que Guillermo, decía seriamente el otro día en una conversación entre amigos que es posible que, cuando sea rey, someta a referéndum el cambio del himno nacional, porque el 'Dios salve a la reina' es aburrido e inapropiado.

Es la sociedad líquida de Zygmunt Bauman, que enseñó buena parte de su vida en la Universidad de Leeds. Reyes y príncipes desganados, himnos que no son 'cool', princesas con piel morena y que sonríen en una corte de ancestral palidez. En este culebrón que es también la Historia, materia que apenas ya se enseña en el currículum escolar británico, entra ahora Meghan Markle. Quizás en veinte años aparezca en 'The Crown'. Sería señal de su continuo éxito, pero si hay solemnidad y reverencias hacia estos nuevos personajes se habrá convertido en una serie cómica.

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