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Los más yoguis de España

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Los extremeños somos muy espirituales buscando la felicidad

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Viernes, 29 de diciembre 2017, 07:53

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Ayer estuve en una copistería encuadernando unos trabajos. Mientras esperaba, me fijé en el tablón de anuncios. Me llamó la atención que estuviera plagado de carteles de cursos de yoga, de meditación, de iniciación al budismo, al mindfulness, a las técnicas orientales de relajación, a la filosofía vegana como modo de alcanzar la felicidad a través de la alimentación y a alguna otra destreza del espíritu cuyo nombre no recuerdo, pero que tenía también que ver con la búsqueda de la armonía y la felicidad en el interior de uno mismo.

Un profesor de Educación Física me ha detallado la cantidad de alfombrillas, mallas a juego con camisetas ajustadas, ropa interior especial para las mallas, pantalones anchos de chándal, cintas para el pelo, etcétera que se venden. Material deportivo para practicar como es preciso todas estas disciplinas que ahondan en el interior de cada uno para encontrar el bienestar personal.

Acaba 2017, el año en que buscamos la felicidad intensamente y descubrimos, o creímos descubrir, que no estaba fuera de nosotros, sino dentro, por lo que nos lanzamos a bucear en nuestro interior buscándola con ahínco y dedicación. En Estados Unidos, según el Departamento de Salud, más de 20 millones de personas practican la meditación, el gasto anual en cursos de mindfulness y de productos relacionados con su enseñanza y su práctica es de 4.000 millones dólares y los practicantes de yoga, o sea, los yoguis, se gastan en cursos y material 10.000 millones anuales.

Según un estudio de 2015, de cada 100 españoles de entre 18 y 65 años, 12 hacen yoga. Aunque el dato más sorprendente es que los que más yoga practicamos en España somos los extremeños. Aquí, 19 de cada cien ciudadanos practican esta técnica y lo hacen para conocerse mejor, mejorar la forma física, alcanzar un mayor equilibrio o calmar la ansiedad.

Esto de buscar la felicidad es una actividad destinada irremediablemente al fracaso. No se sabe de nadie que la haya alcanzado en el modo absoluto y perpetuo, que es el que mola, o sea, felicidad para siempre y felicidad con cierto grado de intensidad. Como eso es imposible, pues hay que quedarse con los «buenos momentos Nescafé» que decía el anuncio.

A eso nos hemos dedicado en 2017 con pasión y en 2018 nos dedicaremos con más ganas aún. Uno estaba acostumbrado a encontrar buenos momentos fuera, con los amigos, con la familia, en el trabajo, en el ocio, la lectura, el esfuerzo intelectual, el cine, los espectáculos, los pasatiempos, las aficiones... Pero no, me han convencido, como a millones de personas, de que la felicidad está dentro de mí y la gracia está en descubrirla, extraerla e impregnarme de ella.

La industria del espíritu se ha convertido en una actividad que genera empleo, riqueza y desarrollo económico. En las ciudades y los pueblos, brotan por doquier los locales donde se enseña a buscar dentro lo que antes buscábamos fuera. Como los dentistas, las ópticas y las peluquerías, las academias para enseñar a adentrarse en el alma y cultivar el interior ocupan las mejores entreplantas de la ciudad (la industria del espíritu es muy de entresuelo).

Yo no sé qué parte tiene todo esto de operación mercantil y qué parte tiene de filosofía profunda y vital, si tiene más que ver con la economía o con el espíritu. Desde el escepticismo veterano, uno entiende que eso de la felicidad es algo muy aleatorio, bastante espontáneo y que como viene se va. También llama la atención que, desde el Romanticismo, que es cuando se descubre el hastío, solo las clases acomodadas con las necesidades básicas resueltas tengan esa preocupación permanente, a veces más intensa, a veces menos, por superar la angustia del vacío existencial. Sea como fuere, se acaba el año en que quisimos ser felices y comienza 2018, el año en que buscaremos con más ahínco la dicha. De todas maneras, ¿por qué cada vez hay más cursos para ser feliz y, sin embargo, se ve más gente angustiada?

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