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¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?

Vara, la crítica y el turrón

También me asombra ver que a menudo se confunde la crítica política con el juicio de valores, impregnando el escrito de moralina y adobándolo con ética de andar por casa, como si se estuviera en posesión de la verdad de forma unilateral, como si se actuara de oficio cual profeta iluminado por la santa Ortodoxia Política. Y no es raro encontrarse incluso con una especie de juicio de tribunal, con la condena incluida

Jesús Galavís Reyes

Sábado, 25 de noviembre 2017, 00:21

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Hace poco estaba paseando en Mérida por los alrededores del templo de Diana (que resulta que no era de Diana), cuando observé sorprendido que por la calle bajaba caminando nuestro presidente Vara. Iba solo y parecía como si él paseara también. Tuve una especie de impulso y, con algo de atrevimiento por mi parte, le llamé (¡Sr. Vara!) y entonces se paró, me miró y sonrió amablemente. Me presenté, pues no nos conocíamos, pedí perdón por aquella especie de asalto en plena calle y traté de explicarle –espero que lo hiciese bien– que le había interrumpido porque, como en varias ocasiones le he criticado en tribunas publicadas en este diario, sentía la necesidad de aclararle que eran críticas al político, nunca a la persona, quien, por otra parte me «caía bien», me parecía un hombre honesto. El presidente me trató cordialmente, me dijo cosas agradables que me guardo para no pecar de fatuo y allí nos despedimos. Como me las doy de buen catador de almas, aunque en breve encuentro, confirmé la bonhomía de don Guillermo.

Luego me arrepentí de este pronto algo infantil, pues pensé que un político experimentado, como es el caso, sabe de sobra distinguir entre la crítica a sus actividades y el afecto o aversión a su persona. A pesar de todo creo que hice bien; a fin de cuentas, en la antigua Roma los ciudadanos y los políticos tenían una relación de proximidad que ahora ya ha desaparecido. Además, pensé en la suerte de vivir en Extremadura, donde en la propia capital autonómica el presidente puede pasear apaciblemente por sus calles como un ciudadano más, casi inadvertido y con toda la naturalidad del mundo.

Desde entonces me ha dado por cavilar sobre este asunto de la crítica política a la que, ya lo he dicho, de vez en cuando me dedico. Y me preocupa la falta de autocrítica de los hipercríticos opinantes, así que lo intentaré yo con toda la humildad del mundo. Un primer aspecto que me sorprende es que la mayor parte de los artículos, tribunas o columnas de opinión tienen un contenido crítico especialmente contra los políticos. Esto puede parecer normal en una democracia, pero a mí me llama la atención que en raras ocasiones aparezcan críticas «positivas» (si es que esto es posible) o, al menos, presentación de alternativas a los errores que tanto se critican. Y, por qué no, elogios y alabanzas a lo que se hace bien. Debe de ser porque es mucho más fácil criticar que analizar, que profundizar en las cuestiones y hacer propuestas serias y sólidas.

También me asombra ver que a menudo se confunde la crítica política con el juicio de valores, impregnando el escrito de moralina y adobándolo con ética de andar por casa, como si se estuviera en posesión de la verdad de forma unilateral, como si se actuara de oficio cual profeta iluminado por la santa Ortodoxia Política. Y no es raro encontrarse incluso con una especie de juicio de tribunal, con la condena incluida.

Otra cuestión que me planteo es por qué ejercemos de críticos. Supongo que muchos, yo mismo, pretendemos halagarnos susurrándonos en nuestro coleto conceptos campanudos y gratificantes tales como que ejercemos un deber ético, o que se practica un necesario servicio público para orientar a los ciudadanos, para alumbrar dudas, para abrir alternativas… Por supuesto, puede que haya algo de eso, no lo niego. Aunque sospecho que en más de uno (seguramente en un servidor) hay un fondo de vanidad, de búsqueda del aplauso del lector, de que te digan por la calle: ¡Dales caña, Fulanito! Y entonces se marcha uno para casa poco menos que penetrado del impulso «catilinario» de aquel Cicerón excelso y, como él, encumbrado al honor de ‘Pater Patriae’ aunque provinciano. Y cabe preguntarse si, igual que se afirma que tras muchos críticos de cine hay agazapado un director frustrado, no ocurra lo mismo aquí y bajo la firma del opinante de turno no se esconda un proyecto de gobernante que nunca se atrevió a intentarlo, que nunca salió del armario para dar la cara al pie del cañón.

Y por supuesto, la gran pregunta en esta cuestión: ¿Sirve para algo realmente toda esa cantidad de crítica política que a diario se imprime, se radia, se ‘tertulia’? Quiero decir si realmente los políticos la leen, toman nota y enderezan lo que consideren que hay que enderezar. O si los lectores se sirven de ella para hacerse ellos también cada día más lúcidos y actuar en consecuencia cuando les toque votar. Cicerón, lo vuelvo a citar, logró con sus discursos famosos poner en jaque al conspirador Catilina. Zola y su ‘J’accuse…!’ removió pasiones en la Francia de finales del XIX y evidenció la maldad intrínseca de la razón de Estado. ¿Y nosotros…?

Se preguntarán ustedes a qué viene esta tribuna que arranca con un elogio presidencial en contra de lo que es habitual. Sospecharán que busco alguna canonjía o enchufe, aunque, ya por jubilado, lo único que podría esperar seria un empleíllo de representación en alguna embajada extremeña cuando la tengamos en Cataluña o en Australia. O que se me aminore el segundo plazo del IRPF, que, paradoja al canto, es de la persona física pero duele en el alma.

Pues se equivocan, nada de eso. A lo único que aspiro es a que Vara recuerde el caso, se acuerde de mí estas Navidades y me envíe de aguinaldo dos tabletas de turrón, una del duro y otra del blando. Sería como una metáfora de la crítica política: se puede hacer con todo el rigor necesario y la dureza que se quiera, pero no tiene por qué ser amarga. Y en la vertiente contraria, la lisonja interesada, o llanamente la coba, como el turrón blando, puede ser muy dulce, aunque con el aceitillo que desprende, mancha si te descuidas. Por supuesto, señor Vara, si se decide, que las tabletas sean de turrón de Castuera.

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