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La trinchera del cobarde

En la mayor ciudad de Extremadura, en ese sitio de fronteras donde tantos combates se han dirimido en pulsos bélicos yen campo abierto sin escondites ni refugios, hemos asistido,y asistimos, a uno de esos ejemplos que emponzoñanla honra colectiva y achican la dignidad de un pueblo

Feliciano Correa

Martes, 27 de marzo 2018, 00:27

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Recuerdo que hace unos años publiqué un ensayo que llevaba por título ‘El valor ya no se supone’. Y rememoro también que en el servicio militar obligatorio había una casilla en la cual se indicaba ‘valor’, y habitualmente se rellenaba indicando «se le supone». Pero si el soldado había entrado en combate o participaba en un servicio con riesgo de la vida, se escribía: «valor demostrado».

Ser valiente y arriesgar es algo que, en cierto modo, está pasado de moda. El confort, el anhelo del relajo y el sosiego, la querencia para no complicarse la vida, lleva a disimular el agravio y a no darse por aludido. Ha hecho fortuna el dicho «no les hagas caso», y los refranes de «ladran luego caminamos» o «a palabras necias oídos sordos». Pero hay que estar muy sordo para aguantar ciertas ofensas. Las gentes con arrojo, porque todavía evidentemente quedan, aquellos que dicen las cosas por lo derecho, mirando a los ojos a las personas, no flaquean, aunque lo que se hayan de comunicar sea grave y pueda acarrear conflictos. Pero hay cada vez menos personas «echada p´alante» que se decía en otro tiempo, porque somos muy urbanos, aseados y relamidos, y hemos aprendido un repertorio de reglas de urbanidad, así que nos callamos ante la chulería, o cortésmente y sin pestañear amenazamos con poner el asunto en manos de “mis abogados”, presumiendo que se cuenta con un despacho de letrados para servicio propio.

Y acorde con este achicamiento de valentía ha surgido en nuestro tiempo una trinchera ideal para los cobardes, ya que la mayor ausencia del valor es actuar desde el anonimato; me refiero a las redes sociales. Son como un parapeto con espejo, desde donde se nos observa sin permitir que podamos los demás ver lo que hay detrás del azogue. Ese lugar es el refugio del indigno, de ese indeseable que siendo incapaz de manifestar con rigor y a la luz del día sus quejas o resquemores, se esconde como una rata debajo del retrete; allí donde disfruta, junto a la peste, de su enfermiza cobardía. Esa trinchera es una coquera donde la honestidad no mora y donde la felonía, como un fluido macilento, todo lo rodea. En la mayor ciudad de Extremadura, en ese sitio de fronteras donde tantos combates se han dirimido en pulsos bélicos y en campo abierto sin escondites ni refugios, hemos asistido, y asistimos, a uno de esos ejemplos que emponzoñan la honra colectiva y achican la dignidad de un pueblo. Bajo el título de Club de Debates Urbanos de Badajoz, toman como diana al ayuntamiento de la ciudad y a algunos empleados, a políticos en activo o jubilados, a profesionales acreditados…, dedicándose a volcar sobre esas gentes un enorme sacos de falsedades y acusaciones que por su origen patológico no pueden sostenerse en un debate abierto, en una tribuna pública o en escritos formalmente tramitados, todas ellas vienen urdidas por fulanos inanes que son carcoma de alcantarillas. Los exabruptos de semejantes amilanados y los regüeldos de tales indeseables no dejarían de ser solo un ventoseo acorde con su calibre de inteligencia pigmea, si no les siguiera una clientela que, desde la ociosidad y apelmazados en su existencia inútil, se divierten con tal verborrea fétida. Esos espectadores, que jalean engordando las mentiras, son como los asistentes a las peleas de perros que animan al forzudo pitbull cuando se aproxima a la yugular del can, al que han llevado a esa carnicería sin haber hecho daño alguno. De tal modo que no importarían las heces que por la boca expulsan estos miserables si no existiera una clac que alienta sus excesos.

Yo, que he sido crítico en muchas de mis columnas de prensa respecto a ciertos modos de proceder de los políticos, me sumo ahora, desde mi condición de ciudadano libre, a solidarizarme con quienes gobiernan el ayuntamiento de Badajoz y con otras honestas personas y sus familias, que son sufridores en sus casas y despachos de los por estos mezquinos inquisidores. Es una mala suerte que semejantes rastreros, al modo de la sociedad secreta criminal siciliana, contaminen la reputación colectiva. Escribo así porque me arrebata tanto la injusticia como la cobardía, y me sublevan los que envueltos en una mortaja de disimulos, disparan para dañar, en la creencia de que en su zulo jamás podrán ser desenmascarados.

Faltan en nuestros días, entre otras muchas carencias, principios éticos, maneras aseadas, y el respeto debido a quienes honestamente cumplen como profesiones o políticos. Le falta a nuestra justicia el tiempo imprescindible para defenestrar a esa casta de maniobreros sarnosos, y ajustarle las cuentas a tipejos que jamás estarán conforme con su suerte. Son tan poca cosa que no hallarán confort alguno en esta sociedad, y menos estimarán que la gente de bien pretenda acrecentar una moral cívica, que siempre es inalcanzable en su totalidad, pero que en ese intento está la virtud.

En nuestro modelo, donde la libertad de expresión va camino de convertirse en un salvoconducto justificativo que legitima cualquier exceso, parece que los pacíficos ciudadanos estamos condenados al laceramiento de la propia honestidad por la verborrea cainita de quienes, engolfados en su condición de eunucos mentales, no resistirían abiertamente un debate, ni se atreverían a rubricar sin tapujos sus canalladas porque no sabrían responder ante los tribunales. Pena y asco se funden al mirar el proceder de quienes ni siquiera creen en su palabra, en su poder de convicción, en sus argumentos; de tal manera que solo saben hacer circular sus complejos e incapacidades por las cloacas, donde se mimetizan en sus mismos desechos con tal de no ser identificados.

Yo espero no obstante que, con los recursos públicos, ya que públicamente se ofende a los organismos oficiales, a sus empleados y a vecinos honestos, se proceda para que la justicia arranque la máscara y pida daños y perjuicios a estos hurones que se nutren de sus propias cagadas, en la seguridad que, tarde o temprano, acabarán hechos una mierda.

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