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Réquiem por los pueblos

Se necesita un plan con visión de futuro y mucha concienciación. Hechos que a día de hoy no existen. Los políticos siguen con sus medidas cortoplacistas y de subvenciones infértiles sin apuntar a la clave de bóveda de problema: falta de conocimientos de la población rural sobre las posibles vías y actuaciones de supervivencia del mundo rural en un mundo globalizado y urbanizado. Y falta de concienciación de que parte de las soluciones parten delas decisiones y actitudes diarias de cada ciudadano

Luis Fernando López Silva

Martes, 10 de abril 2018, 00:07

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Sin entrar en estadísticas, los datos sobre despoblación y relevo generacional en tierras extremeñas cada vez son más preocupantes. Se sigue perdiendo población en las zonas rurales y un claro estancamiento en las zonas más pobladas. La población en los pueblos mengua cada año debido a la alta mortalidad de una población muy envejecida unida a la baja natalidad y la falta de oportunidades laborales para los jóvenes. Los pueblos mueren lentamente y las soluciones son complejas socialmente y costosas económicamente. Todo un reto que la sociedad extremeña en su conjunto deberá afrontar en los años venideros si quiere parar el declive demográfico, y por ende, el social y económico.

No obstante, para analizar de manera pormenorizada la cuestión de la despoblación y el arrumbamiento del tejido productivo y comercial, hemos de delimitar dos tipos de actuaciones. Por un lado, tenemos las actuaciones políticas, y por el otro, la actuación de los ciudadanos. Comencemos por la primera. La evidencia nos dice que las soluciones políticas sobre fijar población hasta ahora no han sido fructíferas. Son soluciones que se implantan de arriba abajo, es decir, desde las instituciones políticas se pretende promover una serie de medidas sociales y económicas que son cocinadas en los despachos, y que después los ciudadanos deben acoger con más o menos agrado, negándoles la participación y el debate sobre propuestas que les afectan directamente. Además, muchas de estas políticas son contradictorias e intermitentes en el tiempo, pues dependen de la coyuntura política y económica del momento. Ejemplo: los programas de educación de adultos, de importancia vital para la población rural, que se imparten en gran cantidad de municipios extremeños no todos los años se imparten, eso depende de los presupuestos autonómicos, pero además están mal programados e insuficientemente dotados económicamente. Cuando sería primordial mantener estos programas año tras año, dotarlos de un buen presupuesto económico y mejorar su programación y alcance social.

Por el otro lado, tenemos las conductas de los propios habitantes de los pueblos. Sus decisiones sobre educación de los hijos, perspectivas laborales de los mismos, participación social, cuidado del entorno o de consumo, son decisiones que a medio y largo plazo afectan de lleno el bienestar de los pueblos. Un ejemplo claro de decisiones que tienen consecuencias negativas sobre los pueblos es la del consumo. Me explico. Los pueblos basan su economía secundaría y terciaria en las pequeñas tiendas: la panadería, los comercios de comestibles, la carpintería, la tienda de textiles, la zapatería, la peluquería y poco más. Pues bien, ahora con las grandes superficies y la venta por internet (e-commerce), los habitantes rurales se han subido también al carro de la modernidad y su consumo lo hacen en gran parte fuera de los pueblos donde residen, con lo que los negocios rurales están sufriendo más que nunca y muchos de ellos cierran sin solución de continuidad, pues les resulta imposible sobrevivir en el entorno 'low cost' de los gigantes del comercio. Un hecho que se acelera cada año. Pues bien, esta decisión de consumo de los habitantes de los pueblos no hace sino cavar la tumba de los mismos, es el precio que se ha de pagar por tales decisiones. Pongamos un ejemplo. Yo vivo a caballo entre dos pueblos de la Campiña Sur (Azuaga y Maguilla) y puedo constatar que desde que en Azuaga se implantó el Mercadona, los pequeños comercios de comestibles de los pueblos de alrededor y del propio Azuaga han ido cerrando sus puertas de modo paulatino. Otra decisión de este tipo se ejemplifica cuando familias enteras salen de fin de semana a las grandes superficies de las ciudades a comprar ropa, electrodomésticos, mobiliario, etc. Lo que implica que muchas familias que regentaban negocios de este tipo en los pueblos han determinado dejar la actividad y tomar duras decisiones como emigrar, incorporarse al desempleo o a un empleo más precario. Todo ello ligado a que sus hijos ya no se quedan en el pueblo, o si se quedan, sus oportunidades de vida seguramente sean menores, etc. Se rompe así el relevo generacional en el tejido empresarial y los nuevos empresarios lo tendrán aún más cuesta arriba. Hechos sobre los cuales los habitantes de las zonas rurales han de meditar.

Lo que está claro es que se necesita un plan con visión de futuro y mucha concienciación. Hechos que a día de hoy no existen. Los políticos siguen con sus medidas cortoplacistas y de subvenciones infértiles sin apuntar a la clave de bóveda del problema: falta de conocimientos de la población rural sobre las posibles vías y actuaciones de supervivencia del mundo rural en un mundo globalizado y urbanizado. Y falta de concienciación de que parte de las soluciones parten de las decisiones y actitudes diarias de cada ciudadano. Con un cuadro tan desdibujado, las actuaciones políticas habrían de ir de la mano de las actuaciones ciudadanas, lo que es inadmisible y tontuno es que los políticos acojan en sus pueblos proyectos que a largo plazo socavan la economía de la zona o que los ciudadanos agraven el problema con conductas que acrecientan la mala situación y dificultan toda solución.

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