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Una escena de 'Doctor Zhivago' S.E.
Julio Saavedra: Recuerdos de adolescencia bajo las estrellas

Julio Saavedra: Recuerdos de adolescencia bajo las estrellas

JULIO SAAVEDRA GUTIÉRREZ

Viernes, 18 de agosto 2017, 07:33

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Mi adolescencia son recuerdos de un cine de verano, que diría el filántropo bueno, de aquel cine que nos mostraba a los de pueblo las cosas que pasaban en el más allá de nuestro constreñido mundo rural.

La aventura comenzaba el domingo a la salida de misa de 12, oliendo aún a baño semanal y con las mejores galas domingueras, poníamos los muchachos pies en polvorosa para acercarnos a la cartelera del cine de verano, previa consulta con la censura eclesiástica por si era o no tolerada. En caso de ser tolerada ya estábamos buscando los suficientes fondos para poder comprar la entrada, cuanto antes los conseguías ante ibas a casa de Luis Plaza a por la entrada.

El cine de verano de mi pueblo era como todos; había una pantalla encalada con ribete negro para enmarcar las imágenes; en el patio de butacas no había de estas, eran unos bancos de madera incomodísimos; esta zona estaba separada por unas angarillas como las de los apriscos del ganado, pintadas de verde; una zona que hacía las veces de ambigú en el que había una barra para comprar pipas, refrescos y aquello que permitiera la economía de la época.

Tras la barra se exponían carteleras de películas pasadas y futuras; pegado a esta, dos espacios cerrados con puerta que hacían las veces de servicios en caso de mucha urgencia; unas gradas de cemento y pizarras denominada general o gallinero; y una especie de torre vigía con dos ojos donde estaba el secreto del cine, un ojo servía para que pasara la proyección y por el otro asomaba el operador de la máquina.

Una entrada de los años 70 en Garrovillas. :: S.E
Una entrada de los años 70 en Garrovillas. :: S.E

Las colas a la hora de entrar eran para coger el mejor sitio, tanto en general como en butaca, pues no estaban numeradas.

La música ambiente era aquel sirtaki banda sonora de 'Zorba el griego', primer y único tema, porque en los descansos y a la salida se repetía.

Antes de que se apagaran las luces, había que pasar por la barra para comprar las pipas y algún vaso de refresco de aquella gaseosa que tenía el monopolio en la villa, La Placentina. La había blanca, de naranja, limón y cola; esta misma se utilizaba para quienes ya se permitían el lujo de beber un combinado añadiendo la ginebra y poco más.

Se apagaban luces y candilejas y con el ruido de fondo similar a una jaula de grillos, comenzaba el obligado Nodo, aquel noticiario que hacía la propaganda del régimen y nos ponía al día de las inauguraciones de los pantanos, de las demostraciones sindicales del Primero de Mayo, algún enlace de la aristocracia, para terminar con toros y la última hazaña del Real Madrid por Europa; a continuación algún tráiler de futuras proyecciones y a renglón seguido la película.

Si la película aburría o se cortaba en demasía, en el gallinero se creaba un concurso de gracias e improperios a ocurrencia del público, cuando la escena lo requería sonaba aquello de: «Aprieta, Enriqueta», a la que se iban sumando unas ocurrentes y otras menos, hasta que aparecía aquel que se le conocía como 'el de la bici' y que no era otro que el acomodador y su linterna.

Si sabías que la muchacha por la que bebías los vientos iba al cine, ellas siempre a butaca, buscabas otro aporte económico extra de algún pariente que solía darte la paga dominguera y sacabas entrada de butaca. Tenías suerte si conseguías sentarte junto a ella, pero entonces la película no importaba mucho, era más la película de realización propia.

Si veías que tenía la mano en el descansabrazos poco a poco procurabas acercar la tuya hasta rozarla, con solo mirarte ya sabías que aprobaba o no la aproximación, que podía terminar cogiendo la mano un ratito, no mucho por el qué dirán. En algún momento de mucho ruido de la película te arrimabas y le decías:

-¡Hoy estabas muy guapa en misa!

-¡Uy!, ¡qué tonto, como siempre!

Y era verdad, porque salvo cambio de peinado o algún lazo más que otro, no es que cambiara mucho el vestuario, que era para toda la temporada.

Por aquel cine de verano de mi pueblo pasó lo mejor y más granado de la filmoteca de la época: 'Doctor Zhivago', 'La muerte tenía un precio', 'Lo que el viento se llevó'...

El epílogo de la sesión del cine de verano lo ponía mi madre los lunes cuando al llegar a casa tenía los zapatos limpios y lustrados al sol para el próximo domingo.

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