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La palmatoria y el orinal

La palmatoria y el orinal

En Navidad las casas de los abuelos parecían hospitales robados

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Miércoles, 27 de diciembre 2017, 07:18

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Mi suegra tiene una expresión para referirse a las casas con pocos muebles, decoración austera y ninguna concesión al adorno. Dice que esa casa parece un hospital robado y todos entendemos que en las alcobas hay una cama, una mesilla y un armario y en el salón, una mesa, un aparador, media docena de sillas y una televisión. Pero nada de cuadros, souvenirs, floreros ni cornucopias: no hay una sevillana sobre el monitor ni una virgen de Fátima en una estantería, no hay cuadros de caballos ni bodegones de caza en las paredes.

En estos días de vuelta a casa por Navidad, hay un trasiego tremendo de gente. Los pueblos y las ciudades rebosan de hijos y nietos de visita y en cada familia se repite ese movimiento. En la mía, por ejemplo, nos juntamos en Cáceres los que estamos aquí con los seis que vienen desde Don Benito, los tres que se acercan desde Zafra, los cuatro que llegan desde Dallas, los siete que acuden desde Madrid y los dos que vuelan desde Boston. El movimiento se repite familia a familia y se produce entonces un proceso interesante: el reencuentro de cada uno de los emigrados con sus casas y con unos espacios muy particulares que han marcado sus infancias y los devuelven a ese tiempo.

Esa misma situación la vivimos nosotros de niños cuando íbamos a ver a los abuelos en Navidad. Pero hay que reconocer que la decoración de las casas ha cambiado mucho. Ahora ya no hay hospitales robados, pero hace 50 años, las casas de los abuelos eran austeras hasta decir basta.

Cuando llegabas, tras los besos de rigor y los comentarios habituales sobre las notas y las novedades, empezabas a explorar las habitaciones buscando alguna diversión y aquello era tremendo porque no había manera de entretenerse. A cambio, encontrabas elementos de sobra para vivir una película de terror. Ibas por las habitaciones buscando algún tesoro, entrabas en la de los abuelos y aquello parecía la celda de un asceta.

Sobre la mesilla, una palmatoria con una vela como única concesión al lujo. Abrías el cajón y aparecía una estampa de la Virgen. Abrías la puerta de la parte inferior de la mesilla y te sorprendía un orinal, bico o bacinilla de porcelana. En la pared, un crucifijo. Y punto. No había más salvo un armario con dos trajes y un par de camisas y, quizás, una cómoda con ropa interior, ropa de cama, toallas y bolas de alcanfor.

Jugar era complicado a menos que recurrieras a la imaginación. No había ningún juguete en la casa ni la menor concesión al entretenimiento ni al ocio, pues estar ocioso se consideraba falta grave fronteriza con el pecado. En el comedor o en la cocina, había una alegría en la pared, es decir, un calendario con publicidad de piensos compuestos, que avisaba del paso de los días, y nada de caramelos ni chucherías salvo algún higo secándose en septiembre.

Hace una semana fui a una conferencia en la que se proyectó un documental sobre el pasado: 'Navidad fusilada'. De sus protagonistas, fusilados en 1937, solo queda una imagen para el recuerdo: la foto de la mili. Esas eran las únicas fotos que decoraban las estancias de nuestros abuelos: fotos de soldados jóvenes. A veces, había una foto de la boda. Y también a veces, se podían contemplar unos cuadros tenebrosos que encogían el alma: perros saltando al cuello de un ciervo, perdices muertas en bodegón, Judas dando un beso con cara de poseso.

Cambien de siglo y de casa y reparen en las habitaciones que encuentran hoy los nietos: armarios llenos de juguetes, alacenas rebosantes de golosinas, televisores con 200 canales... La pregunta es: ¿inspiran más una palmatoria y un orinal o una consola?

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