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Calle céntrica de Azuaga, el pasado viernes. :: E.R.
¡Muera la prisa!

¡Muera la prisa!

En la Campiña Sur, la conversación y la educación son sagradas

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Jueves, 14 de septiembre 2017, 08:07

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Viernes festivo en Azuaga. Calles largas, terrazas llenas y esa costumbre de los pueblos extremeños que nos emparenta con los pueblos alentejanos: grupos de hombres en las esquinas, a la puerta de algún bar, comentando, observando, disfrutando de la calma y del confortable bienestar de lo doméstico. Viernes festivo en la Campiña Sur y coches circulando despacio, como buscando algo o a alguien, dando vueltas, encontrando un pretexto o inventándoselo para detenerse un rato.

El vendedor de cupones hace tertulia en una esquina: ocurrencias, ironía, fútbol, algo de Cataluña, algo del huracán... Atención, se detiene un Opel Astra. Una seña, una voz, el vendedor de cupones se acerca, se apoya en la ventanilla, charla con el conductor, saca la tira de premios seguros y ofrece... Este, este, no, mejor este otro... Tras el Astra, se va formando una respetable cola de coches: un todoterreno, un Mercedes brillante, dos utilitarios, un Audi, dos furgonetas...

El atasco es monumental. De un momento a otro, se liará una buena, seguro. Espero una hecatombe de cláxones, de improperios, de insultos, incluso. Pero no, vanos temores. Nadie protesta, nadie toca el pito porque nadie se irrita. El vendedor de cupones cambia de postura, se acoda en el capó y ríe. Más de un minuto de reloj en la calle principal de Azuaga, la que lleva desde la entrada del pueblo hasta el castillo, larga fila de coches que crece y crece y ni un signo de impaciencia.

Por fin, el conductor paga, el vendedor desea suerte y el Astra sigue calle arriba. Se reanuda la circulación, pero no por mucho tiempo. Unos metros más adelante, a la altura de la Oficina de Turismo, una conductora descubre a dos amigas y se detiene. Más charla, más cola. Y se repite la espera educada, nadie se altera porque, en Azuaga, conversar es sagrado y da lo mismo si la charla se produce en un bar, en un parque o entre un conductor y un peatón... O entre conductores porque a la salida, cuando ya nos marchábamos, nos encontramos dos furgonetas detenidas en medio de la calzada, cortando el paso de ida y de vuelta. La tertulia esta vez es de conductor a conductor y nos paramos, y esperamos, y no se nos ocurre darle a la bocina, ni protestar, ni tan siquiera gesticular. Al contrario, ponemos cara de ser felices en el país de la charla demorada y el intercambio civilizado de pareceres.

Un rato antes, al entrar en un bar, nos habían demostrado que ni las prisas son buenas ni conviene dejarse llevar por las costumbres bruscas de las ciudades. Entramos preguntando directamente por los baños y en vez de indicarnos dónde estaban, nos abochornaron regalándonos un sonoro y amable buenos días, como dejándonos claro que en Azuaga la educación está por encima de todo y que aquí, primero, se saluda y después, se mea.

¿Solo en Azuaga sucede esto? Carretera adelante, llegamos a Llerena y, ¡oh!, nos metemos por dirección prohibida camino de la plaza principal. Cuando ya estamos a punto de salir por un arco, nos damos cuenta del error. Nadie nos ha reñido. Incluso un conductor con el que nos cruzamos se hizo a un lado para dejarnos pasar sin alterarse. Al detenernos, una madre, que empuja un carricoche, nos sonríe y nos dice con gracia y con gestos que no, que vamos mal.

Tras rectificar, llegamos a la plaza, aparcamos y disfrutamos del lugar sentados en una terraza. Y se repite la escena de Azuaga. Un coche se detiene para charlar con un amigo que toma café a nuestro lado. No hay prisa. Ya hay cola: tras el conductor conversador, se detiene un automóvil. No hay bocinazos ni gritos. ¡Caramba!, pero si es el coche de la policía municipal. Ni multa ni regañina. En la Campiña Sur, antes conversar que circular. ¡Muera la prisa, viva la pausa! Y educación, mucha educación. Pido un vaso de agua. El camarero lo trae al instante. Se lo agradezco. Responde: «Gracias a usted, por supuesto». Me quedaría a vivir aquí.

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