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Martes, 17 de abril 2018, 08:11
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No me puedo quejar del tiempo que me ha tocado vivir. Al menos en la primera parte de mi vida. Nací cuando España empezaba a desarrollarse y tuve una juventud plena de emociones y de esperanzas con la llegada de la democracia, cuando creíamos que casi todo era posible, los 80, los 90, décadas abiertas a los proyectos y a los sueños, tiempos estimulantes y divertidos.
Extremadura vivió entonces una etapa de desarrollo como nunca había tenido desde el siglo XVI. La entrada en la Unión Europea y la desaparición de las fronteras nos situaron en otra etapa histórica de unión con Portugal, como cuando la Lusitania romana, el reino moro de Badajoz o el reinado de Felipe II, Extremadura y el Alentejo sin fronteras, guerras ni desconfianzas. La autovía Madrid-Lisboa nos colocó en una posición estratégica y el AVE entre las dos ciudades iba a ser la guinda del nuevo tiempo.
Pero llegó la crisis y todo se torció. Para empezar, el AVE se frenó y después, llegó el tiempo viejo de la desconfianza, el miedo y la mordaza... No entre España y Portugal, sino entre nosotros. Lo que parecía ser un aire de libertad y conocimiento, es decir, las redes sociales, ha acabado colocándonos en una posición de autocontrol por miedo a la violencia verbal y al linchamiento social. Las gentes no se expresan con total libertad, y no me refiero a los casos extremos de barbaridades y locuras como desear la muerte y cosas así, sino a pensamientos sencillos, a ilusiones y sueños como los de los 80 o los 90, que ahora, si se expresaran, serían destrozados por la jauría acechante.
Hay mucha red social y mucha aplicación, pero también mucha autocensura y demasiado miedo a decir lo que se piensa, a ser heterodoxo, original, diferente... ¡creativo! Ya no me gusta el tiempo en que vivo.
A Pío Baroja tampoco le gustó el tiempo histórico que le tocó vivir. Nació en 1872 y murió en 1956, pero añoraba la parte del siglo XIX que no vivió: hasta 1850, cuando el romanticismo insufló libertad, afirmación individual, sueños revolucionarios, proyectos y posibilidades. Pero Baroja nació después y, en su juventud, sufrió una época de instintos domesticados, de corrección política, de hipocresía, de intereses garbanceros, miedo social y moralidad vigilante y asfixiante. ¿Les suena?
En el tiempo que le tocó vivir a Pío Baroja, también hubo grandes avances mecánicos, pero, aunque hicieron la vida más cómoda, también la hicieron más aburrida. A Baroja, le parecía mucho más excitante leer una novela a la luz de una lámpara de aceite y abrigado con una manta que leerla en una casa con calefacción y luz eléctrica. Pensaba el escritor vasco que a los lectores modernos de su época, los libros les parecían pesados y preferían leer periódicos ligeros, oír la radio y pensar en vulgaridades. Además, tanta comodidad impedía, según Baroja, la aventura individual porque todo el mundo estaba fichado y todo estaba reglamentado y controlado. ¿Les sigue sonando?
En nuestro tiempo, ha desaparecido el estímulo de buscar y comprar un libro, hacer una foto y revelarla, leer un periódico demoradamente en un café, encontrar un disco o ver una película. Todo es tan fácil y tan cómodo que aburre y la falta de tiempo, la inmediatez, la prisa y la hiperabundancia de mensajes e informaciones nos han apartado de la lectura sosegada y del placer del conocimiento analítico, profundo y crítico.
Esta Semana Santa, en Ceclavín (1.871 habitantes), me sucedió algo curioso. A las nueve de la mañana, me acercaba al pueblo a comprar el pan, comprar el HOY y tomar café. Pues nada, imposible, a esa hora tan temprana ya se había agotado el HOY. Había una razón: Ceclavín estaba lleno de forasteros descansando, gente con tiempo para leer y recuperar las costumbres de los 80 y los 90: la charla, el paseo, la lectura, los sueños y hasta el tren Madrid-Lisboa. Baroja no conoció buenos tiempos. Yo sí y estoy seguro de que volverán. Espero.
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