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Mercado callejero de los viernes, en Ceclavín. :: A. T.
Día de mercado en Ceclavín

Día de mercado en Ceclavín

Haciendo recados por calles estrechas y blancas con aire de zoco

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Viernes, 15 de junio 2018, 07:53

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Viernes. Día de mercado en Ceclavín. Como cualquier otra mañana, lo primero que abre en el pueblo es la panadería. En Ceclavín hay cuatro, la de Antonio, la de Pichichi, la de Paca en el barrio de San Antón y la de Nana, a cada cual mejor por sus panes y sus dulces. Con el pan en la bolsa, me demoro en los recados. Primero, los periódicos. No han llegado aún. Le digo a Davinia que me reserve el HOY. Toma nota, aunque me avisa y me alegra: «Como se acababa enseguida, están mandando más y ya no hay tanto problema como en Semana Santa, que a las diez ya no quedaba ni uno».

Me acerco al bar Las Palmeras a tomar café. «Uno solo», le pido a Mayte. Alterno los cafés tempraneros: un día voy a este bar, donde me sirven un mantecado con el expreso, y otro día voy a La Pista, donde Juan Mari convida a magdalenas o churros con el café. Llega Santi, el dueño del Dia. Pide un descafeinado. Hablamos de supermercados, de lo que significa que los pueblos extremeños tengan, como Ceclavín, un Dia, un Sediaco, un Udaco. Comenta lo complicado que es resistir en los pueblos. Poco puedo contribuir yo salvo hacer los recados que me encarga mi madre, pero insuflo ánimos recordándole que ya llega el verano y el pueblo se llenará de turistas paisanos. Sin embargo, el año son 12 meses y estos tenderos extremeños resistentes y emprendedores merecerían un homenaje: gracias a ellos, los pueblos aguantan.

Más recados: unos supositorios en la farmacia. Estoy el primero en la cola. Entran dos señoras y un caballero. Tienen prisa, piden, pagan... ¿Se cuelan? Yo creo que no. En los pueblos, no hay prisa y la palabra colarse está desterrada del vocabulario. Carmen, la farmacéutica, se excusa. Es nuera de una amiga de mi madre. La tranquilizo: «No hay problema, estoy entretenidísimo». Es cierto. Valentina cuenta sus achaques y comenta que da gusto charlar un rato en la farmacia, una señora se empeña en pagar lo que aún no tiene, el caballero compra y se desahoga. Recojo los supositorios, vuelvo a por los periódicos y me acerco al mercado.

El primer puesto es muy propio, muy lógico, muy pertinente: una mesa cargada de morcillas boferas, lomos blancos, longanizas y chorizos culares. A partir del mostrador de chacina, me voy adentrando en un universo fascinante que me descoloca. Suena música árabe, escucho a una muchacha muy guapa, con el pelo recogido en una especie de turbante, hablar por su móvil en un dialecto que me parece bereber.

Ceclavín se va transmutando en el zoco de Tetuán, en la medina de Tánger... Calles blancas muy estrechas, toldos cubriendo el pasaje, ropas, bolsos, olor a cuero, regateo, simpatía. Da gusto aventurarse por esta mezcla de Berbería y Extremadura, de longanizas y sandías marroquíes. Sí, en el mercado de Ceclavín, las sandías vienen del Magreb. Mi padre me ha encargado media. Espero una cosita normal, pero son seis kilos de media sandía. La señora es de la zona, cierra las vocales finales: la o en un, la e en i... Antiguo Reino de León en vena, el Alagón, la Raya y Gata mezclándose con Chauén y Asilá.

Faltaban los aromas, pero el asador de pollos empieza a funcionar y un olor que alimenta se extiende por la plaza, por el zoco, por las callejas y el atrio de la Iglesia. Pollos asados El Músico: un pollo, 7.50 euros; medio, 4. Entre la frutería y el asador, un hombre avisa a otro: «No intentes arreglar matrimonios o saldrás trasquilado».

El último recado: garbanzos chicos, riquísimos, en el comercio de Antonio, donde se pueden comprar leggins, cebollas, huevos camperos y azadones. Compro y charlo. Un tratante de vinos de Valdefuentes comenta que en Aldea del Cano, el ayuntamiento pone una furgoneta al servicio de los mayores para llevarlos al banco. «Los pueblos están cambiando mucho», sentencia. Es verdad, pero resisten con el HOY, con el Dia, con los pollos de El Músico, con garbanzos chicos y sandías grandes.

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