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Interior de un concesionario Mercedes. :: Reuters
Mamá quiere ir en Mercedes

Mamá quiere ir en Mercedes

Mi madre me acosa para que me compre un coche grande y lujoso

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Miércoles, 7 de marzo 2018, 08:19

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Mi madre quiere que me compre un coche nuevo. Dice que el que tengo parece un camión, suena como un camión y huele como un camión. Yo no sé a qué huelen los camiones y, desde luego, mi madre menos. Yo creo que ella no sabe ni a qué huelen los autobuses: es de esas cacereñas que van en coche a la peluquería de la esquina y el bus urbano les parece cosa de pobres. Y claro, cuando yo la llevo a arreglarse el pelo, se irrita porque no le parece elegante llegar a la pelu en un camión.

Reconozco que soy un poco dejado y que con unas gotitas de tres en uno, mi 'camión' parecería más presentable y nuevo o, cuando menos, no chillarían las puertas al cerrarse como si fueran las de una mazmorra transilvana. También debería comprar un ambientador de lavanda ya que aunque el coche esté aseado, porque seré camionero, pero limpio, quizás huela a viejo. Pero es que esos olores automovilísticos a bosque o jardín provenzal me dan arcadas.

Mi coche es un poco viejo. Lo reconozco. Es tan viejo que no tiene ni CD. O sea, es un coche de casetes. Al principio, quedaba fatal, pero ahora es un rollito setentero que mola. Introduces el casete de 'Imagine', hace chas, suena John Lennon y aquello parece una excursión a Woodstock. Pero claro, no le vayas a mi madre con excusas del tipo mi coche es vintage y tú no lo entiendes, mamá, porque ella chasquea la lengua, menea la cabeza resignada, resopla y sentencia: «Tú lo que estás es tonto».

Es lógico que un coche del 98 con 400.000 kilómetros tabletee como un matraquillo o chimpín cargado de escombros y eso no le guste nada a una madre pija de Cáceres. A las madres pijas de Cáceres y de cualquier ciudad, les encanta que sus hijos las vengan a buscar con un coche grande, moderno y brillante, les abran la puerta trasera, las acomoden y arranquen suavemente mientras ellas no se enteran de que el coche circula si no miran a la carretera porque el vehículo no hace más ruido que el de la música del iPod: baladas románticas de Celine Dion, tenues melodías de Adele, incluso tiernas canciones de amor de José Luis Perales si deseas agradar a tu madre hasta bordear la náusea. Y ellas, con cara de me lo merezco, miran al resto del mundo en los semáforos y en los pasos de cebra para dejar claro que su biografía culmina con este paseo hasta el Supercor de la urbanización a comprar pularda campestre o lomo alto de buey angus montada en el confortable asiento trasero de un Mercedes, de un Lexus, de un SUV, de cualquier SUV largo, ancho y alto. ¿Pero en un camión?

Quizás sonrían ustedes porque se están imaginando a sus madres coronadas en el trono de su berlina, pero a mí no me da la risa sino que directamente estoy acongojado. Porque mi madre, cuando comienza una campaña es peor que los chicos de Podemos cuando señalan a los malos en las redes sociales.

Mi madre pasa de Facebook y Twitter, lo suyo es acoso psicológico torturador e inapelable, inasequible al desaliento, sin caridad ni templanza. Día tras día, vuelve al ataque con lo del camión, con lo del casete, con lo del chimpín y acaba desordenando tu economía y obligándote a pedir un crédito para que tú pagues cuotas durante 60 meses y ella se sienta satisfecha. «Pero, hombre, cómo le vas a dar ese disgusto», te dices, te dicen, te maldices...

Servidor, de los coches, valora cómo salen de las rotondas. Lo demás me importa un bledo. Y el mío sale con el brío de un Ferrari más que con el desaliento de un camión Ebro. Así que aguantaré como pueda el acoso materno.

Además, estoy hecho un lío. Nunca fue tan arriesgado como ahora comprarse un coche: igual prohíben los diésel en unos años; a lo peor, se acaba la gasolina; eléctrico, todavía están en desarrollo; híbrido... quizás, pero... No sé... Creo que lo mejor va a ser llevar a mi madre a la peluquería en el bus de la línea 2 y que aprenda a ser normal.

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