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Mamá se lía con el móvil

Mamá se lía con el móvil

Los mayores sufren con PIN, PUK y SIM y eso es un síntoma de cordura

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Viernes, 4 de mayo 2018, 08:02

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«Mi madre se lía con el teléfono móvil»... A partir de esa frase, se tejen miles de conversaciones cada día en el café de media mañana y en la sobremesa de la mesa camilla. Es un tema muy socorrido: la lucha diaria de los mayores con la tecnología. Solemos reírnos de ellos, pero en realidad, deberían ser ellos quienes se rieran de nosotros. Para ellos, el móvil es una utilidad; para nosotros, una razón de ser. ¿Quiénes están más tontos, ellos o nosotros?

Mi suegra, por ejemplo, usa el móvil solo para comunicarse. Hace llamadas y envía mensajes. Nada más. Alguna vez, intenta acompañar el mensaje con una foto, pero acaba retratando sus pies y desiste. En cuanto aparecen sus zapatillas en el grupo familiar de WhatsApp, se suceden los vaciles y las bromas cariñosas de los nietos, aunque ella ni se inmuta porque, muy sensatamente, cree que las fotos son para las cámaras no para los teléfonos.

Mi suegra no exagera con las muestras de cariño, es poco expresiva en ese sentido, mantiene una elegancia antigua que coloca los sentimientos en el ámbito de la intimidad, no en el de las manifestaciones externas. En eso es muy luterana y su hija ha heredado esa virtud que en el mundo moderno es un defecto.

Por ejemplo, cuando les presentan a alguien, les cuesta dar dos besos. No entienden que haya que besar a desconocidos y se quedan paralizadas. Hace años, esas situaciones me ponían muy nervioso y acababa empujándolas discretamente para arrojarlas hacia las mejillas de los recién presentados. El resultado no eran dos besos, sino un embarazoso choque de cabezas provocado por mi estúpido proceder.

Hace tiempo que no las empujo. Me han demostrado que tienen razón. ¿Por qué han de besar a quien no conocen de nada? Mucho más elegante la mano tendida. Al igual que es mucho más elegante la ropa de antes que la de ahora. Mi suegra, cuando salimos a dar un paseo, se escandaliza cada vez que nos cruzamos con una muchacha. No le llaman la atención las faldas cortas, los tejanos agujereados, los escotes pronunciados ni los riñones al aire, en ese punto es razonablemente liberal, lo que la enerva es lo mal hecha que está la ropa moderna.

«¿Pero tú te has fijado en cómo le sientan las mangas a esa chica?, si cada una cae de una manera, no se ajustan al hombro... Y los bajos del vestido pingan mucho: caen más por un lado que por el otro y es recto por delante y también es recto por detrás, cuando cualquier modista de Cáceres sabe que en la parte trasera tiene que caer un poco más para que suba por efecto del culo», me describe con precisión las aberraciones modernas del corte y la confección.

Yo le digo que es normal que sienten mal las mangas y pingue el bajo en vestidos hechos en serie en China, que las cosas ya no son como cuando los cosían modistas expertas y siempre a medida, pero mi suegra replica que por muy chinos que sean, también sabrán coser y que la culpa es de quienes se compran las prendas sin fijarse en cómo sientan las mangas y los bajos. No entiende, en fin, que las madres no reparen en el adefesio en que se convierten sus hijas con esa ropa sin medida, orden ni concierto.

Como siempre, las madres y las suegras tienen razón. Será lo moderno, pero no es lo lógico. Los besos son para el cariño verdadero y el corte y la confección son destrezas que deberían seguir vigentes y no desaparecer a manos de la inmediatez, la uniformidad y la explotación.

Pero volvamos a los teléfonos móviles, un complicado universo endemoniado que angustia a los mayores y a muchos los acompleja, no a mi suegra, desde luego, que tiene clara la división entre la funcionalidad y la tontería. El otro día, se bloqueó su teléfono móvil por capricho y encenderlo fue toda una odisea en la que participaron el id, la clave, la contraseña, el código de verificación, la 'cloud', la multisim, el PIN de la SIM y el PIN del PUK. ¿Pero cómo no se van a liar?

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