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Extremeños, no cambiéis

Extremeños, no cambiéis

Los turistas halagan la paz de los pueblos, pero prefieren la actividad

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Miércoles, 20 de junio 2018, 07:57

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El jueves cantó Manolo García en la plaza de toros de Plasencia y el sábado tomé café en el bar Las Palmeras de Ceclavín. Manolo García es uno de mis cantantes favoritos, tengo casi todos sus discos y me gusta mucho conducir escuchándolo: me ayuda a relajarme, a divagar entrando y saliendo de pensamientos y ensueños agradables y no me duerme, lo cual es una ventaja para conducir. Tomar café en Ceclavín también me gusta mucho. Ya he contado que sea en La Pista, sea en Las Palmeras, los cafés tranquilos, en la terraza, saludando a los viandantes y leyendo el HOY, se convierten en el mejor momento del día.

El sábado, mientras disfrutaba de la conversación, la lectura y el relax consustancial a cualquier pueblo extremeño en fin de semana bien de mañana, comenté con Mayte, la dueña de Las Palmeras, lo bien que se estaba en el campo y lo tranquilo que se vivía en el pueblo. Ella, con elegancia y sin llevar la contraria, concedió que sí, que se vive muy tranquilo en los pueblos y los campos extremeños, pero que para quienes viven en ellos todo el año, no solo los fines de semana, esa tranquilidad es excesiva y preferirían más actividad, más movimiento económico y, en consecuencia, menos tranquilidad.

Al escuchar su razonamiento y reconocer que tenía razón, me sentí como esos turistas señoritos de Madrid, Bilbao o Barcelona que vienen a pasar el fin de semana a Extremadura para cazar, pasear, fotografiar o, como ellos dicen, disfrutar de un fin de semana hippie, pero luego regresan a sus ciudades populosas, activas, ricas, intranquilas... y llenas de posibilidades.

Si yo viviera en un pueblo extremeño, luchando por salir adelante con mi negocio o mi trabajo, pero con unas expectativas complicadas y la tentación de emigrar siempre latente, creo que detestaría a los señoritos de la capital que vinieran al pueblo los fines de semana y se dedicaran a disfrutar de la armonía y a halagar la vida retirada con odas y loas recitadas entre cerveza y cerveza, entre pinchos de chanfaina y chuletillas de chivo.

Cuando esbocé el primer verso de mi égloga artificial y entusiasta dedicada a los pueblos extremeños alejados del mundanal ruido, me sentí un Manolo García. Recuerdo que hace unos años, el popular músico dio un concierto en la provincia de Badajoz y, al acabar, animó a los asistentes a no cambiar, a seguir manteniendo una Extremadura igual de pura e incontaminada, igual de tranquila y bella, igual de natural y alejada de la prisa... Pero al día siguiente, el gran Manolo García cogió su guitarra y regresó a Barcelona, a la prisa, a la contaminación, a la actividad incansable y agotadora, pero también a las oportunidades, al desarrollo y al buen empleo.

Sé perfectamente que el discurso de Manolo García aquella noche en Badajoz fue un acto de amabilidad y que en su fuero interno quiere lo mejor para Extremadura. No era más que una despedida agradecida tras pasar un agradable fin de semana en una tierra maravillosa. También mi diálogo con Mayte en Las Palmeras fue una conversación amable y entusiasta, típica de excursionista feliz eufórico al sentir el placer de la calma y la plenitud del silencio durante un fin de semana en un pueblo extremeño.

Pero en el discurso del cantante y en mi conversación anidan las claves de la región. Aunque a veces parezca que me resigno y nos resignamos a seguir como estamos y a no ir más allá de nuestra maldición de paraíso de fin de semana, la verdad es que esos momentos puntuales de desazón y conformismo se mezclan con otros de rabia y de exigencia. Me avergoncé de ser tan turista simplón, de convertirme en un apóstol del: «No cambiéis»... Porque si no cambiáis, yo podré seguir disfrutando de la posición ventajista que me ha regalado la vida: de lunes a viernes aprovechando las oportunidades de la ciudad y el fin de semana aprovechando lo barata y agradable que resulta la beatífica paz de los pueblos extremeños.

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