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Descargamaría, en la Sierra de Gata. :: PALMA

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La despoblación ya amenaza a las ciudades extremeñas

El éxodo rural ya es también urbano en Extremadura. Las ciudades empiezan a perder habitantes, mientras en otros sitios del país ya han elegido qué hacer: copiar el modelo de las Tierras Altas escocesas

Antonio J. Armero

Cáceres

Domingo, 4 de febrero 2018, 08:38

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Éxodo rural ya no es solo rural. En Extremadura, como en otras zonas de España, empieza a ser urbano. Un dato despeja dudas: diez de las trece localidades de la región con más de diez mil habitantes tienen hoy menos vecinos que hace cinco años. Y las otras tres (Navalmoral de La Mata, Mérida y Zafra) han crecido, sí, pero a los siguientes ritmos: 0,1 por ciento, 0,2 y 0,3, respectivamente. Que los pueblos se vayan quedando sin gente no es nuevo, pero sí que esto mismo ocurra en Badajoz, Cáceres, Plasencia, Don Benito, Almendralejo, Villanueva de la Serena, Coria, Montijo, Olivenza, Villafranca de los Barros... Han perdido poco –la mayoría entre el uno y el dos por ciento–, pero que no crezcan ya es una novedad. Es la nueva cara de la despoblación. Una versión 2.0 de la que no se salvan ni las ciudades.

«El mundo rural extremeño está en coma, y el desafío ahora es parar la metástasis que ya ha dado la cara en las ciudades», resume Julián Mora Aliseda, profesor de Ordenación del Territorio de la Universidad de Extremadura (UEx). «La despoblación en el ámbito rural es un fenómeno prácticamente imparable», opina Antonio Pérez Díaz, profesor de Geografía, también de la UEx. Los dos llevan décadas estudiando la demografía regional, y ni uno ni otro son precisamente optimistas. Los números les dan la razón.

La sangría no se ha frenado, pese a que las administraciones llevan años dándole vueltas al asunto. Existe el Centro de Estudios sobre la Despoblación y Desarrollo de Áreas Rurales, la Red Española de Desarrollo Rural, la Red Extremeña de Desarrollo Rural, el Foro de las comunidades autónomas por el cambio demográfico, el Comisionado del Gobierno frente al reto demográfico, la Red Europea de regiones afectadas por el cambio demográfico, la comisión de despoblación de la Federación Española de

Municipios y Provincias (FEMP) y sus 25 medidas, la comisión de investigación del Senado sobre medidas para evitar la despoblación en zonas de montaña y sus 35 propuestas...

osé Antillano, alcalde de El Carrascalejo desde hace 26 años.: BRÍGIDO
osé Antillano, alcalde de El Carrascalejo desde hace 26 años.: BRÍGIDO

En esta retahíla de asociaciones, colectivos, entidades, comisiones, etcétera, hay una que ha dado un paso más que el resto. Es la SSPA, acrónimo en inglés de la Red de Áreas Escasamente Pobladas del Sur de Europa, integrada por las provincias españolas de Soria, Cuenca y Teruel, el distrito griego de Euritania y el condado croata de Lika-Senj. En mayo del año pasado, un grupo de técnicos de estos cinco lugares pasó tres días en las Tierras Altas y las Islas (Highlands and Islands) escocesas. En esta zona rural periférica, de orografía abrupta y clima duro con carreteras en las que no caben dos coches, vivían 380.000 personas en el año 1961. En 2011 eran 466.000. O sea, la población se ha incrementado en un 22 por ciento en medio siglo. Con áreas como la de Inner Moray Firth, que en ese periodo ha pasado de 89.000 a 153.000 (un 71 por ciento de subida). O la de Lochaber, Skye and Wster Ross Moray, que tenía 29.000 y ahora suma 39.000 (36 por ciento de incremento).

Son el reverso de la realidad extremeña. La comunidad autónoma (1.079.920 habitantes, según el último dato del INE) lleva seis años seguidos perdiendo población, y el Instituto de Estadística de Extremadura vaticina en sus proyecciones que el padrón regional se reducirá en una media de 4.400 personas al año (85 cada semana). En el año 2030 habrá el doble de mayores de 64 años que menores de 16. Más: según el último informe de la comisión de despoblación de la FEMP, en la comunidad hay 120 pueblos en riesgo de extinción porque tienen menos de 500 habitantes. En definitiva, una mochila cargada de números rojos que pintan un panorama preocupante. Tan malo o peor que el de hace unos años, pero con la diferencia de que el mal afecta ya también a las ciudades.

Robledillo de Gata es el séptimo de la región que más vecinos ha perdido. Sumaba 174 en 1998 y ahora tiene 97.: DAVID PALMA
Robledillo de Gata es el séptimo de la región que más vecinos ha perdido. Sumaba 174 en 1998 y ahora tiene 97.: DAVID PALMA

Distinto a Galicia o Andalucía

«Que nuestros núcleos más poblados estén estancados, en fase de meseta, quiere decir que estamos en el inicio del declive», advierte Julián Mora. «Andalucía o Galicia sufren la despoblación rural –analiza Antonio Pérez–, pero allí tienen ciudades como La Coruña, Sevilla, Granada, Córdoba, que son mucho más grandes que las nuestras, y esas sí atraen población». En su opinión, el problema de fondo está bien identificado y lo comprende cualquiera. Puede resumirse en una palabra: trabajo.

«Un joven que vive en el ámbito rural extremeño –ilustra Pérez– puede sentirse orgullosísimo de que su pueblo sea muy bonito, de que esté rodeado por un paisaje precioso y de que en él se disfrute una gran calidad de vida, pero como no tenga un empleo, ese joven se va, emigra». «Y una cosa más –añade–: para mantener ese paisaje y esa calidad de vida, va a ser necesario que siga viviendo gente, y a este paso, esos sitios se van a quedar sin vecinos».

¿Está todo perdido en el mundo rural? Según los técnicos españoles, griegos y croatas de la SSPA, no. En el informe que elaboraron tras la visita a Escocia, sostienen que esta experiencia británica, con sus cifras «que pueden considerarse inéditas en cualquier otro territorio rural y de montaña europeo», demuestra que «pese a los augurios derrotistas, existen respuestas de éxito».

Un bar de Descargamaría, que tiene ahora la mitad de población que hace dos décadas.: DAVID PALMA
Un bar de Descargamaría, que tiene ahora la mitad de población que hace dos décadas.: DAVID PALMA

En ese mismo documento, disponible en Internet, tratan de responder a la pregunta de cómo se ha obrado el milagro escocés. La respuesta es rica en matices, pero hay un pilar sobre el que gira todo: la HIE (Highlands and Islands Enterprise). Es un órgano creado en el año 1965, cuando en esta esquina del mapa europeo advirtieron que el éxodo rural que venían sufriendo desde hacía décadas era un problema gigantesco que amenazaba con vaciar un pueblo tras otro. Se trata de un organismo público pero que no está integrado en ninguna estructura administrativa. Se fundó con seis personas en su plantilla y ahora tiene 326, repartidas entre su sede central en Inverness y sus siete delegaciones dispersas por su zona de acción. En nómina hay abogados, empresarios, técnicos culturales, profesores universitarios, expertos financieros, economistas, periodistas, 35 account managers (asesores técnicos)... Ninguno es funcionario público ni milita en ningún partido político. La agencia tiene su organigrama, que incluye director ejecutivo, consejo de administración, de dirección y mandos intermedios, y en su funcionamiento diario, constatan los técnicos del SSPA, se parece mucho a una empresa privada. El año pasado superó los 94 millones de euros de presupuesto, y desde su nacimiento, la HIE ha sido la encargada de gestionar los fondos europeos. Este dinero comunitario lo han empleado fundamentalmente en apoyar a las empreas e impulsar la innovación a través de inversiones en el sistema educativo, sobre con la creación de su propia universidad, la UHI. Esta tiene trece socios académicos (escuelas profesionales o centros de investigación, entre otros) y 79 centros educativos vinculados repartidos de forma que ningún pueblo está a más de cincuenta kilómetros de un centro universitario. En la actualidad, la University of Highlands and Islands es el mayor usuario de Europa de videoconferencias con fines educativos.

El Carrascalejo es el municipio extremeño que más ha crecido en las dos últimas décadas.:
El Carrascalejo es el municipio extremeño que más ha crecido en las dos últimas décadas.: BRÍGIDO

Desde sus inicios, la agencia de desarrolla de esta zona de Escocia dejó claras dos premisas: el sector primario no puede ser la base de la economía y el hecho de que los jóvenes se marchen a estudiar fuera no es un problema siempre que luego vuelvan. De hecho, siguen teniendo una tasa de emigración negativa en la población de 15 a 24 años, pero el saldo migratorio final es positivo gracias a la llegada de otros grupos de edad, especialmente los mayores de treinta que en su día se fueron del lugar por estudios.

«En Extremadura –reflexiona Julián Mora–, hemos perdido treinta años de fondos europeos, porque los hemos invertido de tal manera que transcurrido este tiempo seguimos estando por debajo de la media nacional en mucho indicadores importantes». Entre ellos, el paro juvenil, que alcanza el 43 por ciento, la peor tasa de España. «Sin empleo –resume el profesor de la UEx–, no hay nada; todo lo que hagamos es absurdo si no sirve para crear puestos de trabajo». «De hecho –abunda–, los pocos pueblos que tenemos que han crecido en población es gracias a que les han insuflado dinero».

De los cuatro municipios que más habitantes han ganado en las últimas dos décadas, tres son pueblos que reciben dinero de la central nuclear de Almaraz, como compensación por estar cerca de ella. Son Saucedilla, cuyo padrón creció un 44 por ciento entre 1998 y 2007 (pasó de 617 residentes a 886), Romangordo (de 197 a 249) y Belvís de Monroy (de 598 a 744).

Gráfico.
Gráfico.

El único municipio que ha crecido más en términos relativos es El Carrascalejo, que tenía 37 habitantes en 1998 y ahora suma 70, según el INE. «La explicación está en la cercanía a Mérida –quince kilómetros–, que ha hecho que bastante gente se haya venido a vivir aquí», explica José Antillano, alcalde independiente de la localidad desde hace un cuarto de siglo.

Lo peor, en el norte cacereño

En la clasificación inversa, la de las localidades que más vecinos han perdido en los últimos veinte años, manda claramente la provincia de Cáceres, que ocupa los diez primeros puestos de la tabla (ver ficha adjunta). Se los reparten entre cuatro comarcas: cuatro pueblos pertenecen a Villuercas-Ibores-Jara, tres a la Sierra de Gata, dos a Las Hurdes y uno a Sierra de Montánchez.

El ejemplo de El Carrascalejo aporta otra clave: la ubicación. «En Extremadura hay pueblos que no tienen cerca ningún municipio importante, y esto es un factor esencial a la hora de explicar el éxodo rural», apunta Julián Mora, que lleva años insistiendo en la necesidad de adelgazar la administración uniendo municipios. «Fusionar no es desaparecer, sino compartir servicios, y es algo que se ha hecho en toda Europa, entre los últimos sitios en Italia, donde no tuvieron ningún problema en suprimir 17 provincias».

En Escocia, una reforma del año 1975 redujo el número de ayuntamientos de las tierras Altas e Islas a seis (hay 32 en todo el país). Y la HIE no le importa demasiado cuál sea el modelo de división administrativa. Tras estudiar las particularidades de las Highlands and Islands, entendió que era más operativo dividirlas en ocho territorios, al modo de comarcas. Y decidió también que el futuro pasaba por tener no un único sector que ejerciera como locomotora de la economía, por mucho que el paisaje del lugar y su patrimonio les movieran a apostar por él. En vez de un motor económico, eligió siete: industrias creativas, energía, sector financiero, ciencias de la vida, alimentación y bebida, turismo sostenible y universidad.

Para potenciar las iniciativas empresariales, trabaja con el Banco Escocés de Inversiones y con una entidad de capital riesgo creada específicamente para operar en esta zona del país. El resultado es un nivel de emprendimiento superior a la media del Reino Unido. A día de hoy, la zona reúne al 22 por ciento de las empresas de economía social escocesas, que emplean a siete mil personas y tienen 14.000 voluntarios.

El Carrascalejo es el municipio extremeño que más ha crecido en las dos últimas décadas.: BRÍGIDO
El Carrascalejo es el municipio extremeño que más ha crecido en las dos últimas décadas.: BRÍGIDO

A alcanzar estas cifras les ha ayudado el hecho de contar con una población más dada a tomar la iniciativa que la extremeña, una diferecia sociológica a tener en cuenta a la hora de replicar el modelo. En Achiltibuie (262 habitantes), los vecinos fueron capaces de ponerse de acuerdo para constituir una agencia local de desarrollo con la que reunir financiación para sacar adelante proyectos empresariales, con la ayuda de la HIE. Al año de que los habitantes dieran ese paso, una empresa instaló un aerogenerador en el pueblo, y otra construyó una pequeña central hidroeléctrica. Al ejercicio siguiente, la agencia fundada y gestionada por los vecinos compró una antigua instalación destinada al ahumado de salmón, y dos dos años después adquirió las antiguas escuelas del pueblo para darle una utilidad turística. En la cercana Ullapool, una iniciativa también sostenida por los propios vecinos logró recuperar el puerto pesquero, venido a menos tras el declive de la empresa pesquera que lo sostenía. Las instalaciones se adaptaron para que pudieran usarlas embarcaciones turísticas, y se remodeló para que lo usara el transporte de mercancías.

«Al final, lo que necesitamos para frenar la despoblación es que haya trabajo, no hay más»

antonio pérez, uex

«El mundo rural está en coma, y el desafío ahora es parar la metástasis que ya ha dado la cara en las ciudades»

julián mora aliseda, uex

«Aquí, las iniciativas de inversión suelen encontrarse con trabas de distinto tipo», apunta Julián Mora. «Y el dinero no entiende de despoblación ni de belleza paisajística», constata Antonio Pérez, que menciona otro elemento a añadir a la radiografía: la baja tasa de fecundidad. «En la región estamos –detalla– en 1,3 hijos por mujer, y necesitaríamos 2,1 para garantizar el relevo generacional». «En Francia –continúa– están en dos por mujer, y en Reino Unido en 1,8, pero es que nos llevan décadas de ventaja». «Allí –explica el experto de la UEx– llevan años aplicando de verdad, con efectos prácticos reales sobre el día a día de las madres y las parejas, las políticas de fomento de la fecundidad y de conciliación de la vida familiar y laboral, que aquí son algo incipiente y muy mejorable». «Al final –concluye Antonio Pérez–, lo que hace falta para frenar la despoblación, la auténtica clave de todo, es el trabajo, no hay más». Durante un tiempo, dejó de haberlo en los pueblos y para encontrarlo, la gente se iba a la ciudad. Hoy, esa mudanza no ofrece las mismas garantías.

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