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Torrija cacereña, en el restaurante 'El 13 de San Antón'. :: A.T.
El cuñado regala sensaciones

El cuñado regala sensaciones

Están de moda las cajas con emociones como presente de «cumple»

J. R. ALONSO DE LA TORRE

CÁCERES.

Sábado, 20 de enero 2018, 09:09

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Ahora, los cuñados regalan experiencias. El caso de los cuñados es digno de estudio. Poco a poco, sin que se note, le han ido quitando el puesto de familiar entrometido y temido a la suegra y ya protagonizan chistes, anécdotas de café y desesperaciones varias. La suegra, desde su nuevo rol de canguro y último soporte de la economía familiar, se ha convertido en un personaje entrañable y, despojada de malos rollos y aureola negativa, ocupa la cima de la ternura. Pero los cuñados, no.

Pasada la Navidad, momento climático del cuñadismo rampante, lo que viene son los cumpleaños, aniversarios y demás celebraciones, a las que los cuñados acuden tras buscar regalos variados y originales. Y ahí, en el culmen de la originalidad, están las cajitas de sensaciones. Sí, ya saben, esas cajas monas y cucas con un lacito y un papel brillante, que desenvuelves el paquete y aparece un «Muchas felicidades» rodeado de estrellas y una leyenda informando de que, si abres la caja, te encontrarás 4.800 experiencias únicas para dos personas.

En el mercado, hay diferentes cajitas para cuñados regalones y en todas se recoge el vocabulario del turismo moderno, que no consiste en viajar, sino en sentir y ese sentir se sustancia en conceptos como emoción, bienestar, actividad, aventura, experiencia, felicidad, emoción, disfrute, desconexión, escapada, relax, descubrimiento.

Dispuesto a empaparme de todo eso, a la vez, de golpe y sin medida, abrí el miércoles la última caja-regalo de cuñados y busqué sensaciones. Las había de cuatro tipos: de escape, en la piel, gustativas y de vértigo. Como el vértigo y el escape me dan miedo y que me enreden en la piel desconocidos me da no sé qué, escogí la sensación gustativa. No tenía intención de alejarme mucho, así que me fijé en las 66 experiencias extremeñas.

Me ofrecían desaparecer y que no quedara rastro de mí en 11 casas rurales de Badajoz y 21 de Cáceres. Me tentaban con llevarme de aquí al paraíso en seis balnearios y espás de la región. Me invitaban a batir récords montando a caballo en Usagre o Higuera la Real y me detallaban una relación de dos restaurantes de la provincia de Badajoz y siete de la provincia de Cáceres.

Fui conservador al máximo y escogí entre todas estas sensaciones de cuñados la que quedaba más cerca de mi trabajo: el restaurante ¡El 13 de San Antón¡, situado en ese número y en esa calle de Cáceres. Así que reservé, llegué, entregué el cartoncito de mi experiencia cuñadista y me dispuse a comer lo que me dieran. Esto de comer sin saber qué vas a comer me gusta cada vez más. Tiene la gracia de la sorpresa y la comodidad de que no te mareas viendo la carta. El maître te va trayendo los platos, te los explica y los disfrutas si es el caso, sin sentirte culpable si has elegido mal.

Nos explicaron que comeríamos el menú extremeño y tan contentos. Primero trajeron una crema de patatera con compota de manzana, miel y pan tostado, una mezcla equilibrada que abre las papilas y te estimula con finura. Entre plato y plato, retiran vajilla y cubertería y el servicio es excelente, no te tratan peor por venir en plan experiencia de cuñado y no pagar ni un euro.

Tomamos después un carpaccio de presa ibérica muy logrado y diferente a cualquier carpaccio canónico y tópico. El día era frío, enero puro, y una deliciosa sopa de espárragos, muy fina, nos entonó para disfrutar del arroz con boletus y jamón, en su justo punto, y de la magnífica presa ibérica. Una torrija cacereña culminó la experiencia-sensación-emoción-desconexión. En fin, hay cuñados y cuñados.

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