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Extremadura y la Banana

Extremadura y la Banana

Las decisiones de Vila Real parecen acercarnos a Europa

J. R. Alonso de la Torre

Viernes, 9 de junio 2017, 08:49

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Descubrí la Banana Azul a finales de los 80. Un profesor de un colegio gallego me había pedido alguna idea para elaborar un trabajo con sus alumnos. Debía tratar sobre el Camino de Santiago. Indagando, me topé con la Banana Azul y escribí algo comparando el camino espiritual de Santiago con el camino material de la Banana. Mi colega, un poco carota, presentó el trabajo tal y como yo se lo había enviado. Mi idea era dar pistas para que los alumnos investigaran, pero él lo envió tal cual. Y ganaron el concurso.

Los alumnos y el profesor se fueron de excursión por Europa, pues en eso consistía el premio, y yo me enteré de la trampa unos meses después. Aluciné en colores, que se decía en aquel tiempo, pero desde entonces me llama mucho la atención todo lo que sucede en torno a la Banana Azul.

¿Y qué es la Banana Azul? Los economistas la conocen muy bien. Se trata, en fin, de ese espacio europeo en forma de plátano que tiene una punta en Génova y la otra en Liverpool y se extiende por las zonas de influencia de Turín, Milán, Zurich, Estrasburgo, Frankfurt, Luxemburgo, Bonn, Ámsterdam, Bruselas, Rotterdam, Londres y Mánchester.

En ese territorio se desarrolló la revolución industrial a finales del siglo XIX llegando desde el Reino Unido. En ese espacio, se dieron los primeros pasos para la integración europea y es la Banana Azul donde se mueve el dinero y se localizan las inversiones, los recursos y el desarrollo europeo, además de albergar las instituciones de la Unión.

La Banana Azul fue en el pasado territorio de la corona española en gran parte. Por ahí discurría el llamado Camino Español, que permitía a ejércitos y mercancías trasladarse desde Milán hasta Ámsterdam sin pisar territorio extranjero. Pero hoy, las cosas han cambiado mucho.

España es periferia absoluta de la Banana y las estrategias de las instituciones europeas preveían medidas e infraestructuras que nos acercaran a ese espacio de desarrollo.

Esas medidas diseñaban dos ejes ferroviarios transfronterizos: uno era el mediterráneo, que iba del puerto de Algeciras al del Pireo en Atenas; el otro era nuestro Eje Atlántico, que partía del puerto de Lisboa y acababa en París pasando por Extremadura. Ambos ejes 'españoles', a través del eje Mediterráneo-Mar del Norte, empataban con la Banana Azul.

Pero eso era lo que diseñaba Bruselas desde la asepsia política, la economía y el desarrollo social. Otra cosa es lo que decidieron los gobiernos de España desde una visión meramente de política interior. Y ahí se impuso el Eje Mediterráneo, se descartó el Atlántico, que era prioritario para el comisario europeo de Transportes, Slim Kallas, en 2011, y los extremeños nos quedamos sin Banana.

Mientras el eje mediterráneo no acaba de concretarse, en la cumbre de Vila Real se ha decidido impulsar sin grandes alardes, pero con compromisos que parecen serios, un remedo de Eje Atlántico al aprobar la conexión de Sines con Badajoz, que llevaría la velocidad alta, en viajeros y mercancías, al tramo Sines-Plasencia a corto plazo, y hasta Madrid en un futuro cercano.

Mientras tanto, el Eje Mediterráneo está sumido en diatribas y luchas. La prensa de todo el Oriente español debate estos días sobre la gran cuestión: ¿ese eje debe ir por Madrid y Zaragoza o por Murcia y Valencia? ¿Debe remodelarse el túnel de Canfranc? La pugna es dura y paralizante. La semana pasada, Fomento convocaba en Madrid a las comunidades de Madrid, Aragón y Castilla-La Mancha al primer encuentro de autonomías del corredor mediterráneo que se celebraba en Valencia. Esto provocaba resquemor en los representantes de Valencia, Cataluña y Murcia (Andalucía no protesta pues ambas opciones parten de allí).

Las peleas se recrudecen y la Gran Banana sigue muy lejos, pero las decisiones de Vila Real nos acercan a Europa a la chita callando. No perdamos la esperanza.

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