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Ambiente desinhibido en la feria de Cáceres. :: lorenzo cordero
Cáceres del alma

Cáceres del alma

Tras cubrirse nazarena y destaparse casetera, la ciudad descansa

J. R. Alonso de la Torre

Lunes, 29 de mayo 2017, 08:22

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Llevaba una serpiente de peluche de dos metros rodeándole el cuello. Ella medía más de un metro ochenta. Su pelo era negro, muy estirado y rematado en una larga coleta. Sus labios, grandes, eran todo beso y estaban pintados de un negro más oscuro que su pelo. Llevaba una blusa blanca, una falda corta y unas uñas caleidoscópicas. Tendría 18 años y paseaba por la feria de Cáceres con garbo y seguridad, indiferente a las miradas de sorpresa que despertaba y disfrutando de las luces, las atracciones, las músicas mezcladas y el barullo general al que ella contribuía con su estilo y su serpiente.

La feria de Cáceres es un crisol de tendencias populares que te permite descubrir, en una hora, lo que se lleva, lo que mola, lo que gusta. Y entiendes de una vez, sin tener que estudiar ningún tratado sobre franquicias y negocios ni asistir a un curso sobre emprendimiento, por qué abren en las ciudades españolas tantas peluquerías, por qué las miniboutiques de cosmética hacen furor, por qué hay cola en una franquicia de estética de uñas que ha abierto en pleno centro.

Coches de choque, ratón vacilón, noria, barco vikingo y la pasarela de moda por excelencia, el Fashion Week cacereño de cada mes de mayo: el Master, ese «cacharro» atendido por mozos pintureros y sensuales, que encandila a los adolescentes y enseña en tres minutos más que las cristaleras de un quiosco de prensa lleno de 'vogues', 'elles' y suplementos dominicales.

Muchachos con tupés indescriptibles, flequillos tremendos, rizos desbocados y moñicles de abubilla. ¿Cómo conseguir tales arabescos? Evidentemente, yendo al peluquero y allí, hipnotizado por los giros infernales del Master, comprendes por qué los mejores locales de Cáceres han sido ocupados por peluquerías que hubieran inspirado a George Lucas inauditos espacios interiores para su ópera espacial. Peluquerías con estética de Star Wars y uñas galácticas que agarran serpientes kilométricas de mil colores, reptiles de peluche convertidos en la sensación de las tómbolas: quien no haya vuelto a casa de la feria cargando con un ofidio multicolor tiene un trauma que atender.

Las uñas. He ahí el último grito de la estética. Manicura franquiciada que triunfa en Cáceres y llega desde Portugal. Chicas que ponen sus manos a disposición de profesionales que colocan uñas de gel en sus dedos convirtiendo el final de las extremidades en el principio de un sueño.

Hay una estética atrevida y rompedora de feria. Esto no es Manhattan ni Berlín, pero al amparo de casetas muniquesas y bailarines dominicanos, la desinhibición se impone y, durante una semana, Cáceres se despendola como en los tiempos anteriores al obispo Llopis Ivorra, el cancerbero histórico de la perdición cacereña, el guardián de la moral y las buenas costumbres, azote de lupanares, bailes amarraditos los dos y piscinas mixtas. Con él, Cáceres se moderó y, morigerada y prudente, entronizó el decoro que solo se perdía en las ferias, cuando los barrios y los pueblos, más naturales, más libres, tomaban el ferial y lo llenaban de frescura.

Uñas locas, labios pérfidos, pelos híspidos, ropas rotas. Todo vale en las ferias de Cáceres. Pero ya es lunes y se acaba el paréntesis. La temporada alta, entre Semana Santa y Feria, las dos manifestaciones cívicas que mejor funcionan en esta ciudad, se diluye en manifestaciones culturales minoritarias (arte, teatro) antes de ser derrotados por el sopor del verano. La ciudad sestea hasta octubre e hiberna hasta abril. Después, contradictoria y feliz, se cubre nazarena y se destapa casetera. Cáceres del alma, qué fácil es quererte y qué difícil vivirte.

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