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Interior del convento museo bejense. :: E.R.
Museo sorpresa en Beja

Museo sorpresa en Beja

Visitamos las joyas inesperadas del bello convento de la Concepción

J. R. Alonso de la Torre

Viernes, 26 de mayo 2017, 07:28

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Museo sorpresa. Está en Beja, cuesta dos euros y abre los domingos. Es un museo sencillo, nada famoso. Cuando Saramago lo visitó, escribió que era de carácter regional y que hacía muy bien «en no querer ser más de lo que eso representa». Y estoy de acuerdo en parte con el premio Nobel: alabo la humildad del museo, pero creo que es uno de los más interesantes y sorprendentes que uno puede ver en la franja rayana.

No es que Beja sea una ciudad fronteriza, pero está a un par de horas o menos de la frontera y es buen destino para una excursión de un día. Se puede ver su castillo, con una formidable torre del homenaje hecha en mármol y hermana casi gemela de la de la fortaleza de Estremoz. Es agradable pasear por sus calles, visitar su núcleo museológico de la Rua de São Sembrano o tomar una bica con un pastel conventual en el café Luiz da Rocha, uno de los clásicos de Portugal, tanto que en el Centro de la Cultura del Café de la empresa Delta en Campomayor te puedes hacer una foto y aparecer sentado en el Luiz da Rocha.

Pero sostengo que la estrella, tan desconocida como rutilante, de Beja es su museo regional, instalado desde el año 1927 en el Convento de la Concepción, fundado en 1459 por los infantes Fernando y Brites, sujeto a jurisdicción franciscana y favorecido por la protección real, que lo convirtió en uno de los más ricos y suntuosos del reino de Portugal.

Esa riqueza es la que asombra nada más franquear la puerta y entrar en su iglesia, toda ella recubierta de talla dorada, una orgía barroca que impresiona y prepara para reparar, ya más sosegados, en imágenes, altares y hasta en unas andas procesionales de plata de espectacular fábrica.

Con el espíritu en trance, pasamos después al claustro para relajarnos en la contemplación de un conjunto de bellísimos azulejos portugueses dispuestos en cada lado o 'quadra' del patio. En la 'quadra' de San Juan Bautista, azulejos del XVII, al igual que en la llamada de la Portería. En la 'quadra' de San Juan Evangelista, los azulejos que la embellecen son del XVI y en la del Rosario, más azulejos del XVII. El conjunto convierte el paseo por el claustro en una ronda estética y deliciosa que no se olvida.

Llegamos después a la Sala del Capítulo tras pasar bajo su portal gótico. Saramago la describe emocionado: «La sala del Capítulo, de bella proporción, con su techo delicadamente pintado, reúne una colección preciosa de azulejos, a la que solo pueden compararse los de Sintra». Comparto la emoción: el conjunto de la pintura del techo y la policromía de los azulejos te deja absorto durante un buen rato. El convento-museo, en fin, es uno de esos lugares donde uno da dos vueltas porque con una visita simple y rauda siente que le falta algo, que no ha podido asimilar tanta belleza y necesita más demora, más mirada.

A ambos lados de la sala capitular, están las habitaciones donde se muestra una formidable colección de pintura. Hay un San Vicente del Maestro de Sardoal, que Saramago califica como obra maestra y «que cualquier museo haría ascender a los pináculos de la fama». Hay cuadros de Ribera, un Cristo de Arellano, una Flagelación tremenda y un Nacimiento de San Juan Bautista inolvidable. Estas son las joyas del museo.

Hay más: blasones, escudos, sección de arqueología y hasta la ventana donde Marina Alcoforada, la famosa monja enamorada de Beja, se emocionaba con su amado Marqués de Chamilly o Chantilly. El conjunto merece la pena. En el exterior, varios bares y restaurantes completan la experiencia bejense y ponen la guinda a una excursión tan sencilla como inolvidable.

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