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J. R. Alonso de la Torre
Jueves, 25 de mayo 2017, 07:25
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«La Junta está cerrada por primarias», dijo Monago el pasado domingo en Cáceres. Y no le falta razón: los socialistas llevaban un par de meses enfrascados en sus primarias y no estaban para nada. Es imposible centrarse en las tareas de gobierno municipales, provinciales y regionales si has de estar cada tarde en un pueblo visitando una agrupación local y cada mañana pegado al teléfono recabando apoyos. A los socialistas, reconozcámoslo, esa marcha les va. Es la formación política española con más tradición de desgarros, pugnas políticas y corrientes partidarias. Ese parece ser su estado natural.
Tras la victoria de Pedro Sánchez, no se atisba mucho ánimo de integración. Fernández Vara, uno de los pocos socialistas que conozco a los que no les va la guerra, mostraba una sincera vocación de unidad. Pero a Vara, quizás precisamente por ese estilo pactista y bondadoso, le crece la contestación en un partido donde prima la cultura del «dales caña» sobre la estética del buenismo y el pactismo.
A Pedro Sánchez y a Susana Díaz les enseñaron desde la cuna (Juventudes Socialistas) a batirse, conspirar y urdir estrategias para vencer. Así que el periodo que viene es muy excitante para el militante socialista paradigmático: congreso federal, congresos regionales, congresos provinciales, congresos locales y primarias abiertas para elegir candidato a la Moncloa. ¡Rock duro!
El problema es que estamos ante un partido de gobierno y gobernar exige mucha dedicación. En sus momentos de sensatez, los socialistas entienden este razonamiento, pero después llegan las movidas, se excitan con el olor a sangre y a ver quién los templa si encima los templados como Vara no tienen buena imagen (claro, Guillermo no se educó en las borgianas, de Borgia, no de Borges, JJSS, sino en las marianistas, de María, no de Mariano, NNGG).
El panorama es preocupante porque en política o eres muy maduro y muy danés o prefieres perder el poder con tal de que no lo gane el adversario. No sé si los socialistas se están dando cuenta de que se la juegan o si les da todo lo mismo: «Es igual que el barco se hunda, lo importante es que yo sea el capitán».
La situación en España, más allá de Pedro y de Susana o de Guillermo y Eva María, es la siguiente: una minoría acapara la riqueza y los recortes salariales no tienen precedentes, los jóvenes no pueden acceder a una vivienda, las multinacionales pagan pocos impuestos mientras a los autónomos los crujen, la sanidad pública española se desangra, los servicios públicos se nacionalizan con criterios de ganar de dinero, no de servir al público.
La vieja socialdemocracia no parecía ofrecer soluciones a este panorama hasta que Jeremy Corbyn, el líder laborista británico, presentó su programa: el 5% de los contribuyentes, los más ricos, pagarán más impuestos, las empresas pagarán menos impuestos cuanto mejores sean los salarios de sus trabajadores. Las transacciones financieras pagarán más impuestos. Se programa una lucha sin cuartel contra la evasión fiscal. Lo recaudado se invertirá en educación, sanidad, vivienda, guarderías y pensiones... En fin, medidas de libro que han irritado a muchos, pero que parecen calar en el electorado según certifican las encuestas.
Frente a Corbyn, el bondadoso alemán Schulz, líder del SPD, que parecía que iba a acabar con la inercia perdedora socialdemócrata, pero que se ha desinflado en un trimestre, de derrota en derrota, por querer quedar bien con todo el mundo: ni aclara sus intenciones de coalición ni contenta ni enfada a sindicatos y a empresarios, su programa económico se diferencia del de Angela Merkel en detalles nimios y no toma decisiones arriesgadas porque pretende convencer a todos los estratos sociales para que nadie tema al socialdemócrata. El PSOE, en Madrid, Valencia, Sevilla o Mérida, debe escoger entre Corbyn y Schulz, pero antes debe decidir si gobierna o sigue de primarias.
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