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Fiesta de los 'Pianos en la Calle', el pasado sábado en la plaza Belluga de Murcia. :: E.R.
Cáceres toma la calle

Cáceres toma la calle

Las ciudades de secano celebran la primavera y se creen únicas

J. R. Alonso de la Torre

Miércoles, 10 de mayo 2017, 07:45

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Las capitales del secano español tienen una columna vertebral formada por un casco antiguo, unas calles comerciales del XIX, un ensanche del siglo XX y una gran avenida que conduce hacia los barrios modernos. Las capitales del secano español tienen una estructura parecida y una primavera semejante.

En Cáceres, Albacete, Jaén o León, al llegar mayo, estallan las rosas y las calles se llenan de actividades que se llaman culturales y ejercen de reclamo para que la gente, además de salir a tomar el sol y disfrutar del renacer primaveral, se entretengan un rato escuchando a un grupo de rock, de soul o de indie, viendo a un malabarista o a un comediante, degustando comidas o bebidas servidas con algún pretexto folclórico y tradicional, emocionándose con la devoción a un santo, a una virgen o a un milagro.

Desde hace años, incluso siglos, concejales y vecinos se esfuerzan en inventar festejos con tirón, ya sean unos patios decorados con flores, ya sean unos pianos que suenan en las plazas, ya sea una fiesta de moros y cristianos, una feria taurina, un festival de música étnica, diversa, de tres culturas, de rock duro, rock blando o rock mitad y mitad. Y la patrona, y el santo patrón, y la Ascensión, y el Corpus, y San Juan, y San Antonio, y San Pedro y San Pablo... Entre finales de abril y finales de junio, la España del secano se engalana, se distrae y toma las calles con cualquier pretexto.

Después, les llega el turno a las ciudades marítimas, que celebran sus festejos durante el verano, aprovechando la visita de los turistas en el Sur y Levante y disfrutando de los meses sin lluvia desde Vigo hasta San Sebastián. Allí, en verano y en el Cantábrico, llega el tiempo de los festivales elegantes de música clásica, de las temporadas de teatro, de los conciertos de artistas famosos y las corridas con toreros que lucen.

Además, en las capitales marítimas del Norte, y también del Sur y de Levante, la estructura urbana es diferente porque está el mar, que lo trastoca todo. El casco viejo queda a un paso del puerto y cada ciudad tiene su particularidad dependiendo de la situación de su paseo marítimo y de si tiene una o varias fachadas abiertas al mar. Debe de ser por eso que esas capitales del norte son más abiertas, menos previsibles. Es como si el paseo vespertino no estuviera prefijado de antemano y esa posibilidad de improvisar marcara las esencias ciudadanas desde siempre. En A Coruña, Gijón o Santander no sales a la calle y los pasos te dirigen, aunque no quieras, a la Calle Mayor de toda la vida: de la avenida a las calles comerciales decimonónicas y al casco viejo con su plaza grande.

Siempre me ha llamado la atención esta diferencia entre las ciudades del interior y las de la costa, esa relación tan curiosa entre sus festejos de verano y primavera y sus estructuras condicionadas por el mar o por la plaza Mayor. En estos días de mayo, si viajas por la España interior, encuentras en los periódicos noticias parecidas sobre festivales, ferias y romerías. Además, ya sea en Murcia, Cáceres, Córdoba o Talavera de la Reina, los columnistas se emocionan ponderando la cantidad de actividades culturales que engrandecen la ciudad: ese Wam en Murcia, ese Womad en Cáceres, esa feria de mayo en Talavera, esos patios cordobeses.

Y murcianos, talaveranos, cacereños y cordobeses acabamos creyendo que somos únicos, que nadie como nosotros sabe divertirse y disfrutar de la primavera. Así es la España provinciana y feliz, siempre dispuesta a morir de autoestima, a sentirse más guapa que nadie, a creer que la natural tendencia primaveral a tomar la calle no es instinto colectivo, sino particularidad irrepetible.

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