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Bernardo Sevilla, la pasada semana en Cáceres. :: E.R.
La nostalgia del trashumante

La nostalgia del trashumante

Bernardo Sevilla empezó con 10 años a llevar los rebaños a León

J. R. Alonso de la Torre

Viernes, 7 de abril 2017, 07:40

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Hace 30 años, por la zona de Brozas y Alcántara se movían unos 25 trashumantes que pasaban aquí el invierno con sus rebaños de ovejas y las trasladaban, a partir de mayo, a los pastos de las montañas leonesas. «Hoy no queda ninguno. Yo solo conozco a algún trashumante en la zona de Trujillo», informa Bernardo Sevilla (Estorninos, 1951), memoria viva de la trashumancia extremeña.

Al poco de cumplir 10 años, Bernardo ya echaba una mano a su padre y lo ayudaba a llevar el ganado desde las llanuras brocenses y alcantareñas hasta los puertos cercanos a Villamanín y Boñar, en la provincia de León. Subían y bajaban, siempre en tren, rebaños de ovejas y manadas de yeguas de carne. «Llevábamos los rebaños durante tres días hasta la estación de ferrocarril de La Perala-Casar de Cáceres, allí los embarcábamos en los vagnes y los subíamos a los prados de las montañas leonesas», recuerda los buenos tiempos.

«Es que a mí me gustaba mucho la trashumancia. Estoy soltero y eso hacía más fáciles las largas estancias en el norte. Aquellas aldeas eran pequeñas y bonitas, me recuerdan un poco a mi pueblo, a Estorninos. En León, vivíamos en chozos, junto al ganado. Aquí, siempre veníamos a casa cada noche», relata Bernardo.

Tras trabajar durante 20 años con un trashumante de Villamanín, decidió independizarse con sus hermanos Eulogio y Fidel y tener rebaño propio. «Hasta 1.600 ovejas llegamos a tener. En invierno, aquí y en verano, en los puertos de Jete del municipio de Cármenes (León)», detalla. Otras veces, iban a la comarca de Babia, en cuyos montes veraneaban hace mil años los reyes de León. Cuando preguntaban por el rey en la corte, la respuesta era: «Está en Babia» y de ahí la expresión popular.

En Babia no parece estar Bernardo cuando muestra su visión crítica de la ganadería ovina. «Todo esto desaparecerá a menos que la cosa cambie. La vaca resistirá, pero la oveja, no, porque necesita más mano de obra. La gente joven no lo quiere y para nosotros cada vez es más difícil», sentencia.

El último año que hizo trashumancia fue el 2000. «Ya no es rentable por el coste del transporte, por el saneamiento, los pastores no quieren quedarse en León cinco meses, pero a mí me gustaba: el ganado estaba mejor, se alimentaba de hierba todo el año y daba más lana», manifiesta. Al dejar de mover el ganado, Bernardo y sus hermanos bajaron el rebaño a 900 ovejas. Arriendan unas 450 hectáreas en la zona de Brozas-Alcántara y las ovejas pastan en algunos lugares de gran belleza como la desembocadura del río Eljas en el Tajo.

Bernardo echa cuentas y no le salen. «Están pagando 60 euros por los corderos de 23 kilos, el precio es parecido al de hace años, pero el pienso, el alquiler de las fincas, todo ha subido. Encima, traen los corderos de fuera», se lamenta y repara en esos barcos repletos de corderos neozelandeses, que se crían durante la travesía hasta España desde sus antípodas. Corderos sin la calidad del extremeño, pero más barato.

Cree Bernardo que sería bueno que los jóvenes se acostumbraran a comer cordero y que se preparara la carne de manera que les resultara atractiva: hamburguesas, nuggets, fiambre... Con el tema de la lana parece más conforme. El año pasado, el kilo se pagó bien: 2-2,20 euros el kilo, pero este año es una incógnita. En mayo, llamará a una cuadrilla de siete esquiladores uruguayos, que en día y medio esquilarán sus 900 ovejas dejando unos 2.500 kilos de lana para la venta.

Bernardo se podría jubilar el año que viene, pero no quiere hacerlo porque, a pesar de los problemas, le gusta su trabajo. Además de los corderos, tiene 15 yeguas de carne cuyos potros (12-14 al año) son comprados por una empresa cántabra. Aquí ya no se vende la carne de caballo. Él la comió solo una vez y en cecina. Le gustó. También le gusta el cordero, «pero lo tomo poco, no es fácil comerse lo que has criado y mimado».

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