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¿Qué ha pasado hoy, 18 de marzo, en Extremadura?
Un turista consultando el móvil por la calle. :: firma
Ella pregunta, él mira Google

Ella pregunta, él mira Google

Los varones parecen entender que si preguntan, pierden la hombría

J. R. Alonso de la Torre

Viernes, 24 de marzo 2017, 08:01

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Mi mujer pregunta. Yo consulto Google Maps. «Ya estás con el 'tontón' ese», me dice cuando me ve intentando distinguir en el móvil una línea azul que me ha de llevar al restaurante 'La Esquina' de Barrancos, a la charcutería 'Sabores do Alentejo' de Évora, al supermercado 'Pingo Doce' de Beja. Al instante, aborda a la primera señora que pasa y le pregunta, en correcto español, dónde queda lo que yo busco en mi teléfono, la señora la orienta en correcto portugués y ambas se entienden. Después, me miran al unísono, hacen un gesto universal femenino consistente en agitar la cabeza y la mano al tiempo mientras suspiran profundo. Este gesto se traduce igual en todas las lenguas del mundo: «¡Hombres!».

«Vamos por aquí, anda», intenta conducirme mi mujer al Pingo Doce. Pero yo no me dejo convencer fácilmente y manipulo mi teléfono hasta que consigo que la voz de una señorita me diga dulcemente: «Tome la primera a la derecha». En ese momento me doy cuenta de que mi mujer ha desaparecido, pero me da lo mismo, tengo a mi señorita y le hago caso, giro en la primera a la derecha y, efectivamente, allí está el Pingo Doce y mi mujer en la puerta empujando un carrito de la compra y apremiándome: «Venga, espabila, que hay prisa».

Es un tema recurrente en las conversaciones entre parejas: la manía que tenemos los hombres de no preguntar y orientarnos por el teléfono o el GPS y lo sencillo que lo hacen las mujeres preguntando por las direcciones a algún nativo y llegando enseguida a los sitios sin depender de las frecuentes equivocaciones de los 'tontones maps'.

Dice una leyenda micromachista que las mujeres consultan muy mal los mapas y replica la realidad que no los necesitan para nada porque preguntan, siguiendo un consejo que recibieron de sus madres siendo muy niñas: «Tú, hija, si no sabes dónde queda un sitio o te has perdido, pregunta, no tengas vergüenza, que preguntando se va a Roma. Mira, si no, las muchachas de mi pueblo, que no sabían leer ni escribir, pero llegaban a trabajar a Berlín, París o Ginebra con una maleta y no se extraviaban nunca. ¿Cómo lo conseguían? Preguntando».

Debe de ser que las madres no nos dieron ese consejo a los varones porque lo cierto es que ellas tienen razón: nos cuesta preguntar y nos encanta llegar a los sitios siguiendo las orientaciones del teléfono. Ellas, que nos tienen cogido el tranquillo y saben la ilusión que nos hace acertar con un museo o tienda gracias al 'tontón', aplauden con alegría fingida cuando ensalzamos a la señorita de Google Maps: «Esta tía es alucinante, te lleva sin pérdida a donde tú quieras, te dice los minutos que vas a tardar y te avisa cuando has llegado».

Además, ellas ponen cara de emoción compartida, aunque si somos capaces de sobreponernos a la euforia, podremos entrever cierta ironía en su frase emocionada. «¡Uy!, menos mal que tu señorita nos ha avisado de que habíamos llegado a nuestro destino, si no, ni nos habríamos dado cuenta de que estábamos en el Continente de Campomayor», exclaman mientras ante nosotros se yergue una mole inmensa coronada por unas letras rojas descomunales donde se puede leer: 'Continente'.

Mi mujer parece comparar Google Maps con Ortega y Gasset. «Si no fuera por tu 'tontón', no nos encontraríamos ni a nosotros mismos», filosofa con retranca. Y, de vez en cuando, me comenta que sus amigas comparan maridos y llegan a la conclusión de que todos se parecen en un punto: no preguntan por la calle ni a la de tres.

«Déjalo, mujer, ya lo descubriremos con el GPS», solicitan ellos. Y ellas acaban enfadándose y soltando eso de: «¿Pero cómo podéis ser tan estúpidos para pensar que si preguntáis, perdéis vuestra condición de machos alfa?». En ese punto, el Macho App calla, otorga o, como mucho, replica: «Mujer, no es orgullo, es pereza». Y ella nos destroza inmisericorde: «Me da igual, otro pecado capital».

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