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Geert Wilders, líder del ultraderechista PVV holandés. :: hoy
Extremeños en Ámsterdam

Extremeños en Ámsterdam

Holanda ya no parece el paradigma de tolerancia de hace 15 años

J. R. ALONSO DE LA TORRE

Lunes, 20 de marzo 2017, 09:48

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En Arroyo de la Luz, el viaje a Ámsterdam sustituyó a la mili. La excursión salía un poco antes de Semana Santa y los viajeros eran alumnos de 1º de Bachillerato. La partida era emocionante, con las familias al completo despidiendo a los excursionistas, y la llegada era apoteósica, con el autobús entrando en el pueblo a golpes de claxon, mientras medio pueblo recibía a los viajeros con el orgullo de haber despedido a adolescentes y recibir a hombres y a mujeres. Aquello no era una excursión, sino un rito iniciático que me fascinaba. Viajé con los alumnos un par de veces, pero siempre que podía, iba a despedirlos y a recibirlos porque el espectáculo era único.

El viaje era pesadísimo, pero tenía dos momentos mágicos con los que soñaban los estudiantes arroyanos de Secundaria desde que llegaban al instituto: uno era la visita a Eurodisney, algo así como la culminación de la infancia, y el otro, la visita a Ámsterdam, que se convertía en una especie de bautismo de libertad y comienzo de la madurez.

En Eurodisney, todo era gritar, jugar, ascender, descender y comprar peluches. En Ámsterdam, los bachilleres se quedaban estupefactos ante las escenas del barrio rojo, se sorprendían ante la profusión de parejas homosexuales manifestando su amor por las calles y creían tocar la libertad absoluta en los coffee shops, donde quizás fumaban un porro a escondidas, quizás tomaban un refresco, pero, hicieran lo que hicieran, sentían que aquel ambiente era el paradigma de la tolerancia.

Después de Ámsterdam, su percepción del mundo parecía variar y era como si descubrieran, de pronto, que había algo más allá del amable entorno protector de su querido Arroyo de la Luz. Sin embargo, los profesores, que ya no éramos tan jóvenes, entreveíamos, más allá de las poses para turistas, pues no otra cosa parecían los coffe shops y los escaparates del barrio rojo, ciertas señales de que Ámsterdam no era ya la ciudad de los radicales 'provos', que proponían en los 60 compartir el transporte privado, prohibir el tabaco en los lugares públicos, apostar por la comida vegetariana o perseguir la contaminación cuando nadie hablaba de ello.

Para empezar, hace 15 años, las miradas y actitudes de muchos holandeses hacia los extranjeros no occidentales no eran precisamente de aceptación. Recuerdo que los dos Lunes Santo que pasé en Ámsterdam, las portadas de la prensa holandesa eran iguales: una gran foto de un Cristo desgarrador procesionando por Sevilla con titulares irónicos, despreciativos y de superioridad. En uno de esos diarios, en concreto De Volkskraant, Jan Willem Duyvendak, sociólogo de la Universidad de Ámsterdam, cuestionaba la pasada semana que la libertad de la mujer y los derechos de los homosexuales fueran valores tradicionales holandeses y aseguraba que «sobre estos derechos, las posturas de los musulmanes holandeses y los votantes del ultraderechista Wilders son semejantes».

Hace 15 años, la extrema derecha no parecía fuerte en Holanda, pero había señales de que se estaba incubando el huevo de la serpiente. Remko van Broekhoven, profesor de Filosofía Política de la Universidad de Utrecht, pone un ejemplo curioso sobre la tolerancia holandesa en el diario lisboeta Público: «Es fácil ser tolerante en un tranvía donde todo el mundo está callado. Lo difícil es mantener la tolerancia cuando entra alguien dando gritos».

Esto me ha recordado que, en la excursión arroyana de 2002, tuvimos que dormir en Volendam para ahorrar. Esta preciosa villa marítima es territorio del ultraderechista PVV de Geert Wilders y la ciudad más silenciosa que he conocido. No olvidaré los gestos de desprecio de algunos vecinos hacia mis alumnos porque no hablaban en voz baja por la calle.

La libertad y la tolerancia son bienes tan preciados como frágiles. En cuanto te descuidas, se convierten en un mito del pasado: ¿Te acuerdas de cuando nos sentimos libres en aquel viaje de Bachillerato a Holanda?

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