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J. R. Alonso de la Torre
Viernes, 24 de febrero 2017, 07:52
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Cada cierto tiempo, se reúne en Nueva York el lobby de los colores y decide qué tonalidades se llevarán en los años siguientes en los coches de lujo, en las americanas o en los muebles modulares. Así pasa con casi todo y uno acaba entendiendo que viste pantalones acampanados porque así lo decidió tres años atrás el lobby del diseño textil o que come carpaccio por orden del lobby gastronómico.
En ese punto, no sé si existirá un lobby del cerdo ibérico que, reunido en Montánchez, Guijuelo, Aracena o Budapest decidió hace un decenio que íbamos a comer landras, lagarto, pluma, secreto o presa de entraña y que las chuletas de aguja pasaban a la reserva. Y es que esto de los lobbys suena a secreta conspiración de poderosos, que deciden por dónde debe ir el mundo y qué debemos vestir, comer y hacer los mortales para que ellos se enriquezcan.
Por eso, cuando te encuentras con actividades sorprendentes e indomeñables, que escapan a cualquier decisión de lobbys y son auténticamente esporádicas y populares, sientes que aún queda algún resquicio para la imaginación, la autenticidad y la sorpresa. Y eso es lo que me pasa cada vez que veo por la calle a muchachos de entre ocho y 15 años jugando con una botella de agua mineral.
No sé si se han percatado del tema. Yo hace tiempo que me quedé estupefacto al observar a un grupo de mocitos caminar por las calles de Cáceres con una botellita de agua mineral en la mano. Tendrán sed, me dije, aunque me extrañaba que todos llevaran su botella medio llena. Al instante, me sorprendieron lanzando la botella al aire y practicando una destreza oscura e incomprensible que los llevaba a gritar, aplaudir, exclamar y jurar. Todo dependía de la posición que ocupaba la botella: si giraba, si quedaba de pie, si caía, si oscilaba...
Con el tiempo y los paseos, me di cuenta de que aquel extraño juego de la botella se extendía por la ciudad y no había pandilla que no caminara por las calles y los parques con sus botellas y sus lanzamientos al aire. Es más, cuando salía de Cáceres, encontraba a muchachos 'botelleros' haciendo lo mismo en el resto de Extremadura, en Madrid o en Andalucía.
En varias ocasiones, estuve tentado de preguntarles por las reglas y las claves de aquel extraño juego de la botella, pero como la experiencia docente me ha enseñado que el trato con un grupo de adolescentes es complicado y en cualquier momento podrían dejar de jugar con la botella para jugar conmigo, preferí callarme hasta que, el otro día, en una reunión familiar me explicaron que ese juego se llama Bottle Flip Challenge, que ha nacido en las redes, como casi todo lo moderno, y que su traducción sería algo así como el desafío del giro de la botella, cuya regla fundamental es que triunfas si tu botella gira y queda de pie. Y a más giros, mayor triunfo, siendo la clave de la destreza el calcular la cantidad de agua precisa para que la botella sea más estable, además de cerrar la botella bien para que no salpique.
Parece ser que este juego ha disparado la venta de botellas de agua mineral de cuarto de litro. ¿Está detrás el lobby de los botelleros o de los aguadores? No. ¿Nació en Internet?, sí, pero de manera espontánea y popular. Se lo inventó un chaval americano llamado Michael Senatore en una exhibición de colegio cuya intención era recaudar fondos para la lucha contra el cáncer y el vídeo se hizo viral. Apareció hace menos de un año, en mayo de 2016, y a través de Youtube se ha extendido por el mundo.
Lo importante es que, por primera vez en mucho tiempo, aunque sea a partir de Youtube, vuelve la moda infantil y juvenil de jugar con objetos, ya sea la taba, el yoyó, la pica, los bolindres, el hula hop, la peonza, la comba o esta botella de agua. Aunque siempre nos quedará la duda de qué lobby misterioso decidía, antes y ahora, cuándo tocaba jugar en el patio del colegio o en el parque a bolindres y cuándo a tirable, comba, pica o peonza.
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