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Club El Imprevisto

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Los nombres de bares y barras americanas dan mucho juego

J. R. ALONSO DE LA TORRE

Jueves, 16 de febrero 2017, 08:26

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Cuando se abre un bar hay que ponerle un nombre y ese bautismo tiene su intríngulis. Por ejemplo, en la carretera de El Torno había un restaurante llamado Benidor al que acudía en verano mucha gente de Plasencia. Se llamaba Beni por el dueño, Benito, y Dor por la dueña, Dori. De ahí su nombre: Benidor. Pero lo vendieron, los nuevos dueños creyeron que al nombre le faltaba glamour y le sobraba rusticidad y le añadieron la m: Benidorm.

Hace años, entrevisté a Manolo Escobar en la discoteca Chanteclair de Pontecesures, un pueblo gallego situado donde el río Ulla empieza a convertirse en ría de Arousa. Antes de la entrevista, charlé con los dueños de la macrosala y les pregunté si la discoteca se llamaba así por el gallo Chanteclair, personaje de 'Los cuentos de Canterbury' de Geoffrey Chaucer y se partieron de risa. «¡Qué carallo de gallo!, lo llamamos así por un famoso puticlub de Alejandría que conocimos cuando estábamos embarcados», me aclararon.

Los dueños de Chanteclair dejaron los buques mercantes y montaron una discoteca inspirada en un lugar de perdición y el fundador del famoso restaurante El Cristo de Elvas dejó los camiones para abrir un restaurante de santa inspiración.

Cuenta la leyenda que conducía camiones llenos de marisco y decidió establecerse por su cuenta en Elvas. Primero pensó abrir un club, pero como su local estaba junto a una ermita, el empeño se antojaba imposible y el destino lo empujó por un camino santo y beneficioso: abrió un restaurante, se especializó en lo que conocía bien, el marisco, lo llamó El Cristo, para que no desentonara con la ermita, y ha triunfado.

Antes de que se pusieran de moda los clubs de alterne, vulgo puticlubs, lo que había en las ciudades extremeñas eran barrios chinos. El barrio chino de Badajoz se hizo famoso porque estuvo en él Camilo José Cela, de quien las chicas de la Calle del Burro decían que era un señor muy raro porque entraba en las alcobas, se sentaba en la cama, miraba, remiraba, pagaba y se marchaba. Si Cela popularizó el barrio chino de Badajoz, el de Cáceres, que quedaba por las traseras del parking de Obispo Galarza, fue famoso por otro obispo, Llopis Ivorra, que lo cerró en los 50, recién aterrizado en Cáceres.

Llegaron entonces las barras americanas, que tenían nombres exóticos como Yuca en Cáceres o Calipso en Badajoz. Aunque los nombres de clubs que más me entusiasman son El Imprevisto de Navalvillar de Pela, El Fresa de Talavera la Real y el Tiki Taka de Coria. En Brozas abrieron una de estas barras o puticlubs junto al silo del trigo que regentaba mi suegro, aunque le pusieron un nombre más castizo que exótico. Gatos Pardos lo llamaron y a mi suegro no le gustó una pizca aquella singular vecindad.

El silo estaba y está a la salida de Brozas camino de Alcántara, en un lugar llamado El Pardo, donde vivía una familia llamada los Franco. Ya les he contado la anécdota de aquel vecino que, volviendo a su casa fue parado por la Guardia Civil, que le preguntó que cómo se llamaba y a dónde iba. «Soy Franco y voy a El Pardo», respondió con sinceridad, pero no hace falta entrar en detalle para explicarles el mal trago que pasó el buen hombre.

En casa de mis suegros no estaban para anécdotas, sobre todo los lunes, cuando el Gatos Pardos cerraba y la clientela, desorientada, llegaba al lugar, veía luz en la casa del silo, llamaban a su puerta y pasaban una vergüenza mayúscula cuando les abría la puerta una mujer tan decente como mi señora suegra. El caso es que escribieron una carta a Llopis Ivorra pidiéndole que hiciera en Brozas con el Gatos Pardos lo mismo que había hecho en Cáceres con el barrio chino. Pero el obispo no respondió. Eran los 70, estaba ya mayor y se había reblandecido tanto que no se había opuesto tajantemente a que abrieran el club Tabarín por el campamento militar de Cáceres. El Gatos Pardos sigue existiendo. Pero ha cambiado de nombre. Ahora se llama Penélope.

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