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Mohamed jugando con Juan Carlos Gómez en su casa de El Torviscal, cercano a Don Benito. :: estrella domeque
«Haré lo que sea por salvar a Mohamed»

«Haré lo que sea por salvar a Mohamed»

El menor necesita con urgencia un trasplante, pero los cuatro hermanos que podrían donarle médula ósea no pueden salir del país porque no tienen pasaporte

Antonio J. Armero

Domingo, 12 de febrero 2017, 00:25

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«Iré donde tenga que ir, haré lo que tenga que hacer, moveré cielo y tierra si hace falta para salvarle la vida a este niño». Cristina Cordero (36 años) habla de Mohamed (nueve años según su pasaporte, ocho según él y su madre biológica), el crío saharaui al que ella y Juan Carlos Gómez, su marido, acogieron hace un mes y medio para intentar salvarle la vida.

La edad del menor no está clara, pero sí que el tiempo corre en su contra. Tiene leucemia -un tipo de cáncer que afecta a la sangre- y necesita un trasplante de médula ósea, a ser posible de alguno de los cuatro hermanos que viven en Argelia, donde obtener un pasaporte con el que poder salir del país es un tramité que si todo va bien, lleva semanas. «Los médicos nos han dicho que hay que hacerle las pruebas de compatibilidad a los cuatro hermanos antes del día 25 de este mes, porque si no, la situación se complica mucho», cuenta Cristina, que vive en El Torviscal (546 habitantes, junto a Don Benito).

Ni ella ni su marido se lo pensaron mucho cuando conocieron el caso de Mohamed. Los dos pertenecen a la delegación de Don Benito de la Asociación AMAL Amigos del Pueblo Saharaui, porque llevan dos años acogiendo en verano, durante dos meses, a un niño procedente de los campamentos de refugiados. «Tenemos un grupo de wasap de la Asociación -recuerda Cristina-, y Marisa, la presidenta de aquí, de Don Benito, puso un mensaje explicando que había un niño con leucemia que estaba hospitalizado en Argel, y que allí no podía recibir el tratamiento que necesitaba». La pareja extremeña leyó el wasap y no se lo pensó mucho. «Lo comenté con mi marido, y ese mismo día decidimos que queríamos traerle a España, a intentar curarle y a darle la oportunidad de que pudiera estudiar».

«No podíamos dejarlo pasar»

Cristina lo cuenta como si esa reacción fuera algo normal y no un portentoso ejercicio de generosidad. «Eso nos dice mucha gente, que qué buenas personas somos, y yo digo: 'Pero cómo no vamos a hacer nada por ayudar al niño'. A mí no me podía quedar la cosa de no haber hecho nada. Era un tema que no podíamos dejar pasar».

El 27 de diciembre, a las doce del mediodía, Mohamed aterrizó en Madrid. Su madre de acogida lo recuerda con detalle. Fueron a buscarle al aeropuerto y le llevaron al pueblo. «Fuimos al médico con él y le apuntamos al colegio -explica la joven-. Empezó a ir a clases el 9 de enero, y ha estado yendo hasta que le han bajado las defensas y se ha quedado sin fuerzas para seguir». «Es un niño muy alegre, con muchísima vitalidad -cuenta Cristina-. Suelta la bici y coge el balón, deja el balón y se va a por los libros de colorear... Aquí está como un rey. El acogimiento es hasta que el niño se cure, y nosotros, al verle tan activo, nos decíamos 'Este niño se va a volver a los campamentos muy pronto'».

No ha sido así. Y además, ahora no juega tanto. Los efectos secundarios de la quimioterapia le obligan a pasar menos tiempo en la calle y más en la cama. Algo parecido a como cuando estuvo hospitalizado en Argel, a dos días de viaje en coche desde el campamento de Smara donde vivía. En aquel centro sanitario, en el que estuvo acompañado por su madre biológica, a Mohamed le dieron cuatro sesiones de quimioterapia. «Pero la que le pueden dar allí -detalla Cristina- no es tan específica para su enfermedad como la que le ponen aquí, y de hecho, en el SES (Servicio Extremeño de Salud) nos ofrecieron un diagnóstico más preciso que el que traía. Digamos que cuando vino, su enfermedad tenía nombre y un apellido y aquí le hemos puesto todos los apellidos que le faltaban».

Mohamed está siendo tratado en la unidad de Oncología Pediátrica del hospital Materno Infantil de Badajoz. Periódicamente, la pareja de El Torviscal, que ejerce como tutores legales del menor mientras está en España, le llevan hasta la capital pacense. A revisiones, a consulta, a la quimio... Son 120 kilómetros en coche, que Juan Carlos ya ha hecho varias veces desde que el menor llegó a su casa.

120 kilómetros

Él puede coger el coche por la mañana y viajar hasta la capital pacense porque está en el paro. Cristina trabaja como limpiadora para el ayuntamiento, y el contrato se le acaba en junio. Tiene asumido que necesitarán ayuda para pagar los cuatro billetes de avión de Tinduf a Madrid, a unos quinientos euros por pasaje, pero la preocupación principal ahora es conseguir los pasaportes para los cuatro hermanos de Mohamed.

El niño tiene más familia -hasta una veintena entre hermanos y hermanastros, ya que la poligamia es legal en Argelia- pero con todos los demás solo comparte la sangre paterna, lo que reduce mucho las posibilidades de que sean donantes con un porcentaje de compatibilidad elevado. «Confiamos en que alguno de los cuatro hermanos tenga un porcentaje de compatibilidad alto, y si es así, el trasplante se lo harían en el hospital de La Paz, en Madrid», adelanta Cristina, que sabe bien que la vida que le está regalando a Mohamed es un lujo comparada con la que llevaba en el Sahara. Allí, la luz y el agua escasean y los refugiados viven en tiendas de tela o casas de adobe. Si todo va bien, es el sitio al que Mohamed volverá.

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