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¿Qué ha pasado hoy, 18 de marzo, en Extremadura?
Micaela Martín y Miguel Ángel de la Marta mostrando las fotos de los pequeños ucranianos Rostilav y Bogdam.
Un hogar para olvidar Chernóbil y la guerra

Un hogar para olvidar Chernóbil y la guerra

Extremadura es uno de los destinos a los que llegan cada año niños de las zonas afectadas por el accidente nuclear de 1986 y el conflicto bélico en Ucrania. Aquí respiran tranquilos aunque sólo sea por unos meses

Álvaro Rubio

Domingo, 29 de enero 2017, 00:25

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Rostilav tiene 11 años y vive durante cinco días en un orfanato de Boiarka, una ciudad de la región de Kiev situada a 150 kilómetros de Chernóbil. El fin de semana lo pasa con su familia. Su alimentación se reduce únicamente a patatas que nacen en una tierra que hoy, tres décadas después del accidente nuclear más grave de la historia, sigue contaminada. El paso del tiempo no es suficiente. Según el informe elaborado por Greenpeace titulado El legado eterno de Chernóbil, alrededor de cinco millones de personas viven en áreas que oficialmente se consideran contaminadas por radiactividad. Una de ellas es en la que cada día se levanta este pequeño. Así lo cuentan Micaela Martín y Miguel Ángel de la Marta, dos emeritenses que conocieron la historia de Rostilav hace ahora cinco años. En su hogar pasó tres veranos. «Comió mucha fruta y por unos meses se olvidó del frío invierno. En su centro de acogida sólo la mitad de los niños puede salir al recreo. Para el resto no hay abrigos», comenta este matrimonio que tiene seis hijos.

Ellos también conocen a Bogdam, el pequeño que acogieron en el verano de 2015. A la pobreza y el miedo a vivir en un país donde el cesio, el estroncio y, en menor medida, el plutonio forman manchas sobre el territorio, se une el dolor de ver la guerra de cerca. Él vive en un orfanato y su padre fue herido en los enfrentamientos armados sucedidos en los últimos años en Ucrania.

A eso, al miedo a morir, también se ha tenido que enfrentar Ilya, un niño que tuvo que huir de su barrio porque lo bombardearon. Él es de Lugansk, ciudad del este ucraniano que se convirtió en 2014 en uno de los principales focos de las revueltas prorrusas. Ahora vive en una de las zonas marginales de Kiev y en 2014 le brindaron la oportunidad de volar lejos. Concretamente hasta Cáceres. El responsable de ello fue Pablo Vivas, un cacereño con una hija biológica. «Le pagué el billete de avión al niño y a su madre. Estuvieron en la ciudad durante tres meses. Fue una manera de que olvidaran por un tiempo la pobreza absoluta en la que viven. Un día comen y al siguiente no saben si podrán llevarse algo a la boca. Además, Ilya estuvo yendo al colegio San Antonio, donde estudia mi hija», detalla Pablo, quien apunta que «en Cáceres, actualmente no hay ninguna familia que acoja a niños de ciudades ucranianas».

Antes de Ilya, a su casa llegó Dimytpo Bouchyn, procedente de Vyshgord, un distrito de Ucrania situado a 120 kilómetros de Chernóbil. Fue en 2011 gracias a Ven con nosotros, una oenegé que lleva en funcionamiento desde 1994 y que trabaja, sobre todo, en zonas de Ucrania cercanas a la frontera de Bielorrusia, el país más afectado por la catástrofe nuclear. «Desde hace cinco años más o menos, las leyes en Ucrania se han endurecido y ya no permiten que los hombres solteros, viudos o divorciados acojan a niños de ese país. Si es una mujer sola sí pueden», coinciden Vivas y la propia oenegé.

La familia que sigue colaborando con esta organización sin ánimo de lucro es la formada por Pedro Sanjuán, Catalina Sanabria y sus tres hijos. En 2015 llegó Yana hasta su casa de Santa Marta de los Barros. Ella es de Rivne, región en la que vive con su abuelo tras el fallecimiento de su madre. En la misma situación está Daría, que conoció ese pueblo pacense el año pasado. Sin embargo ella es de Chernihiv, a escasos 80 kilómetros de Chernóbil. Los pocos recursos económicos de su familia no le permiten comprar alimentos importados, comida que no esté contaminada por la radiactividad. «Tienen un pequeño huerto y algunos animales. Sólo comen de eso», comenta Pedro, quien asegura que «la despedida es dura». Sin embargo, matiza que hay que mentalizarse. «No hay que quedarse con ese momento, hay que pensar que eso es sólo un paso para que al año siguiente vuelva». De hecho, el próximo 10 de junio repetirá el viaje. «Ya estamos haciendo todos los trámites», concluye este matrimonio.

La de Rostilav, Bogdam, Ilya, Dimytpo, Yana y Daría son tan sólo algunas de las historias de un país marcado por el frío invierno, un desastre nuclear, los conflictos bélicos y el alto porcentaje de alcoholismo entre la población. «Con el transcurso de los años, la situación con respecto a Chernóbil ha ido mejorando, aunque es evidente que los problemas continúan», matiza Andrés García, presidente de la oenegé Ven con nosotros.

Detalla que principalmente trabajan en un pueblo de 11.000 habitantes de la región de Rivne. «Allí las comunicaciones son casi imposibles; no hay carreteras y los niños tienen muchas dificultades para asistir al colegio. También para tener una dieta saludable. Viven de las cuatro patatas que cultivan. No comen ni fruta ni verdura ni carne», comenta Andrés, que no puede evitar emocionarse cuando alude a las carencias afectivas que sufren. «Los niños que durante el año viven en orfanatos tienen las necesidades alimenticias cubiertas dentro lo que cabe, pero no las emocionales. Están allí porque a sus padres les han quitado la patria potestad y en la mayoría de los casos el alcohol y el maltrato son las causas. Se te cae el alma al suelo cuando ves cómo muchas madres pasan todo e período de gestación bebiendo. Eso trae consecuencias para los niños: hiperactividad y falta de concentración, entre otros problemas».

Cuando vuelan hasta regiones de España, las familias coinciden en que hacen lo que pueden, lo que está en su mano. Por el momento, han sido acogidos más de 700 niños en 13 provincias de Extremadura, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Galicia, la Comunidad Valenciana y Madrid. En dos décadas, una decena de pequeños ucranianos han vivido en hogares extremeños, principalmente durante los veranos.

Una buena alimentación

Su propósito es que tengan una buena alimentación. «Toda Ucrania sigue radiada. La carne es carísima, al igual que los productos lácteos. Hasta que los niños acogidos por mí han sido mayores les enviaba paquetes con comida todos los meses. Alimentarse de lo que da la tierra es radiactividad. Cuando llegan aquí, crecen durante el verano cuatro centímetros y engordan unos cinco kilos. Les ponemos las vacunas correspondientes y curamos la mayoría de los problemas bucodentales con los que llegan», comenta Isabel Diéguez, una de las más veteranas de la oenegé Ven con nosotros.

Diéguez apunta que a los problemas de alcohol, la pobreza y los altos niveles de radiactividad se ha unido otro en los últimos años que produce estrés entre los que se van acercando a la mayoría de edad. «Tienen miedo a que les llamen a la guerra». Empezó a suceder hace dos años, cuando jóvenes ucranianos, algunos de ellos residentes en España, fueron llamados a filas para ser enviados al frente del conflicto que libra el país.

«Hace dos años recibí llamadas de todas las cadenas de televisión para preguntar si el niño que yo tenía acogido iba a ser alistado para la guerra. Me llamó hasta una cadena colombiana, así que imagina hasta dónde llegó el tema tras la invasión de Crimea. Reclamaban a chavales de entre 18 y 29 años para ir al ejército», asevera Isabel, quien concluye que cuando estalló el conflicto decidieron empezar a traer niños de padres asesinados o lisiados en el frente.

Para acoger a uno de ellos hay que contactar con dicha oenegé. Además, los padres en cuestión deben asistir a una entrevista de selección en la que se analiza si la familia está capacitada para poder acoger al pequeño, realizar un curso de formación con el psicólogo especialista en menores y profesor de la Universidad de Salamanca, Eugenio Carpintero, presentar un certificado de penales y delitos sexuales, y abonar el viaje del niño para que llegue desde Ucrania a España. La cuota mensual de la oenegé es de diez euros y el vuelo de Kiev a Madrid, ida y vuelta, no suele superar los 300.

«Que las familias interesadas se pongan en contacto con nosotros. Siempre va a haber niños para acoger», apuntan desde Ven con nosotros, que se plantea como objetivo superar los 60 acogidos durante el pasado verano. A esa meta se suma la de conseguir subvenciones, financiación a la que pueden acceder tras ser declarada oenegé de utilidad pública. «En Semana Santa viajaremos a Ucrania para determinar el proyecto en el que nos queremos centrar. Otros años hemos reformado un orfanato, realizado acometidas de agua y rehabilitado casas», afirma Andrés. «Ahora mismo están a 20 bajo cero viviendo de una manera muy precaria. En las casas tienen agujeros que tapan con alfombras. La ayuda es necesaria».

También llevan a cabo un programa de estudio para niños a partir de los 12 años. «Antes no se puede empezar porque lo consideran una adopción encubierta», matizan desde la oenegé. Consiste en que durante un año académico estudian en España y en el verano regresan a Ucrania. Por ahora, en Extremadura no se ha puesto en funcionamiento esta iniciativa, pero no descartan hacerlo. Concluyen que es una manera rápida de darles una oportunidad. Es una forma de respirar tranquilos, aunque sólo sea por un tiempo; un modo de olvidar Chernóbil y la guerra.

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