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Fernando Orden Rueda en la Plaza Alta de Badajoz. :: PAKOPÍ
«Se nace con talento, pero es más decisivo  tener la determinación de ir a buscarlo»

«Se nace con talento, pero es más decisivo tener la determinación de ir a buscarlo»

Fernando Orden Rueda Biotecnólogo, número 1 del programa de jóvenes talentos de la farmacéutica AstraZeneca

ANTONIO TINOCO

Domingo, 8 de enero 2017, 00:35

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Es tímido, amable, va siempre con una sonrisa pintada en la cara y, como esa sonrisa, Fernando Orden Rueda no puede ocultar (ni probablemente sería capaz de hacerlo si se lo propusiera) su resuelta brillantez intelectual. Nació hace 26 años en Badajoz y, con esa edad, ya ha hecho cosas que permiten abrigar la esperanza de que logrará lo que se proponga: por ejemplo ha trabajado en investigaciones de las que se derivan nuevas patentes de fármacos contra el cáncer. Fernando Orden Rueda cumple una constante: siempre está en un grupo de elegidos: desde su carrera de Biotecnología en Salamanca, la más exclusiva de España por su dificultad de acceso, a su estancia en estos momentos en la Business School of London, un centro de élite donde las mayores empresas y corporaciones del mundo tienen su caladero de directivos. Entre el grupo de elegidos de Salamanca y el de Londres, Fernando Orden Rueda ha estado durante dos años en otro grupo de elegidos, el seleccionado por la multinacional farmacéutica AstraZeneca que, ya puestos, lo consideró el mejor entre los 30 científicos jóvenes que escogió en todo el mundo para que se formaran en sus laboratorios. Allí trabajó en nuevos fármacos contra el cáncer; y allí aprendió que la industria farmacéutica es lo suficientemente importante para el futuro de la humanidad como para que se conduzca exclusivamente por intereses comerciales y seleccione sus objetivos terapéuticos en razón de los beneficios que de ellos obtenga. Y para cambiar ese enfoque 'fenicio' de la salud es por lo que ha abandonado el laboratorio y la investigación y se ha puesto de nuevo a estudiar en la citada escuela de negocios después de que La Caixa le concediera una beca. Por supuesto, formando parte de otro grupo de elegidos: el que forman 65 jóvenes de Europa que convencieron a la entidad de que debería invertir en ellos y en sus sueños. El de este pacense no es sencillo: quiere lograr que las compañías farmacéuticas inviertan en investigación de las enfermedades de los pobres.

La primera vez que en el HOY supimos de usted ya fue por un trabajo excepcional. Hace diez años salió en el periódico porque ganó un concurso nacional de redacción contra la violencia machista.

Es verdad. Tenía entonces 16 o 17 años y estaba haciendo Bachillerato en el Instituto Bioclimático. Era un concurso muy interesante. Yo me apuntaba a todas las iniciativas de este tipo. Escribí una carta muy dura contra un maltratador, muy al estilo de mi madre [la escritora y columnista de HOY, Luz Rueda, recientemente fallecida] y con un título muy contundente: «Para ti, cabrón». Le dieron mucho bombo al premio por el tema en sí, que lo merecía, y por ser de ámbito nacional.

Dice que se apuntaba a todas las iniciativas de este tipo. ¿En aquel momento, estudiando Bachillerato, usted veía su futuro por el campo de las letras más que por el de las ciencias, como ha sido después?

Entonces estaba hecho un mar de dudas porque siempre me ha gustado mucho la Literatura. Las dudas me duraron hasta el mismo momento en que hice las prematrículas de la Universidad. En Madrid me matriculé en Comunicación Audiovisual y Periodismo, pero mi madre, poniéndose ella de ejemplo, me aconsejó que siempre podría ser escritor haciendo otra carrera. En Extremadura me prematriculé en Matemáticas, y en Salamanca en lo que finalmente hice, Biotecnología.

Supongo que no se arrepintió, a la vista de que sus primeros trabajos han sido en ese campo.

La carrera tuvo algún aspecto negativo: era muy dura y muy competitiva. En clase éramos 26 alumnos y todos éramos muy buenos. No obstante, no me arrepiendo de haber elegido Biotecnología porque me he desarrollado profesionalmente en ella y, aunque ahora estoy en otras cosas, pienso volver a la investigación biosanitaria y a intentar mejorar la vida de los enfermos, que es mi verdadera vocación.

Dice que Biotecnología era muy competitiva. No es extraño: es la carrera que exige la nota de corte más alta de España. Más de un 9 sobre 10. ¿Usted qué nota tuvo?

Exigía una nota de corte de 9.35 puntos. Yo tenía 9.60. La dificultad de la carrera aumentaba por la competencia entre los propios estudiantes. Una anécdota lo demuestra: cuando entramos nos dijeron que los alumnos de segundo curso habían dejado unos apuntes en copistería sobre una de las asignaturas más duras de primero. Nos advirtieron de que los problemas de esos apuntes estaban mal resueltos a propósito, para que la gente se estrellara.

¿Usted participó en esa competencia?

No, no. Ni se me ocurre. Yo era de los que se sentaba en clase en la última fila y, aunque puse mucho empeño en la carrera, también disfruté muchísimo de lo que ofrece Salamanca. Con todo, creo que el sistema español de notas incentiva esa competencia tan brutal que teníamos porque el expediente se hace sobre 4 puntos, y los 4 puntos solo los representa la matrícula de honor, mientras que el sobresaliente está representado por el 3. Los profesores sólo daban una matrícula de honor. En números absolutos la diferencia entre un 3 y un 4 es del 33%. Eso crea mucha tensión.

¿Sacó matrículas de honor a pesar de sentarse al final del aula?

Saqué algunas, pero no muchas. Éramos todos muy buenos, pero yo no era de los mejores de la clase.

Durante la licenciatura obtuvo una beca de excelencia y se fue a la Universidad de Melbourne. ¿Qué hizo allí?

Quería mejorar mi inglés y ver cómo se trabajaba fuera de España. Mi carrera está centrada en la investigación, aunque el campo de la Biotecnología es más amplio. En Melbourne tuve suerte porque, además de la beca con la que fui me dieron otra para trabajar en investigación agrícola. Estuve en un laboratorio, participando en un proyecto de mejora de la floración de la soja.

Imagino que, igual que usted, sus compañeros de la carrera hicieron Biotecnología para trabajar en la investigación. ¿Lo han conseguido o, tal como está la investigación en España, están en el paro?

Pues tristemente muchos están en el paro. Y algunos, con una capacidad muy superior a la mía, están trabajando sin cobrar. Podría decirse que para un investigador, como para cualquiera, lo peor es trabajar sin cobrar. Pues no. No es lo peor. Lo peor es trabajar sin medios. Dotar de medios a un investigador es más difícil que dotarlo de un salario. La única gente de mi clase que está teniendo la suerte que se espera para un grupo así es la que se ha ido fuera de España. Da mucha tristeza ver a gente aquí intelectualmente valiosísima sin posibilidad de trabajar ni que se pueda sacar provecho a ese talento.

Usted, sin embargo, tuvo suerte cuando acabó la carrera y entró a trabajar en un gran laboratorio farmacéutico, AstraZeneca. ¿Cómo fue?

Mi vocación es trabajar en investigación del cáncer, así que primero hice un máster de investigación en Medicina Genética en la Universidad de Manchester. Allí trabajé durante un año en comunicación intercelular. Se sabe desde hace tiempo que las células cancerígenas se comunican por unas microvesículas. El laboratorio donde trabajaba hacía poco que había descubierto que, además de estas microvesículas había otras, que denominaron vesículas gigantes, que podrían tener también una función de comunicación entre células. Aislamos esas vesículas y vimos cuál era el mecanismo de regulación genética. Fue muy bonito trabajar en ese proyecto porque no había nada publicado. Y además me dio la posibilidad de optar a ese programa de AstraZeneca por el que me pregunta. Este era un programa para jóvenes talentos que tenía mucho potencial.

¿Qué significa 'programa de jóvenes talentos'?

Es un programa de esta farmacéutiva por el que atrae a jóvenes investigadores de todo el mundo tras pasar unas pruebas. Entré hace tres años -entonces tenía 23-. Éramos 30. Estábamos repartidos entre Reino Unido, Suecia y Estados Unidos. La filosofía de AstraZeneca es la de contratar por dos años a gente joven de gran potencial. Invierte mucho dinero en cada uno de nosotros, no buscando tanto que generemos beneficios, aunque no lo descartan, sino sobre todo que nos formemos rápidamente. Cada uno de nosotros tenía un mentor, que en mi caso era el vicepresidente de la empresa, que nos iba guiando en nuestra carrera.

¿Por qué lo eligieron a usted?

Fue un proceso muy duro. Incluso el trámite de solicitud era ya enormemente complicado. En ese proceso había que presentar tu currículum, pero también valoraban otros aspectos tales como la actitud, tus aspiraciones... Fueron varias entrevistas a distintos niveles. Creo que me cogieron porque vieron que ya había tenido varias experiencias de investigación y, además, en tres países distintos. Después me dijeron que un factor decisivo para cogerme fue que transmitía pasión por la investigación.

¿Cuántos se presentaron?

No sé exactamente porque no nos lo dijeron, pero a la convocatoria del año siguiente sí supimos que se presentaron más de mil jóvenes investigadores de todo el mundo.

A lo largo de esta conversación me ha llamado la atención que, con toda naturalidad, habla de sí mismo como una persona con talento. ¿Se considera así?

Me considero sobre todo una persona que ha trabajado mucho. Creo que, antes que una persona con talento, soy alguien que lo busca. Yo lo he ido creando porque con talento no sólo se nace; lo verdaderamente decisivo es tener la determinación de ir a por él. No me considero una persona superdotada. No me he hecho ninguna prueba de si lo soy o no, ni tampoco me he medido mi coeficiente intelectual. Me parece una frivolidad. No sé para qué sirve.

¿Qué hizo en AstraZeneca?

Los primeros ocho meses trabajé en investigación preclínica en oncología en fármacos para combatir el cáncer de pulmón. Después trabajamos en combinaciones de fármacos, uno tradicional químico con uno biológico, intentando aumentar el sistema inmune. Y más tarde -y siento no ser más concreto porque me lo impide un compromiso de confidencialidad- trabajé en medicina de precisión y en terapia génica con una técnica que se llama 'crispr' y que está siendo una revolución. El laboratorio montó un equipo con gente de todo el mundo especializada en esta técnica. Tuve suerte de incorporarme a él. Mi jefe, que era un genio, me pidió que hiciera algunos experimentos que salieron muy bien. Fruto de ese experimento fue una patente que está en tramitación y que si se logra AstraZeneca va a ahorrarse miles de millones de dólares. Desde ese momento me dediqué a tiempo completo a esa técnica con resultados muy buenos. Gracias a este trabajo me nombraron número 1 del programa de jóvenes talentos. Incluso me dieron un bono muy generoso.

Y de pronto, cuando ante usted se desplegaba un futuro prometedor en el campo de la investigación de los fármacos contra el cáncer, que era por lo que había peleado, da un giro a su vida y se incorpora a una escuela de negocios. ¿Por qué?

Porque mientras trabajaba en ese proyecto, tan satisfactorio para mí, me produjo inquietud que las decisiones sobre una tecnología que afecta directamente a la salud de las personas la tomara gente del mundo de la economía y de los negocios y no los científicos. No me gusta que el esfuerzo para lograr un fármaco esté animado por los beneficios económicos y no por los beneficios en salud. Tampoco me gusta que en AstraZeneca no se invierta en medicinas olvidadas. Así se lo dije a los directivos. Presenté un proyecto para convencer a los directivos de que la compañía invirtiera en investigar enfermedades que afectan a millones de personas y sobre las que no hay cura. La respuesta fue no. No escucharon mucho. Eso me dio mucha rabia. Entonces me planteé abrirme hacia un sector más de salud global. Le conté mis preocupaciones a mi mentor en AstraZeneca y me orientó hacia la formación en gestión empresarial para tratar de llegar a esa posición en que uno pueda definir el futuro de la investigación farmacológica. Así fue como me propuse entrar en la Escuela de Negocios de Londres. Su matrícula es muy cara, pero pedí una beca para jóvenes talentos a La Caixa y me la concedieron. Somos 65 jóvenes en Europa que tenemos una beca de este tipo.

Lo que quiere es un imposible: que las farmacéuticas renuncien al mercado.

¡Pero no es imposible! La farmacéutica Glaxo lo hace. El pasado marzo abogó por la liberalización de las patentes farmacéuticas en los países en que no se pueden permitir pagarlas. Glaxo está ayudando a países africanos a producir genéricos. Y además gana dinero. Por lo tanto es posible.

¿Pero de verdad cree que la industria farmacéutica va a poner a disposición de la sociedad su conocimiento sin pensar en el beneficio?

Sí, creo que va en esa dirección. La industria farmacéutica está ganando en transparencia y cada vez quedan menos excusas para no contribuir al gran beneficio social que, por sus conocimientos, puede poner al alcance de todos.

¿Usted se ve, dentro de diez o veinte años trabajando en una industria farmacéutica solidaria?

Lo voy a intentar. A grandes rasgos, mi sueño es contribuir a que la industria farmacéutica tenga en cuenta a la gente que no ha tenido la suerte que hemos tenido muchos.

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