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Zopencos y petardos

Tomás Martín Tamayo

Viernes, 30 de diciembre 2016, 23:48

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Un zopenco y sus dos zopenquitos, cargados de petardos como para pelearse con Rambo, se empeñaban ayer en competir, en una plaza pública, pongamos que hablo de la del Hermano Daniel Goyoaga, para ver quién atronaba más al vecindario y a los pobres perros, para los que estos días son un calvario.

Ante la insistencia del petardeo una vecina, que tiene a su madre enferma, bajó para pedirles educadamente que cesaran pero el señor de los truenos y sus alevines se crecieron con el rotundo argumento de «¡estamos en Navidad!». Por la tarde el sitio parecía una competición de «mascletás», porque los zopencos eran multitud y el ruido debía oírse en el Ayuntamiento y en la policía, pero a nadie se le ocurrió acercarse para preguntar quién había declarado la guerra al vecindario. ¿Para qué meterse en líos, con lo fácil que resulta poner la papela de una multa en el parabrisas del coche?

Cuando uno se encuentra con gente que no atiende a razones, lo civilizado es acudir a la legalidad y pedir el auxilio de las autoridades, porque hay una normativa autonómica, recordada por bandos municipales, que prohíbe los petardos, pero demostrado está que en Badajoz las únicas normas que hay que cumplir son las que afectan a la circulación, porque el ordeño económico del conductor es menos complicado, más rápido y lucrativo para las arcas municipales. Y eso es lo que importa. Si a diario hay accidentes por colisión entre peatones y ciclistas que invaden su espacio, eso no tiene importancia. ¿Alguien lo impide? Las normas no se imponen por articularlas. Tampoco importa que en determinados lugares los vecinos tengan que abandonar sus casas los fines de semana por el ruido. O que cuatro gamberritos destrocen fuentes y parterres de mármol, rompan bancos de hierro e impongan su ley en algunas plazas, por las que es peligroso pasar a determinadas horas. 

Están prohibidos los petardos en Extremadura. ¿Y en Badajoz? Un bando del alcalde dice que sí, qué gracia. En una céntrica avenida, ayer mismo, los tiraron a los pies de dos municipales muy ocupados en sancionar a vehículos estacionados en doble fila, que se limitaron a reír la gracia de los petarderos. Lo lamentable es que el ruido indiscriminado, a cualquier hora y en cualquier lugar, tiene consecuencias desastrosas para los pobres perros, para los niños, para los ancianos y para todos, porque la diversión consiste en asustar a los transeúntes con la detonación. ¡Esa es la gracia! Hace días un perro «labrador», al que estaban adiestrando como guía de ciegos, falleció por el estrés que le produjeron los petardos. Ese perro tenía más alma y conocimiento que todos los petarderos juntos ¿La solución es irse, alejarse de la ciudad, señor alcalde?

Si es difícil entender a los mamarrachos que se divierten así, aún más difícil es comprender la tolerancia y pasividad de los que deben impedir que impere la ley de la selva. Os lucís, señores munícipes, arbitrando tantas medidas, que solo sirven para derrochar papel y tiempo. En Badajoz tenemos mil mandamientos que se resumen en uno: circulación vial. Todos los demás son pecadillos, no hay que exagerar. ¿Hay que organizar milicias ciudadanas para defenderse de tanto energúmeno? Parece necesario pero ¿para qué os tenemos? Algunos principales que conozco, en días de ruido se van lejos para ponerse a salvo y disfrutar tranquilamente de la holganza que entre todos les pagamos. Oídos que no oyen

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