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Cristo de Berruguete en la iglesia de Rocamador. :: E.R.
Las joyas de La Raya

Las joyas de La Raya

Tras un caldito en el bar La Serrana, visitamos Valencia de Alcántara

J. R. ALONSO DE LA TORRE

Martes, 27 de diciembre 2016, 08:32

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En octubre de 1960, Manuel Vázquez Montalbán entrevista, para Solidaridad Nacional, a Camilo José Cela en la habitación de un hotel. El novelista consagrado recibe en pijama al periodista que descuella, escritor en ciernes, que le pregunta si es verdad lo que se dice de que sus libros de viajes están escritos desde una mesa camilla, sin salir de casa, extrayendo los datos de anuarios de municipios. Cela se irrita y responde rotundo: «¿Usted se cree que en los anuarios de municipios ponen si la ventera es gorda o si en tal sitio los huevos fritos con chorizo son estupendos?».

Es Navidad y el cielo hiere de bonito: una de esas mañanas de invierno extremeño en las que una luz espléndida permite reparar en detalles nuevos de los llanos y las serranías. Desde la carretera, al frente, la inmensa mole de Marvão: reluciente, pugnando desde el año 2000 por ser patrimonio de la humanidad, orgulloso de ser el pueblo más alto de Portugal y de que el New York Times lo haya incluido en la lista de mil lugares del mundo que hay que ver antes de morir.

Pero no viajamos a pueblo tan señalado, nos quedamos antes, en Valencia de Alcántara, que es una de esas villas extremeñas cuyos tesoros son muchos, pero sus visitantes son pocos. Uno no entiende por qué las maravillas de este pueblo son joyas exclusivas para cuatro, pero se alegra de ello porque, una vez más, disfrutaremos de la belleza suprema en soledad, sin agobios turísticos.

No conocí a Vázquez Montalbán, aunque lo leí y lo disfruté tanto que sé lo mucho que le debo. Por eso me acordé de su entrevista a Cela en pijama y de su pregunta insolente cuando un cuñado, ya se sabe cómo son los cuñados, me preguntó capcioso: «¿Tú viajas a los sitios o tiras de Wikipedia?».

Si tirara de Wikipedia, no podría contar que la señora que enseña la iglesia de Rocamador en Valencia de Alcántara es encantadora, ama las cosas de su pueblo con pasión y coincide con el viajero en que parece mentira que una iglesia donde se han casado reyes y que alberga un cuadro de Morales, un Cristo de Berruguete y un retablo de Churriguera pase desapercibida y no haya colas para visitarla. Pero Extremadura es así, para suerte y disfrute de quienes la recorremos: dólmenes extraordinarios, castillos espectaculares y barrios medievales se muestran en todo su esplendor y magníficamente conservados solo para nuestros ojos.

Y si tirara de Wikipedia, no podría describir la satisfacción que produce beber un caldo calentito en el bar La Serrana de Valencia de Alcántara en una mañana de invierno heladora, un caldo sabroso y un pincho de pollo rebozado con cortezas caseras insuperables y una caña, todo por dos euros mientras contemplas la plaza principal, la iglesia parroquial, el palacio consistorial de los tiempos de Carlos III y las gentes que vienen a entonarse y se marchan a sus quehaceres.

En La Serrana, que es pensión de toda la vida, bar castizo y restaurante tradicional, se toma un rico menú del día por 9,25 euros y es un bar que me gusta porque los parroquianos llaman al pádel 'ese tenis chiquinino'. Hay fotos dedicadas de Soraya y antiguas del pueblo, retratos de toreros y un cartel anunciando que se venden pollos de campo para Navidad.

Después, un paseo inolvidable por el barrio judío y gótico con sus 19 calles y sus 266 portadas ojivales, la sinagoga medieval en el cruce de las calles Gasca y Pocito, un vino 'elegante' en El Clavo o en los bares de El Paseo, la visita inexcusable al Círculo de Artesanos y el culmen: la estancia demorada en esta iglesia de Rocamador, disfrutando en silencio y soledad del retablo de estilo barroco original de Churriguera, de la tabla de Luis de Morales o del Cristo de las Batallas tallado en madera policromada por Berruguete. Después, suave subida al castillo, picar algo en la nueva tapería intramuros de la fortaleza, Baluarte, y a comer por la Campiña, pero eso lo contamos otro día.

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