Borrar
Operarios expertos trasegando aceitunas en Ceclavín. :: A. T.
Las aceitunas de mi nuera

Las aceitunas de mi nuera

Las familias han aprovechado el puente para cosechar en el olivar

J. R. Alonso de la Torre

Martes, 13 de diciembre 2016, 07:53

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

He tenido un puente muy aceitunero. El Día de la Constitución vino mi nuera a comer y el Día de la Inmaculada fui con mis hermanos a recoger las aceitunas de mi padre. Comer con una nuera es normal, salvo si no estás acostumbrado. Con la mía habré comido tres veces. En esta ocasión, mi hijo y mi mujer se metieron en la cocina y me dejaron solo con ella en el comedor durante media hora. ¿De qué se habla con una nuera?

He entrevistado a cientos de personas, he charlado durante más de media hora con Fraga, con El Puma y con Alejandro Sanz, con Saza, con Norma Duval y con Mario Vargas Llosa. ¿Pero de qué se habla con una nuera? Pues de aceitunas. Tanteamos inseguros un par de temas hasta que descubrimos que teníamos algo en común: el aceite y las aceitunas. Ella porque desciende de Alía y elabora un aceite de primera. Servidor porque mi padre, un asturiano que sabía mucho de manzanas y de sidra, pero nada de aceite, tuvo la ocurrencia de plantar en Ceclavín 250 olivos al cumplir los 75 años y, claro, a los olivos les ha dado por tener aceitunas y cada diciembre nos toca recogida familiar.

La conversación con mi nuera fue muy desigual: ella hablaba con pasión, con conocimiento, con experiencia y orgullo de «aceitunera altiva», como si acabara de salir de un poema de Miguel Hernández; yo hablaba de memoria, con datos fríos de reportaje periodístico, como si escribiera una contraportada, pero no debí de hacer el ridículo porque mi mujer, sabiendo lo mal que me desenvuelvo en mi papel de suegro, me felicitó por haber mantenido el tipo durante media hora, sin derrumbarme ni salir corriendo. Aunque he de reconocer que estaba a punto de entrar en fase de mutismo y agobio, esos momentos en los que buscas temas de conversación y no se te ocurre ninguno y empiezas a sudar, cuando apareció mi suegra y me salvó. Ella sí que es capaz de hablar de todo y con naturalidad con novias de nietos, novios de nietas, revisores del gas, testigos de Jehová y hasta con unos inmigrantes del primero que nadie sabe qué lengua hablan, pero ella se entiende con ellos como si hubiera nacido en Siria, Bulgaria o la franja de Gaza.

Solventado el trance de la nuera aceitunera, llegó la Inmaculada y me fui a Ceclavín. Aquello era un despiporre: había señores desconocidos, sobrinos y sobrinas con sus novios y sus novias, allegados, parientes, hermanos y mi madre preparando una comida mestiza de fabes asturianas con orejas de cerdos extremeños, pluma de Acehúche a la brasa y arroz con leche astur, que nadie lo hace como el la. En el vino, Extremadura en vena: tinto Coloma garnacha, que gusta mucho a mi padre y a mi cuñado y da fuerzas para seguir cosechando por la tarde.

Por la mañana, me escaqueé vilmente porque se me dormía la mano. Pero el vino debió de despertarla porque, nada más comer, me lancé al olivar y disfruté como un niño. Desde luego, en cuestión de aceitunas, se me da mejor recogerlas que hablar de ellas.

Intenté convencer a mi padre de que la variedad que recogíamos, arbequina (toques en nariz de alcachofa fresca y un paladar que recuerda a la hortaliza y al tomate), está muy de moda (hasta 800 hectáreas han plantado en Guadiana del Caudillo) y es más rentable, pero la manzanilla cacereña (aroma frutado, fundamentalmente a plátano dulce y otros frutos maduros) es más rica en propiedades y en matices, aunque cada fruto dé menos zumo.

Mi padre me miró como me miraba mi nuera. Él recoge 500 kilos de aceitunas, ella recoge 5.000, pero ambos piensan lo mismo del hijo-suegro: «Este tío no tiene ni idea de aceitunas, habla de memoria».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios